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9 ago 2012

XXI

El viento de poniente sopla en su justa medida. Si no tenemos contratiempos, en unos 6 ó 7 días podremos llegar a la costa marroquí. Cristiano maneja el barco como una extensión de su cuerpo, y Elías es su perfecto y entregado grumete. Hasta ahora, todo bien. Mar propicia y ni una patrulla.

Tras unas primeras horas de mareo, paliadas por otra pastillita roquiana, una sensación de tranquilidad y buen rollo inunda mi cuerpo. Las horas pasan a un ritmo diferente, marcadas por los elementos. Y la sensación de movimiento atempera las preocupaciones.

Elías y Cristiano están casi siempre en cubierta, y Elisa y yo nos dedicamos a las labores de intendencia. Aún así, hay mucho tiempo libre. Y el mío es ella. Esta noche celebramos los dos primeros días de viaje. Me he currado una cena resultona con unas verduras que compró Cristiano, acompañadas por unas lubinas que ha cazado Elías. Recalco lo de cazado: se ha atado una cuerda al tobillo, se ha tirado al agua y ha salido a la media hora con tres lubinas atadas a un cinturón de Mazinger Z. Tan acojonante como cierto.

Cristiano propone un leve cambio de rumbo para celebrar en condiciones. "Conozco una calita a la que solamente se puede acceder por barco. No hay riesgo. Portugal no tiene fronteras que vigilar. No encontraremos patrullas", comenta en portuñol. Elías, que hace tiempo que aprendió que los protocolos están para romperlos, responde al instante. "Vamos para allá".

Dejamos caer el ancla en la bahía y Cristiano hincha una zodiac con un compresor. "En la despensa encontraréis cuatro sillas plegables y una mesa. También cubiertos, manteles y vino. Una piña y mojitos del Mercadona". Cristiano resulta ser un jefe. ¿Has visto lo adelantados que estamos en la Tierra?, le susurro a Elisa.

Elías rema hacia la playa, hecha de arena y de pequeñas rocas pulidas. El atardecer ilumina los acantilados y hace brillar el parto espumoso de las moribundas olas. Huele como solamente huele el mar, y su morir en las pulidas rocas es el único sonido. La brisa suaviza las yemas y la lengua moja los salados labios.

Atracamos la zodiac en la playa con facilidad, con un hábil movimiento de Cristiano y su grumete, que se lanzan al agua y acercan la barca a la orilla. "Tenemos que andar 15 minutos. Si nos damos prisa, podremos ver el atardecer".

Subimos por un camino estrecho hacia uno de los acantilados. En seguida encontramos una oquedad con el tamaño justo para abrir las sillas y la mesa. El océano, mecido por el sol de poniente, es un plato de espejos.

El momento ha pasado. Dichosos por ser capaces de valorar el presente, ponemos la mesa, y Cristiano enciende una lámpara de queroseno que ilumina la explanada. Tenue pero suficiente, pues la luna, recién despierta y casi llena, facilita nuestra labor.

La cena se sucede entre risas. Haciendo terapia, rememoramos nuestra aventura, mientras Cristiano se descojona y no para de beber vino. Tras la piña, nos bebemos los mojitos y ponemos música con el móvil. ¿Dónde decías que teníamos que ir?, le susurro a Elisa. "Anda, calla. Vamos a dar una vuelta. Así les dejamos solos".

Llegamos a la playa y nos tumbamos en la arena, que todavía conserva el calor del día. "¿Serías capaz de venirte conmigo?", dice Elisa. Y mientras me pienso cómo decirle que sí sin que parezca regalado, unas luces irrumpen en la bahía.

Continuará...

31 jul 2012

XX

El amanecer trae la brisa del océano. Acaricia el vello destapado y las manos levantan la sábana hasta que mece la tripa. Matemáticas. Y con su movimiento, la vigilia aparece breve, desconectando el subconsciente y lanzándonos a la mezcla, a una especie de onírica realidad.

Tras una décima de desorientación, la foto del alrededor. La luz penetra levemente a través de las ventanas, un sol que está detrás y que tardará en cegarte. Elisa duerme al lado y Tutankamon, nuevo nombre de Elías, hace justicia a su mote.

Todo bien; el sueño vuelve a acudir, quizás en otra décima de segundo, pero esta vez, en una paralela más cercana a la consciencia. Interactúas, acaso crees llegar a controlarlo. Y esas veces el despertar arrastra las algas de algo. Felicidad o miseria. En una sola décima.

El café de un bar del pueblo entra directo al corazón, como cantaría el admirado (candidato a la guillotina) Sergio Dalma. Estoy sobado y voy poco a poco viniéndome arriba. Soy como un muñeco al que le tienen que dar un poco más de cuerda. Los roquianos, en cambio, van muy sobrados. Su compostura es total. Bien sentados, buena cara, comiendo como limas. Mis ritmos son otros, y de bien nacido es ser agradecido. Tras café y piti, la llamada de la selva de un cuerpo sano acude para devolverle a la naturaleza lo consumido, transformado en residuo orgánico.

En mi "lapso", los roquianos ya han hecho averiguaciones. Nos acercamos al puerto del pueblo, donde le han comentado a Elías que hay patrones que alquilan sus barcos para hacer excursiones.

Quiero la misma pastilla que os habéis tomado esta mañana, le digo a Elisa. "No es bueno que te enganches. No sabemos si serías capaz de controlarlo". Dame una, le insisto. Antes de acabar la frase, me mete una pastilla en la boca y se da la vuelta. "Gilipollas". Os diría que seré capaz de controlarlo, pero os mentiría. Es como estar bebiendo una birra helada después de haberte dado un baño de media hora en la playa.

En el puerto somos un poco la sensación. Hemos comprado algunas cosillas para renovar el vestuario de los roquianos, y ya de paso el mío, porque cuando salí para Obejo no me imaginaba en estas lides. Parecemos los típicos turis, hasta que nos acercamos a hablar con ellos. Elías va directo al grano con un portugués perfecto. "Queremos alquilar un barco para ir a Marruecos". La peña se descojona, y uno le responde jocoso: "nadie tiene permiso. Está muy lejos, además". Los tipos se alejan, y antes de pensar en otra estrategia, un tipo joven, bastante parecido a Cristiano Ronaldo, nos dice: "¿cuánto?"."1500 euros", replica Elisa. "2500". Y ahí todos sabemos que tenemos transporte.

Cristiano nos espera sonriente en el muelle. Tiene un par de fulanos ayudándole a descargar unas cajas. Llegamos con nuestros macutos y nuestras pintas. Chapurrea el español, habla parecido al Cristiano de verdad. "Hay que ir preparados. No podremos parar. Según el viento, el viaje os podrá costar más caro o más barato. Usar el motor es caro".

Nos instalamos en el barco, que tiene unos 10 metros de eslora. Sorprende bastante por dentro. Tiene un salón de puta madre y capacidad para 6 personas en camarotes. También tiene una pequeña cocina que comunica con el salón. Elías sube rápidamente a la cubierta mientras ayudamos a Cristiano a meter las cosas en la bodega. "Tenemos que llegar a aguas marroquíes sin que nos vean. Habrá que alejarse un poco de la costa en un momento dado", nos dice. Totalmente de acuerdo, le respondo.

Ante del amancer del día siguiente, salimos con el motor de 55 CV al ralentí. El yate a vela se va alejando del puerto. Nunca había visto así a Elías, le digo a Elisa. Parece un niño. "Es un roquiano del lodo. Ésto es, como decís aquí, un cuento de hadas para él. Velas, un barco, ese chico...y este mar, tan inmenso.

Continuará...

12 jul 2012

XIX

La rutina de los campos de trigo y de cebada, a punto para la cosecha, acompasa nuestro avance. La autopista de las vacas gordas horada la meseta en una línea de alquitrán insostenible. Los roquianos duermen, y mis sentidos navegan con el monótono sonido de las ruedas.

Cerca de la frontera con Portugal, suena el móvil. El gamonalero cumple su palabra. "Control con perros en el kilómetro 87. La pastilla es la hostia. Si volvéis por Burgos tenemos que hablar". El aviso llega justo a tiempo, y añade información valiosa. Para que luego digan que en este país faltan emprendedores.

El hito de la autopista tranquiliza mis nervios. Todavía faltan varios kilómetros para llegar al control. A mi derecha Elías yace como una momia en su sarcófago. Despierta, le digo. Ante su falta de respuesta me vuelvo más vehemente. Mi golpe en el brazo es seco y fuerte. Elías despierta al instante. Hay un control más adelante, le digo. Busca un desvío en el mapa que nos devuelva a la autovía. Sus rápidos movimientos me sorprenden. "Quizás porque tú no te habrías espabilado hasta llegar a Lisboa", susurra la hija de puta de mi conciencia.

Tomamos el desvío mientras Elisa se despereza en el asiento de atrás. Alcanzamos la autovía varios kilómetros adelante, pasado el control según las informaciones del gamonalero. El resto del camino hasta la frontera transcurre lento, pesado, como las horas que preceden un acontecimiento ansiado.

La luz de la reserva lleva encendida un rato, y el deseo de cruzar la frontera sin repostar puede dejarnos tirados en el arcén. Paramos en una gasolinera a tan solo 8 kilómetros de Portugal. Y en la rotonda que da acceso a la vía de servicio, un coche de la guardia civil nos da el alto. "Si hubieras pillado el Corsa, que es un mechero...". La conciencia vuelve a tocar los cojones. Elías lanza rápidamente el protocolo: "tomad los inhibidores". Vamos a esperar a ver qué quieren, replico. "Papeles del coche", dice el agente, con el tricornio bien empotrado entre las cejas.
Es un coche de alquiler. Aquí tiene. Su compañero pulula por la parte de atrás, le hace un gesto a su compañero y éste, tras devolverle la mirada, nos dice: "salgan del coche". Elías no lo duda. Pulsa el ultrasonido y los guardias civiles caen fulminados como dos muñecos. Antes de arrancar, Elisa sale del coche y les mete una pastilla en la boca. "Esto les mantendrá dormidos unas cuantas horas más. Lo suficiente para estar bien lejos".

