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31 may 2012

Planeta Roca XIV

Comemos rápido y en silencio. De vez en cuando levanto la vista y observo el lenguaje corporal de los roquianos. El pollo asado está seco y el arroz con tomate, apelmazado. Enguñen la comida sin saborear, y prefieren guardar el yogurt de plátano para más tarde. Quién iba a decir que se parecen un poco a mi abuela.

Desde la megafonía anuncian la marcha de nuestro autobús. Mi viaje transcurre en un duermevela de incomodidad. En cambio, éstos dos duermen profundamente, como si alguien les hubiera desconectado y esperara con paciencia hasta volver a darles la vida. Mi cabeza es un gurruño de pensamientos encontrados. Asustado, ilusionado, confundido. Anhelando mi cueva y al instante siguiente pensando en la logística necesaria para salir con vida.

Pienso en pelis que han llenado mis horas. Fugitivos inocentes perseguidos por los falsos buenos. "Pasa desapercibido, no te fíes de nadie. Evita las cámaras de seguridad, las tarjetas de crédito, los teléfonos móviles". Maldigo a Hitchcock y a todas las series de la CIA que me he comido. Me duermo, sudo, me despierto. Y estos cabrones sobando. Elías se permite el lujo de roncar rítmicamente.

Al fin, la catedral de Burgos se yergue en el horizonte. El sol ha comenzado a enrojecer el cielo, proyectando su muerte diaria en las nubes. El conductor conecta el micrófono y anuncia nuestra llegada. Elisa se despereza y me mira extrañada. "He tenido un momento de desorientación". No somos tan distintos, pienso, y le doy un beso en la mejilla. Elías sigue dormido, cargando las pilas de su hiperactivo cerebro.

En la estación, todo parece normal. Recogemos nuestros macutos y sacamos algo de abrigo. Elisa se pone un jersey negro de punto, Elías una sudadera horrible de Queen, y yo una camiseta de manga larga a rayas. Los roquianos me miran interrogantes. Tengo una amiga que nos puede alojar, les digo. Allí pensaremos nuestro próximo movimiento.

Mi impostada determinación les convence. De camino al río, acercándonos hacia su casa, decenas de personas hacen sonar sus cacerolas mientras cantan indignadas: "No hay pan pa tanto chorizo".

"Anda, eso lo estudiamos en la nave", dice Elisa. "Pero había más gente". "¿Es lo del 15M?". Sí, las cosas no van muy bien por aquí, respondo mordiéndome la lengua, relativizando. Me siento incapaz de montar una queja ante el percal que tienen encima.

Elías bebe un poco de agua y rompe su silencio: "Los detalles y los estadios son distintos, pero la esencia del problema, su raíz, es idéntica a la nuestra. Cuando llamé a tu puerta te expliqué el motivo de nuestra visita a la Tierra. Era más bien accesorio. Te mentí y me disculpo. Nuestra verdadera razón es otra."

Y mientras estoy intentando asimilar las palabras de Elías, el edificio de mi amiga aparece en el piloto automático. Bosque y grúa, eterno paisaje contradictorio, señalan su casa. Reconozco el portal y detengo la marcha, marcándome una mirada inquisitiva para que sientan mi intuopía, traducida en un "hijos de puta, luego me vais a contar todo".

Lo bueno de ser gilipollas, es que asumes tus cagadas con rapidez y sin mucho drama. Estoy seguro del portal pero no recuerdo ni el piso, ni mucho menos la puerta. ¿Cabina para llamar o tirar indiscriminadamente de telefonillo? ¿Te acuerdas de haber visto una cabina? ¿Te arriesgas a llamar desde tu móvil?

Como ser humano, hago un ejercicio de egoísmo atenuado y pienso. Era un piso alto. Miraba hacia el bosque. Pero lo de atenuado me dura un asalto. Toco todos los botones del 7º, del 6º, del 5º y del 4º. Y luego, todos los demás. Nada.

Y vuelvo a recordar que soy gilipollas y pienso en que quizás, simplemente, no esté en casa. Asumo mi derrota. Y una bicicleta suena, y Paloma aparece en el portal de al lado. Y supongo que la gilipollez, de vez en cuando, te regala un poquito de karma.

Continuará...






29 may 2012

Planeta Roca XIII

Salimos de la pensión a toda prisa. La imagen del patio, con las paredes negras y la fuente hecha añicos, me recuerda a una peli de serie B vista en la madrugada de algún perdido verano.

Afuera, el sol brilla con fuerza en el cielo azulado. Varias personas yacen en el suelo por el efecto del ultrasonido. ¿Nos pueden reconocer?, pregunto. "Llevan paralizados el tiempo suficiente. No hay peligro", dice Elías. "Ya lo has visto, Mario. Saben quien eres. Debes dejar la moto. Tenemos que salir de aquí de la manera más discreta posible".

Por un instante, las piernas me fallan y reposo mi espalda en la pared encalada. La vista se me nubla. Elisa me mira, me coge la mano y me acaricia el pelo. "Aquí estamos", me dice. "Los tres, solos. Sin ayuda exterior, nuestro conocimiento del lugar es limitado. Te necesitamos. Yo...te necesito."

Su voz me devuelve al instinto primario de la supervivencia, sacude mis revueltas entrañas. Vamos a la estación de autobuses. Cogeremos el primero que salga, acierto a decir con un hilillo de voz. Los roquianos asienten. Me sitúo en la ciudad, recuerdo dónde estamos. Caminando, desde la pensión no hay más de 15 minutos. Cuando llegamos, un autobús está a punto de partir. Pagamos en efectivo y nos sentamos atrás del todo, juntos. Elías mira con recelo a cada pasajero, sopesando cualquier potencial amenaza. Elisa apoya su cabeza en mi hombro, y yo, pegado a la ventana, tengo unas ganas enormes de gritar.

Al fin el motor ronronea y lentamente abandonamos la construcción de hormigón. La gente dice adiós con la mano desde la dársena. Con el paso de las calles, el miedo se va atenuando poco a poco.

El cuerpo tiene un límite y el cansancio, al fin, inunda nuestra intranquilidad. Elías duerme con el cuello tieso, en una pose hierática que da cierta dentera. Elisa descansa en mi hombro, regalándome su contacto, tranquilizándome con su cuerpo. Yo intento dormir, contando los hitos de la autopista. Cada kilómetro cae en mi conciencia como una metáfora de esperanza, susurrándome que estamos dejando atrás el peligro, que en Burgos, si actuamos con cautela, nadie podrá detectarnos.

Duermo. Me despierto. Alguien nos mira. No, me digo, nadie nos ha seguido, nadie sabe que estamos viajando en este autobús. El conductor me saca de un sueño plano con su anuncio de parada. Estamos cerca de Madrid, de mi casa, del origen de esta aventura surrealista. Mi estómago ruge y observo como Elisa y Elías desperezan sus cuerpos, sometidos a la forzada postura del asiento.

Bajamos con las piernas anquilosadas, con las legañas colgando de nuestros ojos. "Tenemos que hacer algo", dice Elisa. "Necesito un teléfono", responde Elías. "Tenemos que contactar con los primos supervivientes". Elisa le mira con recelo. Parece no entender demasiado lo que dice Elías. Él la mira con tranquilidad, fraternalmente. "Si algo extremo pasaba, unos cuantos primos intercambiamos un número al que llamar y dejar un mensaje en clave. Tenemos que unirnos para ser más fuertes. Es nuestra única baza para seguir con vida hasta el día D". Y si alguno está del lado de Elíseo, pregunto. "Es un riesgo que tendremos que correr".

Después de ir al baño, hago cola en el autoservicio del restaurante. Elías llega con un periódico. "Nuevas pruebas en la matanza de Obejo". Un retrato bastante conseguido de Elisa destaca en páginas interiores. "Alguien debió verte al llegar a la casa. Si alguien te ha reconocido en Córdoba, cuando la policía descubra lo que ha pasado, lo asociarán con Obejo. Vamos a tener muy complicado el pasar desapercibidos. Por no hablar de los mercenarios de Elíseo, que seguirán buscándonos. Tenemos que abandonar el país".

Continuará...