Lleno el depósito con las manos temblorosas, y los kilómetros se suceden con pájaros en la nuca. Tras varias horas de tranquilidad, mis dudas vuelven a asaltar mi cabecita. "Y ahora qué", dice Elisa. Mi respuesta surge de la nada, y va reafirmándose según se exterioriza. Tenemos que llegar a la costa. Allí, con dinero, no tendremos problema para alquilar un barco que nos lleve hasta Marruecos. Interpreto el silencio como un asentimiento. Si la intuopía de los roquianos es tan fuerte como pienso, tienen que sentir mi acojone, mi falta de seguridad.

El camino hasta la costa sucede entre peajes, con el sol de poniente cegando los ojos, como una metáfora de nuestra aventura. La noche del verano recién nacido llega con retraso, pero cae poderosa ante nuestros cansados ánimos. El cartel de Praia da Tocha aparece en la cuneta, y buscamos un lugar para descansar. La señal de un camping aparece sugerente. Sin dudarlo, tomamos el desvío y alquilamos un bungalow pegado a la playa.

Tras instalarnos, Elisa me propone dar un paseo. Elías se recuesta en una de las camas e intenta conectarse a Internet con el móvil para buscar novedades. El Atlántico nos recibe agresivo al contacto, y la arena, fina y virgen, hunde nuestros pasos. Poco a poco, el agua va invadiendo templada los pies descalzos, y la mano de Elisa, cálida y complementaria, transmite calma. Sus ojos de miel susurran silenciosas palabras, me inyectan nueva rutina, y mis dudas vuelven a ser pequeñas, encerradas en las conchas que trae la marea. "Me gusta tu planeta. Vamos al agua".

Volvemos a la cabaña. ¿Por qué no nos quedamos aquí?, le susurro al salado oído. Elisa duda. Sé que contempla mi propuesta durante un instante. "No puedo. Nunca me lo perdonaría". Las sábanas se funden con los restos de arena y sal, cosquilleando los poros del cuerpo. Con miedo a soltarme de sus piernas, durante los segundos que preceden al sueño, recuerdo que en algún sitio, no muy lejos, yo también tenía una vida.

Continuará...



21 jun 2012

XVIII

Alquilar un coche un sábado a las 9 de la mañana tiene sus ventajas. El empleado de AVIS tiene un careto de resaca considerable, a lo que suma cierto empanamiento que, deduzco, viene de serie. Esta circunstancia facilita que Elisa se haga pasar por Paloma sin ningún contratiempo. Pagamos en efectivo y dejamos una fianza de 800 pavos con la tarjeta de crédito.

Cansado de conducir Opel Corsas de 1.2., me aprovecho de las lechugas de 100 euros perfectamente falsificadas (pasan el test de la máquina sin problemas) por los roquianos y pillamos un Audi que parece un avión. Metemos los macutos en el maletero y salimos del parking.

En el insomnio de la noche, mi indignada cabecita no ha parado de girar. Entre las dudas de la confesión de Elisa, he pensado en la estrategia necesaria para minimizar riesgos. Además, a estas alturas, yo también estoy pringado hasta el cuello. Me visualizo en una peli de acción. ¿Qué haría el doctor Richard Kimble? ¿Qué haría Torrente?

Vamos a prepararnos para el viaje, digo. Lo primero es lo primero. Nos detenemos en un locutorio de pakis y Elisa compra una tarjeta de prepago. Después, voy un momento a correos, meto en un sobre el carnet de conducir, la tarjeta de crédito de Paloma y ocho lechugas de la fianza y lo envío a su dirección, previamente apuntada en un papelito.

Y para acabar, una paradita en El Corte Inglés, canturreo. "¿Qué hacemos aquí?", pregunta Elías. Sin su peer dorado ni su enlace sabelotodo, por mucha arma secreta que tengan en sus megathlones, los roquianos están en mi territorio, hasta cierto punto a mi merced. Y la nueva situación me pone, para qué engañaros.

Con las pintas que llevamos, especialmente tú, si pasamos delante de un control con este cochazo nos van a parar seguro. Las apariencias lo son todo, mi querido Elías. Su gesto de asentimiento y la risa de Elisa corroboran que el speech de listillo me ha quedado de puta madre. "Pareces Samuel L. Jackson en Pulp`Fiction", barrunta mi conciencia.

Indico a Elisa la sección de mujeres y me voy con Elías directamente a Emilio Tucci. Que se metan la Fórmula Joven y el Dustin por el culo. Un tipo bajito, desgastado, con un metro amarillo roído al hombro, nos saluda con voz de ducados: "¿Les puedo ayudar en algo?". Sí, quiero un traje de verano para mí y otro para mi amigo. Escoja un par de camisas lisas para cada uno. Tras un par de intentos en los probadores, el hombrecillo asiente convencido y nos pone alfileres aquí y allá con profesionalidad. Póngase recto, joven, dice el empleado con mecánica cadencia. Elías, con su percha desgarbada, parece un vendedor de enciclopedias.

Queremos que nos prepare el traje ahora mismo, digo. "Eso no va a ser posible". Le deslizo una lechuga en el bolsillo de la americana y el hombrecillo cambia el rictus. "Vuelvan dentro de media hora". "Qué corrompibles sois los terráqueos", comenta Elías. Y todavía no has visto nada. Ya verás cuando lleguemos a Marruecos. Con varias lechugas te nombran alcalde.

Mientras el hombrecillo arregla los trajes, vamos a la sección de zapatería. Pillo unos zapatos cómodos del 40 y le pregunto a Elías su talla. "Un 45". Joder, ¡vaya peana tienes! "Los roquianos del lodazal tenemos los pies grandes y curvos. Nos ayuda a caminar por el barro". Bajamos al fin por las escaleras mecánicas. Elisa nos espera en la puerta con una blusa violeta y unos pantalones negros que ensalzan aún más sus curvas. "Es puro pecado. Que utilice tus espermatozoides como quiera", susurra mi conciencia.

Bueno, pues ya estamos preparados, digo. Solamente nos falta hacer una gestión. Arranco el Audi y me dirijo al Gamonal, donde a buen seguro podré encontrar a algún tipo dispuesto a ganarse unos euros por la tarea que voy a encomendarle. Varios chavales descansan apoyados en un Citroën Saxo tuneado. El techno a todo trapo y sus pupilas gigantescas denotan que la noche ha sido larga y que siguen de empalmada. Bajo la ventanilla y pongo voz de malote: ¿queréis ganaros una buena panojita? "Qué hay que hacer, pues", pregunta un gordo con las mejillas enrojecidas y la mandíbula castañeante. Simplemente, conducir hasta la frontera con Portugal. Si ves un control de la Guardia Civil, me haces una perdida a este número. "Sí, hombre. Como me paren a mí reviento el aparatito". "Tómate esta pastilla. Te aseguro que darás negativo", dice Elisa. "Otra rula más no me sentará mal, jajaja. ¿Y cuánto me vais a pagar por esto pues?". "300 euros", dice Elisa. "Y como nos engañes, te juro que cuando volvamos te reviento el coche, que sé donde vives".

La agresividad de Elisa tiene un efecto laxante en mi persona, aunque parece que surte el mismo en el gordaco con cara de pan. "No te preocupes. En el Gamonal tenemos palabra. ¿Dónde está el dinero?". Tras pagar la suma acordada, paramos en una cafetería para desayunar y hacer tiempo para que el gamonalero nos gane unos kilómetros. Enfilamos la carretera con dirección a Salamanca. Paramos en una gasolinera y compro un mapa de carreteras, cinco botellas de Aquarius y diez sandwiches de máquina.

Y allá vamos, con nuestro Audi, nuestros trajes y Rock FM a todo trapo. "Quiero ser más rápido que ellos, echar todo a perder, un día tras otro y un buen rato después, saber llegar a casa antes de que el sol me diga que es de día".

Continuará...






17 jun 2012

XVII

La sensación del agotamiento sin premio no es nueva. El premio es el sueño, y la penitencia es el desvelo que causa la duda. Más allá de las experiencias vividas, de los cadáveres, de mi viaje sin retorno, la almohada me susurra la confesión de Elisa.

El amanecer descarga sus ruidos, la luz del nuevo día, su acusación. Los pájaros compiten con el camión de la basura, enmarcando la voz de la conciencia. "Te han utilizado. Estás renunciando a lo que podrías llegar a ser. Un ser indefinido pero con todas sus puertas abiertas. Han jugado con tu ego, con tus debilidades".

Miro a Elisa, durmiente y sincera, entrenada en la misión de hacerme suyo. Me visto, arranco las llaves de la puerta y salgo a la calle. "Piensa". El rocío saluda a las adelfas del río. En el paseo, balanceo mis pasos entre el escape y la continuidad de la aventura. Si vuelvo a mi caverna, todo esto no habrá sucedido. Si continúo, si me sumerjo, quizás completaré mi destino.

Al volver a casa, Elías escruta la pantalla del portátil. "Nada nuevo de lo de Córdoba". Marca un número con el teléfono fijo de Paloma. Quiero escuchar, exijo. Tras unos tonos, una voz femenina, inglesa y neutra, habla. Ha llamado al apartado telefónico 0545678. Tras unos segundos, la voz prosigue. Si quiere dejar un mensaje, pulse 1 y espere la señal. Si quiere escuchar los mensajes, pulse 2 y espere la señal.

Elías pulsa el 2. Elisa se despereza. Al mirarla, me debato entre el resentimiento y la devoción. Lo que escucho es incomprensible. Distintas voces, con distintos tonos e intensidades, hablan durante varios minutos en la lengua común de los roquianos. Tras una pausa, Elías pronuncia su mensaje en idénticos términos.

"Esto ha sido una carnicería. Los supervivientes se están reuniendo en el punto de recogida. Tenemos que llegar allí cuanto antes", dice Elías. Dónde está ese punto, pregunto agresivo. "En una isla del Pacífico".

El salón se va llenando de luz. Voy a la cocina, me hago un café e intento, sin éxito, dejar la mente en blanco. Los brazos de Elisa me envuelven. "Entiendo tu enfado". Sus palabras desarman mi armadura de cartón, y el café espabila mis sentidos.

"¿Cuál es la manera más segura de llegar a la isla Raiatea?", pregunta Elías. Buf, creo que lo mejor es ir paso a paso. De momento, teniendo en cuenta los contactos de Elíseo, la Guardia Civil nos tiene fichados. Lo primordial es salir del país. Ir hacia Francia sería una opción, pero allí comparten datos con España. Así que lo más factible sería viajar hacia Marruecos, aunque el viaje será largo. Podemos bajar por Portugal para evitar pasar por Andalucía. ¿Tenéis pasaporte?

Elisa abre el Megathlon y me lanza varios pasaportes. Todos perfectos, con sus sellos y sus fotos. "¿Cuál te parece más creíble?".

El siguiente paso es más sencillo, aunque puede comprometer a mis colegas. Diego y Paloma duermen como dos angelitos en su cuarto. No me resulta complicado encontrar su tarjeta de crédito y su carnet de conducir, todo bien dispuesto en el primer cajón de la cómoda. Con eso bastará para alquilar un coche sin llamar la atención. El camino hasta Marruecos será otra cosa.

Salimos de casa de Paloma en silencio. Elías me para en el descansillo, apoya su brazo en mi hombro y me acaricia la nuca con gesto fraternal. Elisa me coge la mano. "No era así como tenía que pasar. Lo que hemos compartido no tiene nada que ver con la misión".

Y en el paseo hacia el alquiler de coches, la voz de la conciencia vuelve a intentarlo. "Cuidado. Saben lo que piensas". Pero el olor de la roquiana es demasiado fuerte.

Continuará...


15 jun 2012

XVI

En el salón, Diego charla animadamente con los roquianos. Hablan con total naturalidad de su experiencia en Camboya. Paloma está abriendo unas morcillas para freírlas en la sartén. "Tus amigos son muy majos. No me habías hablado de ellos". Les conocí en Camboya y se han presentado en Madrid por sorpresa.

La cena discurre animada, saltando de un tema a otro. Elías parece gozar con la morcilla, y Elisa saborea la rosca de jamón con fruición. Con el postre, Diego me tira la china y me dice: "Hazte un porro, Mario. Hemos quedado en media hora para ir a tomar algo". Estamos muy cansados, respondo. Creo que nos quedaremos en casa. Elisa me echa un cable y bosteza.

Nos quedamos solos. El silencio se hace fuerte, invadiendo el cerebro agotado. "Me voy a dormir. Mañana será un día muy largo", dice Elías. Elisa entra en el baño. Me siento en la cama, me tumbo y me vuelvo a sentar. Sus curvas me visitan desde la penumbra del pasillo. Una camiseta ancha susurra su cuerpo. Las palabras sobran. Los besos son raros, nuevos. Lo demás es antiguo. Químicamente suyo, me empacho de cucharadas de presente.

"Nuestra historia es muy parecida a la vuestra. Guerras, dominio, epidemias y egoísmo. Estuvimos al borde de la extinción. Y tras ello, forzosamente asumimos el equilibrio". Su voz, tan cercana, cosquillea mi pecho.

"Empezamos de cero. Los volcanes compartieron recursos, los puestos externos se volvieron rotativos y la convivencia fue pariendo un orden, un orden que era justo, natural. Nos desarrollamos, sin desigualdades, sin acumulación, sin seguridad, sin propiedades. El plungio, lo que llamáis sentido común, reinó durante siglos. Ante cualquier desviación, el resto de la comunidad actuaba, con justicia, con proporcionalidad. Pero Elíseo rompió el plungio, y todo cambió. Poco a poco, primero en el volcán de las Rocas Nobles, y después en los demás, sus seguidores comenzaron a reclamar privilegios. Una vuelta al pasado. La lava, los lodos, el agua, las plantas medicinales se convirtieron en bienes de lujo. Lo que antes era de todos pasó a ser un bien controlado, dosificado a aquéllos que aceptaban las nuevas reglas del juego. Desacostumbrados a la competición, los románticos fueron perdiendo terreno. Así empezó la nueva guerra. Tras años de combate, nuestras fuerzas están muy debilitadas. Nuestro observatorio detectó un planeta con unas características similares al nuestro. Y aquí estamos. Sois nuestra última esperanza. Embarcaron los pocos roquianos que escaparon a la plumvia, a la esterilización masiva. Necesitamos vuestra fertilidad".

Continuará...


4 jun 2012

XV

"Mario...qué haces aquí?", dice sorprendida. Pues ya ves, me han visitado un par de colegas que conocí en Camboya y nos hemos venido en bule para Burgos. ¡Sorpresa!.

"Hola. Me llamo Elías". "Y yo Elisa". Los roquianos han aprendido bien los protocolos de saludo en la nave. Sonrisa y dos besos. Subimos en el ascensor. Paloma me mira extrañada. Yo creo que lo está flipando un poco. "¿Por qué no me has llamado?", dice al fin. Ya me conoces. He perdido el móvil y como me acordaba de dónde vivías, hemos venido directamente para acá. Qué suerte que hayamos coincidido en el portal.

Depositamos los macutos en el salón mientras Paloma nos distribuye amablemente en su linda casita. "Dos podéis dormir en el sillón cama del salón y otro en la habitación de invitados. Había quedado para cenar con Ana, con María y con el Chiflo. Diego llega en el autobús dentro de un rato".

Con el ajetreo, había olvidado que hoy es viernes. Las pulsaciones se me elevan ante su anuncio. Salir a la calle no es muy conveniente, y si además viene Diego y no curra mañana, las probabilidades de un encontronazo con la policía se disparan.

Estamos un poco cansados. Igual nosotros nos quedamos en tu casa, respondo. "Ni hablar", dice Paloma. La hospitalidad burgalesa no va a ser fácilmente doblegada. "Podemos cenar aquí los cinco y salir luego. Seguro que os animáis. Me voy a duchar. Estate atento a la puerta, que Diego no tiene llaves."

Me acerco al portátil de Paloma y abro El País. La noticia de la pensión de Córdoba ocupa una de las portadas de la sección de última hora. "Cuatro muertos en la Pensión Los Arcos, en Córdoba. La policía ha encontrado esta tarde el cuerpo del dueño de la pensión y otros tres cadáveres aún sin identificar debido a su estado de descomposición. La policía científica está analizando el lugar de los hechos y no deja acceder a nadie al interior".

"Bueno, el ácido de la lava ha hecho su efecto y no dicen nada de lo de Obejo. Parece que de momento la policía no es prioridad 1", dice Elías. ¿Y los mercenarios de Elíseo? ¿Visteis lo mismo que yo cuando tocamos a ese tío?, pregunto. "No sé lo que viste tú. Al estar varios en contacto, y con los restos de la píldora, la intuopía se multiplica, pero cada persona tiene una sensación diferente", responde Elisa.

"Lo que está claro es que no se van a dar por vencidos. Como no sabemos lo que está pasando en la nave, lo más sensato es tomar todas las precauciones posibles. Seguro que los eliseístas han sobornado a gente con acceso a información restringida" ¿Policía? "Quizás. Vimos un nombre: Arsenio Fernández de Mesa", concluye Elías. Una rápida búsqueda en google confirma sus temores. ¡Joder, es el Director General de la Guardia Civil! Pues entonces sí que estamos jodidos, exclamo.

El timbre suena y Diego aparece en la puerta con una trenza de Almudévar bajo el brazo y su mítica dulzaina al hombro. Tras las exclamaciones de sorpresa y las presentaciones, abrimos unas cervezas y posponemos el próximo paso hasta mañana, pues poco se puede hacer a estas horas de la noche.

El baño es cuco, cuco, armonizado por distintas tonalidades de verde. El agua caliente relaja mi cuello y mi espalda, castigados por las horas de autobús y la tensión acumulada. Intento dejar la mente en blanco pero no puedo. Pienso en cómo vamos a salir de ésta, y en qué quería decir Elías. ¿Por qué están aquí los roquianos?

Continuará...

31 may 2012

Planeta Roca XIV

Comemos rápido y en silencio. De vez en cuando levanto la vista y observo el lenguaje corporal de los roquianos. El pollo asado está seco y el arroz con tomate, apelmazado. Enguñen la comida sin saborear, y prefieren guardar el yogurt de plátano para más tarde. Quién iba a decir que se parecen un poco a mi abuela.

Desde la megafonía anuncian la marcha de nuestro autobús. Mi viaje transcurre en un duermevela de incomodidad. En cambio, éstos dos duermen profundamente, como si alguien les hubiera desconectado y esperara con paciencia hasta volver a darles la vida. Mi cabeza es un gurruño de pensamientos encontrados. Asustado, ilusionado, confundido. Anhelando mi cueva y al instante siguiente pensando en la logística necesaria para salir con vida.

Pienso en pelis que han llenado mis horas. Fugitivos inocentes perseguidos por los falsos buenos. "Pasa desapercibido, no te fíes de nadie. Evita las cámaras de seguridad, las tarjetas de crédito, los teléfonos móviles". Maldigo a Hitchcock y a todas las series de la CIA que me he comido. Me duermo, sudo, me despierto. Y estos cabrones sobando. Elías se permite el lujo de roncar rítmicamente.

Al fin, la catedral de Burgos se yergue en el horizonte. El sol ha comenzado a enrojecer el cielo, proyectando su muerte diaria en las nubes. El conductor conecta el micrófono y anuncia nuestra llegada. Elisa se despereza y me mira extrañada. "He tenido un momento de desorientación". No somos tan distintos, pienso, y le doy un beso en la mejilla. Elías sigue dormido, cargando las pilas de su hiperactivo cerebro.

En la estación, todo parece normal. Recogemos nuestros macutos y sacamos algo de abrigo. Elisa se pone un jersey negro de punto, Elías una sudadera horrible de Queen, y yo una camiseta de manga larga a rayas. Los roquianos me miran interrogantes. Tengo una amiga que nos puede alojar, les digo. Allí pensaremos nuestro próximo movimiento.