19 may 2012

Planeta Roca XII

Elías me zarandea. Mi cara de gilipollas, boqueando como un pez con los ojos cerrados, debe de ser antológica. Cuando reacciono, los roquianos ya han recogido su Megathlon y me observan con apremio. Trato de orientarme; la luz de la mañana entra por la ventana. Miro a Elisa por un instante. "Espabila", me dice.

Elías nos lee el mensaje de su enlace. "Traidores de Elíseo intentan tomar el control de la nave. Nuestra última comunicación ha sido interceptada y mercenarios terráqueos os han localizado. Centenares de primos ya han sido eliminados. Esperamos sofocar la revuelta y recogeros el día D. A partir de ahora, y hasta entonces, estáis solos. Lava en el pecho".

El mensaje cae en el ánimo de Elisa como una losa. Todo por lo que han vivido está a punto de desmoronarse. Elías parece encajar la noticia con más sobriedad, aunque sus ojos caídos no pueden esconder la decepción y la tristeza. Y yo, aunque tan solo lleve unas cuantas horas con ellos, siento una mezcla de miedo y de rabia que me descoloca. "Hijos de puta. Lo de la casa de Obejo ahora cobra sentido", grita Elisa. "Mario, tienes que irte antes de que lleguen."

Y mientras pienso en que me encanta cómo pronuncia mi nombre, llaman a la puerta. Tam, tam. Dos golpes secos, y después, silencio. Elías nos arroja los inhibidores y prepara el ultrasonido. El corazón se me va a salir del pecho. Se acerca sigiloso a la puerta y pregunta. "¿Quién es?". La voz fangosa del dueño de la pensión retumba al otro lado. "¿Se van a quedar un día más o abandonarán la pensión mañana?".

Elías abre la puerta y suenan dos disparos. El inerte cuerpo del gordo cae encima suyo, arrojándolo hacia el suelo. Aún así, es capaz de activar el ultrasonido. Pero tres sombras corren hacia nuestra habitación atravesando el decadente patio. "Llevan inhibidores", dice Elisa. Me apresuro a cerrar la puerta y oigo un disparo que pasa muy cerca de mi cabeza, rompiendo el espejo donde horas antes hacía muecas imitando a Elías. Le liberamos del peso muerto y nos pegamos a la pared, mientras una lluvia de proyectiles rompe los cristales de la ventana, que caen hechos añicos sobre nuestras cabezas.

Elisa se arrastra hasta su Megathlon y saca algo parecido a una bola de billar. La lanza por la ventana y grita "lava". Se escucha una deflagración y gritos de dolor, que cesan tras unos segundos que a buen seguro quedarán grabados en mi afortunada y potencialmente atormentada cabeza.

Elías se asoma por la ventana con mucha cautela. "Parece que no hay más lonfibios en el lodo", susurra. El olor a carne quemada, dulzón e intenso, me provoca una arcada, que acaba con cualquier vestigio del bulzo ingerido durante la noche. Uno de los cuerpos parece moverse. Elisa salta sobre él y le coloca la palma de la mano en su frente, cierra los ojos y aferra con fuerza la mano de Elías, que a su vez toma la mía. Durante unos breves instantes, la intuopía invade mis sentidos. Huele a dinero manoseado, y una voz sibilante que habla de muerte y destrucción se clava en mi cabeza. Unas manos enguantadas muestran tres fotos. Elías y Elisa aparecen borrosos pero inconfundibles. Y la tercera...es mi foto de perfil del Facebook.

Continuará...

16 may 2012

Planeta Roca XI

Tras avanzar por el camino periférico durante unos metros, giramos a la derecha y entramos en otro túnel. "Me voy a dar una vuelta por las cascadas de azúcar", dice Elías, desvaneciéndose al instante.

El túnel finaliza en una plaza gigantesca, pavimentada con roca oscura. La parte alta de las paredes se encuentra iluminada por diferentes colores: rojo, verde y morado. "Son bacterias que reaccionan con los metales de la roca", me explica Elisa. Hay mucha gente andando de acá para allá y la temperatura es templada. "Estamos en el nivel más bajo del volcán. Vamos, te enseñaré nuestra fuente de energía".