Mi impostada determinación les convence. De camino al río, acercándonos hacia su casa, decenas de personas hacen sonar sus cacerolas mientras cantan indignadas: "No hay pan pa tanto chorizo".

"Anda, eso lo estudiamos en la nave", dice Elisa. "Pero había más gente". "¿Es lo del 15M?". Sí, las cosas no van muy bien por aquí, respondo mordiéndome la lengua, relativizando. Me siento incapaz de montar una queja ante el percal que tienen encima.

Elías bebe un poco de agua y rompe su silencio: "Los detalles y los estadios son distintos, pero la esencia del problema, su raíz, es idéntica a la nuestra. Cuando llamé a tu puerta te expliqué el motivo de nuestra visita a la Tierra. Era más bien accesorio. Te mentí y me disculpo. Nuestra verdadera razón es otra."

Y mientras estoy intentando asimilar las palabras de Elías, el edificio de mi amiga aparece en el piloto automático. Bosque y grúa, eterno paisaje contradictorio, señalan su casa. Reconozco el portal y detengo la marcha, marcándome una mirada inquisitiva para que sientan mi intuopía, traducida en un "hijos de puta, luego me vais a contar todo".

Lo bueno de ser gilipollas, es que asumes tus cagadas con rapidez y sin mucho drama. Estoy seguro del portal pero no recuerdo ni el piso, ni mucho menos la puerta. ¿Cabina para llamar o tirar indiscriminadamente de telefonillo? ¿Te acuerdas de haber visto una cabina? ¿Te arriesgas a llamar desde tu móvil?

Como ser humano, hago un ejercicio de egoísmo atenuado y pienso. Era un piso alto. Miraba hacia el bosque. Pero lo de atenuado me dura un asalto. Toco todos los botones del 7º, del 6º, del 5º y del 4º. Y luego, todos los demás. Nada.

Y vuelvo a recordar que soy gilipollas y pienso en que quizás, simplemente, no esté en casa. Asumo mi derrota. Y una bicicleta suena, y Paloma aparece en el portal de al lado. Y supongo que la gilipollez, de vez en cuando, te regala un poquito de karma.

Continuará...






29 may 2012

Planeta Roca XIII

Salimos de la pensión a toda prisa. La imagen del patio, con las paredes negras y la fuente hecha añicos, me recuerda a una peli de serie B vista en la madrugada de algún perdido verano.

Afuera, el sol brilla con fuerza en el cielo azulado. Varias personas yacen en el suelo por el efecto del ultrasonido. ¿Nos pueden reconocer?, pregunto. "Llevan paralizados el tiempo suficiente. No hay peligro", dice Elías. "Ya lo has visto, Mario. Saben quien eres. Debes dejar la moto. Tenemos que salir de aquí de la manera más discreta posible".

Por un instante, las piernas me fallan y reposo mi espalda en la pared encalada. La vista se me nubla. Elisa me mira, me coge la mano y me acaricia el pelo. "Aquí estamos", me dice. "Los tres, solos. Sin ayuda exterior, nuestro conocimiento del lugar es limitado. Te necesitamos. Yo...te necesito."

Su voz me devuelve al instinto primario de la supervivencia, sacude mis revueltas entrañas. Vamos a la estación de autobuses. Cogeremos el primero que salga, acierto a decir con un hilillo de voz. Los roquianos asienten. Me sitúo en la ciudad, recuerdo dónde estamos. Caminando, desde la pensión no hay más de 15 minutos. Cuando llegamos, un autobús está a punto de partir. Pagamos en efectivo y nos sentamos atrás del todo, juntos. Elías mira con recelo a cada pasajero, sopesando cualquier potencial amenaza. Elisa apoya su cabeza en mi hombro, y yo, pegado a la ventana, tengo unas ganas enormes de gritar.

Al fin el motor ronronea y lentamente abandonamos la construcción de hormigón. La gente dice adiós con la mano desde la dársena. Con el paso de las calles, el miedo se va atenuando poco a poco.

El cuerpo tiene un límite y el cansancio, al fin, inunda nuestra intranquilidad. Elías duerme con el cuello tieso, en una pose hierática que da cierta dentera. Elisa descansa en mi hombro, regalándome su contacto, tranquilizándome con su cuerpo. Yo intento dormir, contando los hitos de la autopista. Cada kilómetro cae en mi conciencia como una metáfora de esperanza, susurrándome que estamos dejando atrás el peligro, que en Burgos, si actuamos con cautela, nadie podrá detectarnos.

Duermo. Me despierto. Alguien nos mira. No, me digo, nadie nos ha seguido, nadie sabe que estamos viajando en este autobús. El conductor me saca de un sueño plano con su anuncio de parada. Estamos cerca de Madrid, de mi casa, del origen de esta aventura surrealista. Mi estómago ruge y observo como Elisa y Elías desperezan sus cuerpos, sometidos a la forzada postura del asiento.

Bajamos con las piernas anquilosadas, con las legañas colgando de nuestros ojos. "Tenemos que hacer algo", dice Elisa. "Necesito un teléfono", responde Elías. "Tenemos que contactar con los primos supervivientes". Elisa le mira con recelo. Parece no entender demasiado lo que dice Elías. Él la mira con tranquilidad, fraternalmente. "Si algo extremo pasaba, unos cuantos primos intercambiamos un número al que llamar y dejar un mensaje en clave. Tenemos que unirnos para ser más fuertes. Es nuestra única baza para seguir con vida hasta el día D". Y si alguno está del lado de Elíseo, pregunto. "Es un riesgo que tendremos que correr".

Después de ir al baño, hago cola en el autoservicio del restaurante. Elías llega con un periódico. "Nuevas pruebas en la matanza de Obejo". Un retrato bastante conseguido de Elisa destaca en páginas interiores. "Alguien debió verte al llegar a la casa. Si alguien te ha reconocido en Córdoba, cuando la policía descubra lo que ha pasado, lo asociarán con Obejo. Vamos a tener muy complicado el pasar desapercibidos. Por no hablar de los mercenarios de Elíseo, que seguirán buscándonos. Tenemos que abandonar el país".

Continuará...

19 may 2012

Planeta Roca XII

Elías me zarandea. Mi cara de gilipollas, boqueando como un pez con los ojos cerrados, debe de ser antológica. Cuando reacciono, los roquianos ya han recogido su Megathlon y me observan con apremio. Trato de orientarme; la luz de la mañana entra por la ventana. Miro a Elisa por un instante. "Espabila", me dice.

Elías nos lee el mensaje de su enlace. "Traidores de Elíseo intentan tomar el control de la nave. Nuestra última comunicación ha sido interceptada y mercenarios terráqueos os han localizado. Centenares de primos ya han sido eliminados. Esperamos sofocar la revuelta y recogeros el día D. A partir de ahora, y hasta entonces, estáis solos. Lava en el pecho".

El mensaje cae en el ánimo de Elisa como una losa. Todo por lo que han vivido está a punto de desmoronarse. Elías parece encajar la noticia con más sobriedad, aunque sus ojos caídos no pueden esconder la decepción y la tristeza. Y yo, aunque tan solo lleve unas cuantas horas con ellos, siento una mezcla de miedo y de rabia que me descoloca. "Hijos de puta. Lo de la casa de Obejo ahora cobra sentido", grita Elisa. "Mario, tienes que irte antes de que lleguen."

Y mientras pienso en que me encanta cómo pronuncia mi nombre, llaman a la puerta. Tam, tam. Dos golpes secos, y después, silencio. Elías nos arroja los inhibidores y prepara el ultrasonido. El corazón se me va a salir del pecho. Se acerca sigiloso a la puerta y pregunta. "¿Quién es?". La voz fangosa del dueño de la pensión retumba al otro lado. "¿Se van a quedar un día más o abandonarán la pensión mañana?".

Elías abre la puerta y suenan dos disparos. El inerte cuerpo del gordo cae encima suyo, arrojándolo hacia el suelo. Aún así, es capaz de activar el ultrasonido. Pero tres sombras corren hacia nuestra habitación atravesando el decadente patio. "Llevan inhibidores", dice Elisa. Me apresuro a cerrar la puerta y oigo un disparo que pasa muy cerca de mi cabeza, rompiendo el espejo donde horas antes hacía muecas imitando a Elías. Le liberamos del peso muerto y nos pegamos a la pared, mientras una lluvia de proyectiles rompe los cristales de la ventana, que caen hechos añicos sobre nuestras cabezas.

Elisa se arrastra hasta su Megathlon y saca algo parecido a una bola de billar. La lanza por la ventana y grita "lava". Se escucha una deflagración y gritos de dolor, que cesan tras unos segundos que a buen seguro quedarán grabados en mi afortunada y potencialmente atormentada cabeza.

Elías se asoma por la ventana con mucha cautela. "Parece que no hay más lonfibios en el lodo", susurra. El olor a carne quemada, dulzón e intenso, me provoca una arcada, que acaba con cualquier vestigio del bulzo ingerido durante la noche. Uno de los cuerpos parece moverse. Elisa salta sobre él y le coloca la palma de la mano en su frente, cierra los ojos y aferra con fuerza la mano de Elías, que a su vez toma la mía. Durante unos breves instantes, la intuopía invade mis sentidos. Huele a dinero manoseado, y una voz sibilante que habla de muerte y destrucción se clava en mi cabeza. Unas manos enguantadas muestran tres fotos. Elías y Elisa aparecen borrosos pero inconfundibles. Y la tercera...es mi foto de perfil del Facebook.

Continuará...

16 may 2012

Planeta Roca XI

Tras avanzar por el camino periférico durante unos metros, giramos a la derecha y entramos en otro túnel. "Me voy a dar una vuelta por las cascadas de azúcar", dice Elías, desvaneciéndose al instante.

El túnel finaliza en una plaza gigantesca, pavimentada con roca oscura. La parte alta de las paredes se encuentra iluminada por diferentes colores: rojo, verde y morado. "Son bacterias que reaccionan con los metales de la roca", me explica Elisa. Hay mucha gente andando de acá para allá y la temperatura es templada. "Estamos en el nivel más bajo del volcán. Vamos, te enseñaré nuestra fuente de energía".

Llegamos a las orillas de un lago enorme, de color rojo fuego. Una isla se alza imponente en el centro del lago, con tubos enormes que se elevan más allá de la vista. "En la plataforma se rebaja la temperatura del lago, que sube por los tubos para dotar de energía al resto de los niveles." ¿Por qué dijiste antes que el volcán estaba protegido?, pregunto. "Los lodazales que rodean al volcán lo hacen impenetrable por mar, y la densa bruma impide su conquista por aire. Podrían destruirlo pero renunciarían al único volcán autosostenible del planeta." ¿Tenéis agua dulce? "La condensación de las juncáreas nos da la suficiente para el riego y el consumo".

Llévame a otro lugar. El lugar más bonito que recuerdes, le digo. "No tengo recuerdos reales de mi planeta más allá de estos viajes. Pero hay un sitio al que suelo ir para relajarme".

Caminamos por la nieve sin dejar huella. El blanco va desapareciendo suavemente dando paso a un verde de escarcha, encharcado después y que al fin reluce con la humedad de la lluvia primaveral. Estamos en una inmensa pradera, llena de animales que pastan y beben en un arroyo de agua cristalina. "Es la cima del Volcán de las Nieves. Mira cuántos mutones salvajes, aves de la nieve, licaraces". Elisa se agacha y roza con la palma de la mano una flor negra y violeta. "Es una rinacea. Mira, qué suerte, eso es un lemiño. Quedan muy pocos y no salen mucho de sus cuevas."

Un bicho tan grande como un mamut, cubierto de pelos que parecen rastas, pasta tranquilamente en la orilla del arroyo. Encima, un ave de la nieve, del tamaño de un águila, parece observar nuestros pasos. "El calor del volcán derrite la nieve. Te llevaré a la gruta. Cómo decís en tu planeta...lo vas a flipar."

En efecto. Las caprichosas formas que había visto en mi excursión a Arenas de San Pedro se me antojan ridículas ante este espectáculo. Una bóveda enorme se alza ante nosotros, repleta de colores que mi vocabulario no puede nombrar. Se adivinan formas de seres extraños, preciosos. Un ave de color ámbar, con las plumas blancas y rojizas. Una especie de serpiente de mil colores amamanta a un bebé de diez cabezas. Lanzo una exclamación y Elisa sonríe. Llegamos a unas rocas pulidas por el tiempo y los extraños elementos. Elisa se sienta, me mira y me besa, con la boca abierta, los ojos cerrados y la lengua viva. Yo la recibo tan solícito como puedo, sin llegar a creérmelo del todo. Poco a poco, soy consciente de su sabor, de sus curvas, de nuestro serpenteo.

"Despertad", grita Elías. "Tenemos que irnos de aquí. Saben donde estamos y vienen a por nosotros".

Continuará...

10 may 2012

Planeta Roca X

Las horas pasan y empezamos a ir más borrachos que Natacho. Elías tiene ataques de risa recordándome vestido de Guardia Civil y yo me despollo con su pijama: sudadera de Naranjito y unos pantalones de rayas que ni mi abuelo. Elisa se fuma los petas doblados, y tiene una sonrisa perenne en la cara. Flota en el ambiente la necesidad de frivolizar, de evadirse de lo que está pasando.

Elisa tiene una idea. Propone tomar un par de pastillas y cambiar de tercio. Mientras me explica el proceso, me voy acordando de esta canción (http://www.youtube.com/watch?v=8eVvbNVft5A).

"La primera píldora te quita el sueño, como una ducha fría acariciándote los poros. Mezclamos la esencia de una hoja pequeña y verde llamada cola, y que vosotros llamáis coca, con la de la caprina, que activa tu riego sanguíneo."

"La segunda píldora te llevará a los volcanes de nuestro planeta. A nuestras calles, a nuestros huertos, a nuestras entrañas. Su composición es una mezcla de muchos seres. Líbeas que nacen en las áridas rocas, hongos del lodazal o cultivos del Volcán de la Vida."

Veo claro que es la mujer de mi vida. Solicito las píldoras al instante. Bulzo con la primera y Mahou con la segunda, con la tranquilidad del saber que si se me va la mano, tengo a una mezcla del Samur y del doctor House en el cuarto.

El efecto es tan tempranero que me pilla meando en el baño un poco escorao. En el mismo instante de sacudírmela para no dejar gotas, lo noto...soy el puto amo. Repaso mis últimas horas y se me saltan las lágrimas de alegría. Mírate, Mario, mírate al espejo. Estás viviendo una experiencia única. Quizás no has dormido las suficientes horas para saber si esto es un sueño.

Salgo del baño. Observo que la movida étnica que me he metido (jódete Macaco) también ha hecho efectos en estos dos. El Megathlon vuelve a dejarme pasmado. Elías saca una movida que parece una caja de cerillas, que se despliega como un transformer hasta convertirse en dos altavoces y un subwoofer. Pero pequeños. Los pone al 2 y la habitación retumba un poquito.

Al principio no comprendo la melodía, pero poco a poco va entrando en mi cabeza. Me transporta a una especie de túnel. Está bien iluminado y es bastante ancho. Voy andando con Elías y con Elisa. ¿Dónde estamos?. "Tu intuopía nos ha traído al Volcán de los Lodos. Ahora estamos caminando hacia uno de los caminos periféricos del volcán"

Al final del túnel se ve una luz. Parece solar, pero es muy tenue, como cubierta por una bruma eterna. Al salir se abre un camino excavado en la ladera del volcán. El suelo, bien pavimentado, la barandilla, bastante alta, y la pared, gigante. Todo hecho de roca oscura. Más allá, tras la bruma, nada se ve ni con la pildorita. Pero debajo, a unos 200 metros, se puede adivinar una selva de algo que parecen juncos.


"Es curioso. Este volcán es de los pocos que conservamos. Confiamos que a nuestra vuelta todavía siga estando protegido. Vamos, te enseñaremos sus cobijos." Elisa me coge de la mano y empieza a correr. Hay gente pero no nos ve. Pasamos como fantasmas entre sus cuerpos.

Continuará...

5 may 2012

Planeta Roca IX

Me tomo mi tiempo. Como suele pasar, de tanto pensar en el momento, cuando el momento llega, te supera un poquito. Me bebo el resto de bulzo que queda en el vaso de plástico, le doy un par de calos al peta y comienzo, sin orden ni concierto, a lanzar mi retahíla de preguntas.

¿Dónde está vuestra nave? "No lo sabemos. Nos dejaron en una isla del Pacífico y desde allí volamos hasta nuestro destino", responde Elías.

¿Por qué sabéis tanto de nosotros? "De los 110 años de viaje, los últimos 20 hemos estado en la Vía Láctea, con acceso a vuestros satélites. Nuestro estudio se ha dividido en varias materias: Arraigo a la Roca, Intuopía, Cosmoética, Historia de la Tierra, y después, Costumbres y Lengua, cada primo con su aprendizaje específico según el destino seleccionado", dice Elisa.

Decidme algo en vuestro idioma. "En la Roca se hablan más de 52 lenguas. Elisa y yo, al nacer en la nave, hablamos el berciano, la lengua común. Arungaralar desarterero". Elisa se descojona. "Afeitate de una puta vez", me traduce Elías.

¿Qué sois?. "Según lo que conocemos de vuestra especie, somos como vosotros. Gozamos de vuestras mismas funciones vitales. Los mismos órganos, la misma ponzoña, aunque aprovechamos bastante más nuestra masa cerebral. Esto nos permite tener acceso a una tecnología más avanzada, aunque también está más avanzada nuestra autodestrucción. Por ponerte un ejemplo, la esperanza de vida de un roquiano, antes de la guerra, era de 102 años", me cuenta Elisa.

¿Cómo es vuestro planeta? "Más extremo que el vuestro. Estamos más cerca de nuestro sol que vosotros, pero su fuerza es más débil. Un 50% del territorio es rocoso, inhabitable en condiciones naturales más allá de los 2.500 metros por encima del nivel del lodo. La temperatura media en el exterior es de 2º centígrados". ¿Lodo? "Sí. No tenemos mar tal y como vosotros lo conocéis. Los lodazales ocupan un 48% de la superficie. Hay partes navegables, y zonas impenetrables. El agua posee una concentración salina 20 veces superior que vuestro Mar Muerto". ¿Tenéis agua dulce? "Sí, mucha más que vosotros. En las zonas montañosas la nieve es perpetua. La deshelamos y la transportamos por aire para nuestro consumo, para el riego y para generar energía residual", dice Elisa.

El 2% que queda...¿qué es? "Nuestra civilización, nuestro bienestar, lo que nos ha permitido desarrollarnos y lo que le ha sido arrebatado a la mayor parte de los roquianos. Los volcanes".

Me paro un instante. Apuro el peta y pruebo a mezclar el Blue Goat con el bulzo. Un sabor nuevo pero agradable golpea mis extrañadas papilas. Elisa y Elías me miran, le dan un trago a la birra y empiezan a cundir el huevo de Ahmed. La noche es larga, y mi curiosidad corre el riesgo de morir de sobredosis de información.

Continuará...



4 may 2012

Planeta Roca VIII


De vuelta a la pensión me detengo a comprar unas birras, un OCB y unas chocolatinas en una tienda de pakis. Tras fumarme el petilla con Ahmed, el camellito, se me ha levantado un hambre atroz que andaba sepultada por las últimas emociones vividas.

Entro en la habitación. Elisa duerme en la cama y Elías teclea en su Peer dorado recostado en la cama supletoria. "Mira", me dice en voz baja. La portada de la web del Diario de Córdoba no puede ser más reconfortante: "Tragedia en Obejo. Un hombre de 73 años asesina a su mujer y a su hijo con una escopeta de caza para después poner fin a su vida". Todavía es pronto para encontrar más información, pero este primer titular ha tranquilizado a Elías, que sonríe con amplitud mientras comenta: "Qué hambre tengo".

Despertamos a Elisa, que se despereza como un felino en la copa de un árbol. Sus ojos, del color de la miel, su nariz recta y su cuerpo, moreno y terso, son un regalo para la vista. ¿Queréis que vayamos a cenar?, les propongo. "Sí, me comía un mutón salvaje", dice Elisa.