Llegamos a las orillas de un lago enorme, de color rojo fuego. Una isla se alza imponente en el centro del lago, con tubos enormes que se elevan más allá de la vista. "En la plataforma se rebaja la temperatura del lago, que sube por los tubos para dotar de energía al resto de los niveles." ¿Por qué dijiste antes que el volcán estaba protegido?, pregunto. "Los lodazales que rodean al volcán lo hacen impenetrable por mar, y la densa bruma impide su conquista por aire. Podrían destruirlo pero renunciarían al único volcán autosostenible del planeta." ¿Tenéis agua dulce? "La condensación de las juncáreas nos da la suficiente para el riego y el consumo".

Llévame a otro lugar. El lugar más bonito que recuerdes, le digo. "No tengo recuerdos reales de mi planeta más allá de estos viajes. Pero hay un sitio al que suelo ir para relajarme".

Caminamos por la nieve sin dejar huella. El blanco va desapareciendo suavemente dando paso a un verde de escarcha, encharcado después y que al fin reluce con la humedad de la lluvia primaveral. Estamos en una inmensa pradera, llena de animales que pastan y beben en un arroyo de agua cristalina. "Es la cima del Volcán de las Nieves. Mira cuántos mutones salvajes, aves de la nieve, licaraces". Elisa se agacha y roza con la palma de la mano una flor negra y violeta. "Es una rinacea. Mira, qué suerte, eso es un lemiño. Quedan muy pocos y no salen mucho de sus cuevas."

Un bicho tan grande como un mamut, cubierto de pelos que parecen rastas, pasta tranquilamente en la orilla del arroyo. Encima, un ave de la nieve, del tamaño de un águila, parece observar nuestros pasos. "El calor del volcán derrite la nieve. Te llevaré a la gruta. Cómo decís en tu planeta...lo vas a flipar."

En efecto. Las caprichosas formas que había visto en mi excursión a Arenas de San Pedro se me antojan ridículas ante este espectáculo. Una bóveda enorme se alza ante nosotros, repleta de colores que mi vocabulario no puede nombrar. Se adivinan formas de seres extraños, preciosos. Un ave de color ámbar, con las plumas blancas y rojizas. Una especie de serpiente de mil colores amamanta a un bebé de diez cabezas. Lanzo una exclamación y Elisa sonríe. Llegamos a unas rocas pulidas por el tiempo y los extraños elementos. Elisa se sienta, me mira y me besa, con la boca abierta, los ojos cerrados y la lengua viva. Yo la recibo tan solícito como puedo, sin llegar a creérmelo del todo. Poco a poco, soy consciente de su sabor, de sus curvas, de nuestro serpenteo.

"Despertad", grita Elías. "Tenemos que irnos de aquí. Saben donde estamos y vienen a por nosotros".

Continuará...

10 may 2012

Planeta Roca X

Las horas pasan y empezamos a ir más borrachos que Natacho. Elías tiene ataques de risa recordándome vestido de Guardia Civil y yo me despollo con su pijama: sudadera de Naranjito y unos pantalones de rayas que ni mi abuelo. Elisa se fuma los petas doblados, y tiene una sonrisa perenne en la cara. Flota en el ambiente la necesidad de frivolizar, de evadirse de lo que está pasando.

Elisa tiene una idea. Propone tomar un par de pastillas y cambiar de tercio. Mientras me explica el proceso, me voy acordando de esta canción (http://www.youtube.com/watch?v=8eVvbNVft5A).

"La primera píldora te quita el sueño, como una ducha fría acariciándote los poros. Mezclamos la esencia de una hoja pequeña y verde llamada cola, y que vosotros llamáis coca, con la de la caprina, que activa tu riego sanguíneo."

"La segunda píldora te llevará a los volcanes de nuestro planeta. A nuestras calles, a nuestros huertos, a nuestras entrañas. Su composición es una mezcla de muchos seres. Líbeas que nacen en las áridas rocas, hongos del lodazal o cultivos del Volcán de la Vida."

Veo claro que es la mujer de mi vida. Solicito las píldoras al instante. Bulzo con la primera y Mahou con la segunda, con la tranquilidad del saber que si se me va la mano, tengo a una mezcla del Samur y del doctor House en el cuarto.