Buscamos algún lugar tranquilo. Les explico la variada gastronomía cordobesa. "Queremos salmorejo y ensalada de naranja. También unos flamenquines". Elías saca dos pastillitas del bolsillo, le da una a Elisa y se toma otra. "Es un protector estomacal. Nuestro aparato digestivo no está inmunizado como el vuestro". Lo vais a necesitar, respondo, que os tengo preparada una pequeña celebración, anuncio.

Devoramos los platos con fruición. Los roquianos comen todo con apetito, y se beben el vino con casera como si fuera agua. "He estado hablando con mi enlace", dice Elías en el postre. "124 primos han comunicado incidencias de diversa consideración. De ellos, casi todos pertenecen a tu enlace". "No entiendo cómo, pero la gente de Obejo me estaba esperando", responde Elisa. Tras un breve silencio, Elías apura el vino y dice: "Elíseo tiene que estar detrás de todo esto." ¿Quién es Elíseo?, pregunto. "Uno de los responsables de que nuestro planeta esté en peligro. Tendrá infiltrados en la nave. Ya he enviado un mensaje codificado. Espero que a estas alturas le hayan descubierto".

Elías saca un billete de 50 euros. Los observo detenidamente. La verdad es que a simple vista son idénticos a los nuestros. ¿Cómo lo habéis hecho? "Imprimiendo las copias en la nave. Los euros han sido bastante fáciles de falsificar. La marca de agua es de la época de la pre-lengua".

Regresamos a la habitación. El vino ha levantado un rubor en las mejillas de Elisa. Elías actualiza la información del periódico local. "La Guardia Civil está investigando el lugar del espantoso crimen. La matanza sucedió entre las 18.30 y las 19 horas. Extrañamente, nadie oyó nada durante esas horas". ¿La gente no recuerda nada después de haber estado paralizada?, pregunto. "Es como un sueño", responde Elisa.

Sentados en la pequeña mesa, abro una cerveza y les miro a los ojos. "¿Podéis saber lo que estoy pensando?", pregunto directamente. La risa de Elisa me desconcierta un instante. Elías, más serio, responde: "No exactamente. Tenemos muy desarrollada la intuopía. A través de la observación y del contacto, somatizamos lo que estás sintiendo y llegamos a comprenderlo."

Elías saca del Megathlon una botella oscura, opaca. "Esto es bulzo, un destilado de raíces que bebemos en la Roca. Mezclado con blue goat tiene un sabor excelente". Esto es birra, un fermentado de cebada que fresquito también tiene un sabor excelente, aunque imagino que ya lo sabíais.

Mientras brindamos, me voy haciendo un petilla. Elisa mira con curiosidad, se acerca al macuto y saca tres pastillas. "Son para el deshielo. Mañana estaremos como nuevos, porque imagino que la noche va a ser movidita". El bulzo tiene un sabor dulce, y templa el esófago en su caída. Le paso el peta a Elisa. Le da una calada honda y se traga el humo con naturalidad mientras dice: "Estamos a tu disposición. ¿Qué quieres saber?"

Continuará...

2 may 2012

Planeta Roca VII

El sol tiñe el horizonte en el camino a Córdoba. Al llegar a la ciudad, las luces de las farolas ya se han encendido. El tráfico es denso y las aceras están plagadas de gente. La fiesta de los Patios viene a mi memoria.

El cuerpo de Elisa se aferra firme pero relajado. Me tranquiliza. Tras un par de preguntas a los transeúntes no me cuesta encontrar el lugar indicado por Elías. La pensión Los Arcos se aleja un poco del centro. Su fachada encalada ofrece algunos desconchones y la puerta está abierta. Da acceso a un patio cuadrado, con una fuente de piedra en medio y cuatro pequeños jardines a cada lado. Decenas de macetas cuelgan de las blancas paredes. Pero todo está descuidado, decadente. Y la mesa de recepción, vacía. Si acaso los geranios cantan la oda a la supervivencia con algunas flores. "Se parece a la risueña", rompe el silencio Elisa.

"Buenas noches", lanza una voz. Un hombre grande, gordo y con la nariz redonda entra por la puerta con dos bolsas del Mercadona. "Estaba haciendo la compra y mi madre no les habrá oído. ¿Quieren una habitación?" Sí, respondo. Queremos una habitación triple. "Aquí las habitaciones no son muy grandes y no tengo una con tres camas individuales. ¿Les vale una de matrimonio y una supletoria?".

Sí, no hay problema. Saco el DNI y la tarjeta mientras sopeso las probabilidades de compartir cama con Elisa y mandar a su primo a la cama de mierda. "Sólo admito pagos en efectivo. Serán 60 euros la noche. Cuanto tiempo van a quedarse?" Dos noches, responde Elisa, mientras entrega 150 euros al gordo.

La habitación supera mis expectativas. Sábanas limpias, agua caliente con buena presión y papel higiénico. Y una cama de 1,20. "Luego les traigo la supletoria"

Solos en la habitación, Elisa deja el macuto, se sienta al borde de la cama y lanza un suspiro, largo, eterno, como un pedacito de alma. Te dejaré sola. Voy a dar una vuelta, le digo. Ella me mira, se levanta de la cama y se acerca. Me sonríe y me da un beso cariñoso en la mejilla. Un beso redondo, con los labios posados de lleno.

Me lavo la cara, riego al canario y salgo a la calle. Paseo alejándome del bullicio, evitando las aglomeraciones de la Fiesta. Y enciendo un piti, que actúa de encendedor de mi conciencia. "Recapitula, Mario", me dice. "Hace 24 horas estabas en casa viéndote unas series en el portátil y escribiendo tonterías en el blog y ahora estás con dos desconocidos, extraterrestres para más inri, y que han asesinado a tres personas a sangre fría. Y encima te quieres follar a una". Debes de reconocer que no se parece a Elías en nada, me defiendo. "Sí, tiene un algo que nos tiene locos", me concede.

El diálogo con mi conciencia termina con la voz de un marroquí, que me pregunta si quiero hachís. Miro hacia arriba y me doy cuenta de que estoy en el barrio de las Moreras. Tras negociar fieramente y hacerme un porro con el camello para probarlo, le compro un huevo más o menos decente. Esta noche los del Planeta Roca van a tener que someterse a mi interrogatorio.

Continuará...


1 may 2012

Planeta Roca VI

La maniobra de Elías es rápida. Me coloca algo parecido a una pila de botón, una en cada oído, y recupero la movilidad al instante. ¿Pero qué cojones es esto?, grito. Elías me pone una mano en el hombro, y con la otra, sujeta cálido mi frente. "¿Confías en mí?", pregunta. Y a estas alturas del cuento, ¿quién diría que no?

Corremos hacia el interior de la casa. Su cuerpo derrocha urgencia. Explícame, le grito. "He lanzado una frecuencia de ultrasonidos. Con los inhibidores estamos protegidos". ¿Qué alcance tiene? "Todo Obejo está paralizado".

Al doblar la esquina, un cuerpo yace en el umbral de una puerta. Es un hombre joven, fuerte, tendido boca abajo con una bata naranja desabrochada y una escopeta de caza a su lado. Más allá, en la cama con cabecero, mi princesa Leia necesita un beso que la libere de su alarma 1. Está desnuda, y el pudor me impide mirarla fijamente.

Elías le coloca los inhibidores y Elisa se incorpora. Nuestros ojos se encuentran un instante. Al instante siguiente, se abalanza sobre el hombre tirado en el suelo, le da la vuelta y le descerraja un tiro en la cabeza con la escopeta de caza. Elías grita e intenta alcanzarla, pero no llega a tiempo.

Elisa, temblando, deja la escopeta en el suelo y recoge lentamente su ropa y su macuto. Unos vaqueros negros, un jersey verde de cuello vuelto y unas converse moradas. "Id saliendo", dice Elías. "Hay que arreglar esto".

Los protocolos se crearon para ser rotos, y hay que pensar sobre la marcha. Elías se agacha ante el cuerpo, le abrocha la bata y le arrastra con dificultad hasta el pie de la cama. Ya en el patio, miro hacia atrás y veo cómo carga con la vieja y la lleva hacia la cocina. Otro tiro suena amortiguado levemente por los azulejos de colores. Por último, sienta al viejo en medio del patio, en una mecedora algo desvencijada. Con la manga del traje del agente Romero, limpia cuidadosamente el arma y se la coloca en la mano, le mete el cañón en la boca y aprieta el gatillo.

Nos reunimos ante las grandes puertas que dan acceso al exterior. "¿Quién eres?", me interpela Elisa. Soy Mario. Tu primo vino a mi casa y hemos venido a ayudarte. Elías interrumpe. "Ya habrá tiempo para presentaciones. Tenemos que irnos de aquí."

Nos apresuramos hasta las ruinas del fracaso inmobiliario. Yo recupero mi anterior atuendo y Elías el suyo. "Bajaremos los tres en la moto y me dejaréis en el desvío de la autopista. Seguiréis vosotros y nos veremos en esta pensión de Córdoba. "Sabían que venía, me estaban esperando. Ese cabrón iba a violarme", replica Elisa. Tras unos segundos en los que puedo leer la confusión en los ojos caídos de Elías, dice: "Esto es muy extraño. No te comuniques con tu enlace en la nave".

El sonido del motor me hace volver de pronto a la realidad, sin saber cómo digerir estos instantes, surrealistas, brutales. Pero me siento extrañamente tranquilo, normalizando la situación. Dejamos a Elías en la marquesina de un autobús con destino Córdoba y nos quitamos los inhibidores. Y acelero con los brazos de la princesa rodeando mi cintura.

Continuará...

27 abr 2012

Planeta Roca V

El desvío a Obejo es un cartel apenas visible que da acceso a una comarcal mal asfaltada. Si no fuera por las indicaciones de Elías, que lleva su Smartphone en la mano, probablemente habríamos dado más de una vuelta.