El efecto es tan tempranero que me pilla meando en el baño un poco escorao. En el mismo instante de sacudírmela para no dejar gotas, lo noto...soy el puto amo. Repaso mis últimas horas y se me saltan las lágrimas de alegría. Mírate, Mario, mírate al espejo. Estás viviendo una experiencia única. Quizás no has dormido las suficientes horas para saber si esto es un sueño.

Salgo del baño. Observo que la movida étnica que me he metido (jódete Macaco) también ha hecho efectos en estos dos. El Megathlon vuelve a dejarme pasmado. Elías saca una movida que parece una caja de cerillas, que se despliega como un transformer hasta convertirse en dos altavoces y un subwoofer. Pero pequeños. Los pone al 2 y la habitación retumba un poquito.

Al principio no comprendo la melodía, pero poco a poco va entrando en mi cabeza. Me transporta a una especie de túnel. Está bien iluminado y es bastante ancho. Voy andando con Elías y con Elisa. ¿Dónde estamos?. "Tu intuopía nos ha traído al Volcán de los Lodos. Ahora estamos caminando hacia uno de los caminos periféricos del volcán"

Al final del túnel se ve una luz. Parece solar, pero es muy tenue, como cubierta por una bruma eterna. Al salir se abre un camino excavado en la ladera del volcán. El suelo, bien pavimentado, la barandilla, bastante alta, y la pared, gigante. Todo hecho de roca oscura. Más allá, tras la bruma, nada se ve ni con la pildorita. Pero debajo, a unos 200 metros, se puede adivinar una selva de algo que parecen juncos.


"Es curioso. Este volcán es de los pocos que conservamos. Confiamos que a nuestra vuelta todavía siga estando protegido. Vamos, te enseñaremos sus cobijos." Elisa me coge de la mano y empieza a correr. Hay gente pero no nos ve. Pasamos como fantasmas entre sus cuerpos.

Continuará...

5 may 2012

Planeta Roca IX

Me tomo mi tiempo. Como suele pasar, de tanto pensar en el momento, cuando el momento llega, te supera un poquito. Me bebo el resto de bulzo que queda en el vaso de plástico, le doy un par de calos al peta y comienzo, sin orden ni concierto, a lanzar mi retahíla de preguntas.

¿Dónde está vuestra nave? "No lo sabemos. Nos dejaron en una isla del Pacífico y desde allí volamos hasta nuestro destino", responde Elías.

¿Por qué sabéis tanto de nosotros? "De los 110 años de viaje, los últimos 20 hemos estado en la Vía Láctea, con acceso a vuestros satélites. Nuestro estudio se ha dividido en varias materias: Arraigo a la Roca, Intuopía, Cosmoética, Historia de la Tierra, y después, Costumbres y Lengua, cada primo con su aprendizaje específico según el destino seleccionado", dice Elisa.

Decidme algo en vuestro idioma. "En la Roca se hablan más de 52 lenguas. Elisa y yo, al nacer en la nave, hablamos el berciano, la lengua común. Arungaralar desarterero". Elisa se descojona. "Afeitate de una puta vez", me traduce Elías.

¿Qué sois?. "Según lo que conocemos de vuestra especie, somos como vosotros. Gozamos de vuestras mismas funciones vitales. Los mismos órganos, la misma ponzoña, aunque aprovechamos bastante más nuestra masa cerebral. Esto nos permite tener acceso a una tecnología más avanzada, aunque también está más avanzada nuestra autodestrucción. Por ponerte un ejemplo, la esperanza de vida de un roquiano, antes de la guerra, era de 102 años", me cuenta Elisa.

¿Cómo es vuestro planeta? "Más extremo que el vuestro. Estamos más cerca de nuestro sol que vosotros, pero su fuerza es más débil. Un 50% del territorio es rocoso, inhabitable en condiciones naturales más allá de los 2.500 metros por encima del nivel del lodo. La temperatura media en el exterior es de 2º centígrados". ¿Lodo? "Sí. No tenemos mar tal y como vosotros lo conocéis. Los lodazales ocupan un 48% de la superficie. Hay partes navegables, y zonas impenetrables. El agua posee una concentración salina 20 veces superior que vuestro Mar Muerto". ¿Tenéis agua dulce? "Sí, mucha más que vosotros. En las zonas montañosas la nieve es perpetua. La deshelamos y la transportamos por aire para nuestro consumo, para el riego y para generar energía residual", dice Elisa.