El viaje ha sido intenso, todo lo rápido que podría ser dadas mis habilidades y la capacidad de la moto. Unas cuantas casas se divisan a lo lejos, rompiendo la monotonía de los alineados olivos y de las caprichosas encinas. Son las 6 de la tarde y el calor primaveral convierte el pequeño pueblo en un lugar silencioso y solitario. "Apaga la moto", me dice Elías. "Seguiremos andando."

¿Cuál es el plan?, pregunto. "Elisa ha mandado una alerta 2. Significa que tiene comprometida su libertad de movimiento". ¿Y cuál es la 1?. "Peligro de vida. El protocolo dicta encontrar una base, mimetizarnos y actuar. Esa casa en ruinas servirá".

Los efectos de la crisis han llegado a Obejo. Desiguales ladrillos descansan sobre unos cimientos de hormigón. La alambrada derruida no es obstáculo, aunque Elías tropieza y deja una pequeña huella en forma de jirón de pantalón de campana.

Su macuto es una cajita de sorpresas. De él saca dos trajes de la Guardia Civil, antiguos pero creíbles, y una bolsa al vacío que al abrirla se hincha hasta alcanzar la forma de un perfecto tricornio. No me salen las palabras, y Elías me pregunta con una expresión hasta ahora desconocida: "¿Dará el pego?". Yo creo que sí.

Sacándome los gayumbos del culo, y recogiéndome los pantacas, que me quedan largos, nos aproximamos hacia la casa donde está retenida Elisa. O el tallaje es erróneo o la Benemérita tiene que tener el ojal un poco al viés. Elías me da las últimas coordenadas: "Tú eres Bermejo. Yo seré Romero". Como Curro, replico fervoroso...

Entre su gesto de incomprensión ante el comentario y el sonido del timbre pasan décimas de segundo. Una voz desconfiada pregunta "quién va" desde detrás de la mirilla. Elías responde nítido y andaluz, con los matices de un cordobés montaraz: "Guardia Civil. Agentes Bermejo Y Romero". Tras unos segundos de silencio, una mujer seca, canosa y oscura descorre el cerrojo.

¿Qué quieren?, masculla entre encías. Ha habido un accidente kilómetros abajo y necesitamos ayuda, lanzo sin pensar. ¿Dónde están Ruiz y Cepeda?, replica una voz lejana. Un viejo ancho de brazos, con el pelo blanco como la nieve, se yergue con pose amenazante al fondo del patio.

"Están abajo con los cuatro heridos en el accidente", sale al quite Elías. "Estamos pidiendo medicamentos y sábanas limpias a los vecinos porque la ambulancia no llegará hasta dentro de media hora".

El viejo duda. Se siente incómodo pero accede. "Esperen aquí. Águeda, dales lo que piden".

Le echo una mano, digo. Sigo a Águeda por el patio de naranjos. Y al pasar el umbral que da acceso a la cocina, caigo al suelo paralizado. Mis ojos intentan observar lo que está pasando alrededor. Ven a Águeda en el suelo. Ven al viejo en el suelo. Y ven a Elías corriendo hacia mí. "Elisa ha mandado la alerta 1".


Continuará




24 abr 2012

Planeta Roca IV

A la altura de Aranjuez se enciende la luz de la reserva. Hemos recorrido unos 70 kilómetros en escasa media hora volando por la R-4, donde según la información de Elías no había ni radares móviles ni presencia de Guardia Civil.

Al parar la moto y observarle, recuerdo el corte de su ceja, que había ido cayendo en el olvido a medida que me concentraba en la conducción. Su cara, tras el casco, está cubierta de sangre. Habría que curarte eso, le digo. "En lo que llenas el depósito me curaré yo mismo. Tengo un botiquín en el macuto."

De un bolsillo interno saca una maleta negra con una X blanca, una aguja, hilo, y un frasco de Betadine. Anda, usáis el mismo nombre que nosotros, le comento sorprendido. "Esto lo he comprado aquí. La macromina venida de la Roca se nos ha echado a perder y no hemos podido producir más durante el viaje. Había que guardar el yodo y el ireladio para los partos, primera prioridad estratégica."

La inmensa curiosidad me asalta de nuevo. A simple vista, con esa sangre roja, Elías parece completamente humano. Su especie, sin embargo, se intuye más desarrollada, con una tecnología más avanzada y una organización superior, pero con detalles tan paralelos a los nuestros que mi confusión va creciendo por momentos. Bueno, ya habrá tiempo de aclarar mis dudas, de saber.

Cuando estoy pagando la sopa, unos snacks mata-hambre y dos botellas de Aquarius, Elías aparece por las puertas mecánicas con un pequeño esparadrapo en la ceja, bastante recuperado a la vista. Luce una sudadera limpia de Malcom X y unos pantalones rojos de campana. A pesar de sus ojos caídos, su nariz aguileña y su boca con labios excesivamente gruesos, una amplia sonrisa reduce un tanto mis preocupaciones. "Cuando estemos con Elisa, tendrás tiempo de preguntarnos lo que quieras."

Elías da cuenta del Aquarius de un largo trago y rechaza los Doritos con amabilidad. Yo me meto un buen puñado en la boca, y con el glutamato pegado a mis muelas reanudamos la marcha.

Los kilómetros caen vertiginosos y mis pensamientos navegan entre dos orillas. Entre el anhelo de que la promiscuidad seleccionada haya actuado eficazmente, alejando a mi princesa Leia de cualquier parecido físico con su primo, y la extraña sensación de que Elías tiene la capacidad de leer mi mente...


Continuará

23 abr 2012

Planeta Roca III



Mientras Elías alicata el baño de mi abuela (el cambio de alimentación le habrá producido ciertos desarreglos), yo me voy espabilando poco a poco. Dudo de la utilidad de mis respuestas y comienzo a pergeñar las preguntas que le voy a plantear cuando llegue el momento.

Un aparato que bien podría ser un Smartphone suena con una extraña melodía, arrancándome de mi ensimismamiento y a Elías de su evacuación. Sale precipitado del baño con los pantalones pitillo a medio subir, lo que le hace tropezar con el candelabro de plata situado a la derecha de la puerta del salón. Un escorzo cómico le envía de bruces contra el radiador mientras grita "alarma". Y yo pienso: vaya hostia.

Cariacontecido, ayudo a Elías a incorporarse y le alcanzo el Smartphone. Del baño sale un olor hediondo, como el de una mala resaca. Algo en mi interior me dice que en el planeta Roca los aparatos digestivos son muy parecidos a los nuestros. Entre la urgencia y el dolor, Elías acierta a balbucear unas palabras ante mi gesto: "la fiesta de despedida se nos fue de las manos. "Mucho Blue Goat mezclado con Bulzo".

Toquetea su pantalla táctil a un ritmo desenfrenado. Un fino hilillo de sangre le corre por la ceja derecha. "Tengo que irme" Cómo, pregunto entre sorprendido y decepcionado. "No te puedo contar demasiado. Una prima de nave ha mandado un mensaje de alarma, y por cercanía, me toca a mí ir a buscarla". ¿Dónde está? "A unos cientos de kilómetros" ¿Cómo irás? "Desde la nave me están buscando el medio más eficiente"

Sin pensarlo, le propongo algo: yo puedo llevarte, tengo la moto abajo. En poco tiempo podrás estar con tu prima.

Elías niega al instante, pero algo me dice que está sopesando la idea. "Rompe los protocolos, pero...la alarma era de segundo nivel. Vamos!"

Elías sigue tecleando en su Peer dorado. Coge su macuto del Megathlon, yo me meto un par de mudas y de camisetas en el mío y le tiro un casco a la carrera. Dónde vamos, pregunto. "A un pueblo llamado Obejo, en Sierra Morena".

Y mientras me pregunto cómo coño han elegido el destino de sus primos de nave, acelero mi Honda CBR por la M-30 con un alienígena de paquete. Con su sudadera de Jordan, el casco de Hello Kitty que le he prestado y una ceja que quizás necesite sutura, como nos pare la Guardia Civil vamos a tener problemas.

Pero sé que he nacido para esto, para ser un héroe. Su prima de nave aparece en mi enferma mente como mi princesa Leia (cuánto daño ha hecho Star Wars)...


Continuará

21 abr 2012

Planeta Roca II

Elías tiene una voz cadenciosa. "Para sistematizar la información necesito respuestas concretas, directas y sinceras". Le escucho y le entiendo, recibo sus palabras con lucidez, en un agradable letargo.

"¿Temes que el mundo se acabe?" Más que el mundo, mi especie, y más que temer, lo imagino.

"¿Cómo crees que ocurrirá?" Fruto de una catástrofe natural, de una guerra, de una epidemia o de una evolución hacia otra especie.

"¿Cómo defines tu existencia?" Pequeña, en el pequeño lugar de este salón, en el egoísmo de creer que daría la vida por los míos. En la pequeña certeza del saber que no llegaré a esos extremos.

"¿A quién odias más?" A mucha gente y a nadie.

"¿A quién odias?" Al presidente, a un policía, al rey, a mi jefe, a los que son del bando ganador conscientemente, porque hacen caer a otros hacia al otro bando.

"¿Tenéis dos bandos?" Quizás. O quizás más.

"¿A qué bando perteneces?" Al ganador. Con amagos de perdedor, aunque no soy más que un falso esquirol.

"¿Cómo evitarías el fin de tu especie?" No creo que fuera capaz. Ni estoy seguro de querer evitarlo.

"Repito. ¿Cómo lo evitarías?" Quemando, asesinando, sacrificando mi existencia. O esperando en un rincón.

¿Serías capaz de sacrificar tu existencia?" No. Tengo algo que perder. Igual no es nada. Igual es demasiado. Tus primos recibirán datos contrarios.

Elías sigue tecleando por unos instantes. Con pausa, se quita el sombrero, recoge su péndulo verde y me arranca con voz suave, pero firme, de este extraño letargo:

"La nube vacía calla
y el niño mojado duerme,
el agua templada amansa
la roca desde su vientre.
Grita niño, grita fuerte,
que la nube ya descansa.
Solitario y desolado,
tus lágrimas traerán suerte."

Y tras unas décimas de agradable pérdida, Elías me pide permiso para ir al servicio.

Continuará

20 abr 2012

El planeta Roca I

Esta tarde ha llamado a la puerta un tipo un poco raro. Creía que era el del gas pero ha resultado ser un menda de un planeta lejano pero muy parecido a la Tierra.

El sólo lo conoce por lo que le han enseñado en la nave, donde ha vivido todo este tiempo. 60 parejas zarparon del Águila Centenaria hace 110 años y se han venido reproduciendo hasta hoy. Tienen un único objetivo: llegar a la Tierra para salvar el planeta Roca.

Bien entrenados, bien alimentados, evitando la endogamia con una promiscuidad seleccionada y sobre todo, gracias a un GPS cojonudo, 537 primos de nave han llegado a la Tierra. Y mira tú por dónde, Elías ha caído en mi casa.

Me habla honestamente, sin ambages. Me cuenta su historia y me adelanta sus métodos: "Voy a sacar un péndulo y un sombrero rosa y te voy a cantar una nana. Te vas a quedar medio sobado de buen rollo. Te preguntaré cosas y me las contestarás a tu aire. El despertar será bueno, descansado y sin deshielo". ¿Sin deshielo?, le pregunto. "Sin dolores de cabeza ni vómitos".

Le miro, raro él, con su sudadera arrugada de Michael Jordan, sus pantalones de pitillo y sus Ewing rojas. Él me entiende: "Se nos jodió la máquina estampadora de la nave hace 30 años". Su sinceridad me llega a la patata y le digo que sí.

Me siento en el sillón verde con orejas y cojín a juego de mi abuela y le cedo la silla forrada de tela con respaldo de madera. Elías abre su macuto del Megathlon, saca un péndulo verde y una especie de tableta en la que puedo ver el símbolo de una pera dorada.

Y antes de empezar, le hago prometer que después contestará él a mis preguntas. Y lo hará a mi modo (quiero verle fumado al lado del brasero). El sombrero es muy bonito, el péndulo empieza a oscilar y la nana me arrulla:

"De la roca nació un niño,
tan extraño y desolado
que al llorar la nube llena
ya le mece con cariño.
Llora más, oh niño mío,
que mi llanto será pena
y en el agua del estío
sentirás la yerbabuena"

Y las preguntas van cayendo una a una...

Continuará

22 mar 2012

Demonización del Islam

Una chica de 15 años. Un cabrón de 20. Él la conoce, la desea. Un día, fuerza un encuentro cuando vuelve de coger agua en el pozo. Y la viola.

Abida (o Eva) vuelve a casa. Agredida, no sabe cómo expresar lo que siente. Su indefensión, su vulnerabilidad, estalla al fin tras un par de días. Su madre le pregunta: "¿Qué te pasa?" Y ella llora. Al fin logra expresar su amargura en el lenguaje universal .

Poco a poco reúne el coraje. Lo cuenta todo: "Ahmed (o José), el hijo de Fátima (o la Pilarica), me violó en el camino del Pozo Hondo. La madre escucha. Se muerde los labios hasta saborear el amargo rojo. Su niña...

La madre medita. Dócil pero firme, habla con su marido, el pater familias. De puertas hacia fuera él habla, manda, impone su tradicional gallardía. Los valientes vengan. Los cobardes piensan. En el pueblo son pocos. Se conocen todos.

Al día siguiente visitan a Mohamed (o Eulalio), el Juez de Paz de la aldea. Escucha cariacontecido el relato de boca del padre. La hija se ha quedado en casa y la madre, de vez en cuando, intenta añadir algún dato.

Eulalio (o Mohamed) medita. Animalillo él, educado en la tradición, piensa en sus ancestros, en la paz social, incluso en la pobre Abida (o Eva). "Si esto se sabe en el pueblo, nadie querrá casarse con ella". Al día siguiente convoca a ambas familias y propone: "Este hecho es muy grave". "Lo mejor para todos es que esto no trascienda. Y que Abida (o Eva) y José (o Ahmed) se casen. Con el tiempo serán felices y darán hijos fuertes para sembrar la tierra".

Hay dudas, miradas al suelo. Fatima contiene sus lágrimas. Derrocha por dentro tristeza, que acaso es rabia. Su marido, cobarde, vasallo, baja la cabeza. En cambio, la familia de Mohamed (o José) acepta sin pensar.

Al final, el honor, vacía y proclamada palabra, prevalece. El "bien común", asesino del débil, baña en pesadillas el alma de Eva (o Abida). Y tras meses de penumbra, ya no aguanta más. El matarratas del zoco es suficiente para acabar con todo. Otras aguantan estoicas. Otras escaparán y buscarán mejor suerte. Por los siglos de los siglos.

Esta historia ha pasado hace unos días en un pueblo marroquí. Pasó hace no muchos años en mil pueblos de España. Y, tristemente, seguirá pasando en muchos puntos del planeta con falta de desarrollo, de educación, de justicia basada en derechos inherentes al ser humano. Musulmanes, católicos, budistas, hinduistas, taoístas, animistas...

27 feb 2012

Un día cualquiera

"En tu bolsillo hay que joder, te queda lo justo para comer. Pasado el rato decides gastar lo poco que tienes para privar". Kualquier Día, de Piperrak.

En la pensión, Juan pasa el tiempo justo. Duerme, caga, vomita cuando vuelve demasiado borracho y se ducha, pero poco, porque el agua es muy cara.

Hace tres años, Esperanza Aguirre privatizó el agua de Madrid, y la empresa adquiriente, Coca Cola, decidió aumentar sus beneficios tras dos años de buen servicio y estabilidad de precios.

La pensión no contributiva le aporta a Juan lo justo para tener techo y financiarse los cafés y el alcohol en el bar de la esquina. Sus otras necesidades básicas están cubiertas. Es alimentado en un comedor social de las monjas Carmelitas y con bastante frecuencia se acuesta con Eva, una alcohólica que también vive en la pensión.

Su aspecto avejentado le hace aparentar más edad. Sus antes fuertes brazos por su trabajo de encofrador se desmoronan hoy flácidos en sus costados. Cuando el trabajo se acabó, ya no volvió. Después de tres años de cobrar la prestación de desempleo, apurando las prórrogas del Gobierno, el dinero se esfumó. Tras sacar los ahorros de los colchones y ordeñar las escasas rentas de sus padres, las facturas se hicieron insostenibles. La hipoteca, los chavales, esos gastos corrientes antes insignificantes...toda una bola de nieve que fue minando su autoestima, que fue destruyendo su capacidad de supervivencia en el sistema. Eso le costó el divorcio, y la soledad le empujó a la bebida.

Hoy Juan ha comido lentejas y ya está en el bar con una copa de coñac y un café solo. En la televisión, la cadena privada Telemadrid, abre los informativos con los últimos enfrentamientos entre "la guerrilla callejera y la policía en el distrito centro de Madrid".

En la publicidad, Alberto Contador, recién retirado del ciclismo, anuncia un nuevo producto con su blanca sonrisa: "Qué rica está. Me quita la sed al instante. Compra la botella de plástico reciclado a solamente 1,5 euros. Porque, del agua de Madrid al cielo..."

11 ene 2012

La paradoja del capitalismo


Hace tiempo que me pregunto si estaré perdiendo facultades. Supongo que nos pasa a todos los que tenemos una edad, por ridícula que sea. El caso es que entre multitud de días en la Universidad, nunca olvidaré el primero. Normal, diría Punset. "El cerebro es un sabio seleccionador de recuerdos".

Nuestros profesores nos recomendaron ciertos libros indispensables. El más gordo y el más caro era el de Microeconomía. Lo había escrito un tal Stiglitz y valía 8.000 de las "antiguas pesetas", como diría mi abuela. Este señor, que años después se cayó del caballo como San Pablo y renegó de toda su mierda, definía el capitalismo como "el orden social que resulta de la libertad económica en la disposición del beneficio a partir de la propiedad privada". Bonito, cumbre de toda una lucha. Oferta y demanda, libertad para los hombres ante un modelo contrapuesto, ante el muro del comunismo.

Eran otros tiempos. Había palos y subterfugios, conquistas y colonialismo. Los políticos tomaban decisiones relevantes. Gorbachov decidió, y Reagan y Thatcher también lo hicieron. La desrregulación salvaje y la tecnología convirtieron el producto en humo, y el dinero físico en montones de números virtuales viajando a la velocidad de la luz. Todo rincón de la tierra fue alcanzado con sus ramas, y sus raíces yacieron impunes en paraísos escondidos. Cuando los políticos se quisieron dar cuenta, sus armas legisladoras no tenían pólvora para frenar tanta horda privada. Globalización...

Hoy, el modelo estudiado hace aguas. Su sostenibilidad, impensada, camina por una cuerda inestable. Los que tenemos arnés nos vamos salvando, y los que no, caen al vacío en infinitos escorzos.

El 2011 nos trae datos crudos. La libertad anhelada toma forma de monopolios, duopolios y oligopolios. 500 multinacionales controlan el 51% del PIB mundial. 200, el 27%. No hay más que pensar en lo más cercano. Google, Coca-cola, Nike, Apple, Telecinco, Antena 3, Santander, Real Madrid, F.C. Barcelona o Carrefour. La concentración crece cada vez más, y con la crisis, la ley de la selva, la selección natural que reza aquello de "el pez más grande se come al más pequeño", animaliza nuestra humana superioridad.

Y detrás de cada emporio, personas. El pasado año, Rolls Royce batía su récord en ventas mientras que la pobreza extrema aumentaba en todos los países del mundo, incluso en aquellos enjambres de bienestar construidos a base de "libertad". 90.000 privilegiados con arnés de oro detentan el 5% de la riqueza mundial.

Quizás sea nuestra naturaleza. Localizar cebras heridas. ¿Eslabón más o culmen de la evolución?. ¿A hostias aprenderemos a cooperar y a compartir, o nos extinguiremos como dinosaurios inadaptados?

El caso es que ese libro, que jamás volveré a leer, se dejó muchas cosas en el tintero. Cada día que pasa, ese "orden social" se parece más a la película de los Inmortales. Porque, llegados a este extremo, "sólo puede quedar uno"...