El 2% que queda...¿qué es? "Nuestra civilización, nuestro bienestar, lo que nos ha permitido desarrollarnos y lo que le ha sido arrebatado a la mayor parte de los roquianos. Los volcanes".

Me paro un instante. Apuro el peta y pruebo a mezclar el Blue Goat con el bulzo. Un sabor nuevo pero agradable golpea mis extrañadas papilas. Elisa y Elías me miran, le dan un trago a la birra y empiezan a cundir el huevo de Ahmed. La noche es larga, y mi curiosidad corre el riesgo de morir de sobredosis de información.

Continuará...



4 may 2012

Planeta Roca VIII


De vuelta a la pensión me detengo a comprar unas birras, un OCB y unas chocolatinas en una tienda de pakis. Tras fumarme el petilla con Ahmed, el camellito, se me ha levantado un hambre atroz que andaba sepultada por las últimas emociones vividas.

Entro en la habitación. Elisa duerme en la cama y Elías teclea en su Peer dorado recostado en la cama supletoria. "Mira", me dice en voz baja. La portada de la web del Diario de Córdoba no puede ser más reconfortante: "Tragedia en Obejo. Un hombre de 73 años asesina a su mujer y a su hijo con una escopeta de caza para después poner fin a su vida". Todavía es pronto para encontrar más información, pero este primer titular ha tranquilizado a Elías, que sonríe con amplitud mientras comenta: "Qué hambre tengo".

Despertamos a Elisa, que se despereza como un felino en la copa de un árbol. Sus ojos, del color de la miel, su nariz recta y su cuerpo, moreno y terso, son un regalo para la vista. ¿Queréis que vayamos a cenar?, les propongo. "Sí, me comía un mutón salvaje", dice Elisa.

Buscamos algún lugar tranquilo. Les explico la variada gastronomía cordobesa. "Queremos salmorejo y ensalada de naranja. También unos flamenquines". Elías saca dos pastillitas del bolsillo, le da una a Elisa y se toma otra. "Es un protector estomacal. Nuestro aparato digestivo no está inmunizado como el vuestro". Lo vais a necesitar, respondo, que os tengo preparada una pequeña celebración, anuncio.

Devoramos los platos con fruición. Los roquianos comen todo con apetito, y se beben el vino con casera como si fuera agua. "He estado hablando con mi enlace", dice Elías en el postre. "124 primos han comunicado incidencias de diversa consideración. De ellos, casi todos pertenecen a tu enlace". "No entiendo cómo, pero la gente de Obejo me estaba esperando", responde Elisa. Tras un breve silencio, Elías apura el vino y dice: "Elíseo tiene que estar detrás de todo esto." ¿Quién es Elíseo?, pregunto. "Uno de los responsables de que nuestro planeta esté en peligro. Tendrá infiltrados en la nave. Ya he enviado un mensaje codificado. Espero que a estas alturas le hayan descubierto".

Elías saca un billete de 50 euros. Los observo detenidamente. La verdad es que a simple vista son idénticos a los nuestros. ¿Cómo lo habéis hecho? "Imprimiendo las copias en la nave. Los euros han sido bastante fáciles de falsificar. La marca de agua es de la época de la pre-lengua".

Regresamos a la habitación. El vino ha levantado un rubor en las mejillas de Elisa. Elías actualiza la información del periódico local. "La Guardia Civil está investigando el lugar del espantoso crimen. La matanza sucedió entre las 18.30 y las 19 horas. Extrañamente, nadie oyó nada durante esas horas". ¿La gente no recuerda nada después de haber estado paralizada?, pregunto. "Es como un sueño", responde Elisa.

Sentados en la pequeña mesa, abro una cerveza y les miro a los ojos. "¿Podéis saber lo que estoy pensando?", pregunto directamente. La risa de Elisa me desconcierta un instante. Elías, más serio, responde: "No exactamente. Tenemos muy desarrollada la intuopía. A través de la observación y del contacto, somatizamos lo que estás sintiendo y llegamos a comprenderlo."

Elías saca del Megathlon una botella oscura, opaca. "Esto es bulzo, un destilado de raíces que bebemos en la Roca. Mezclado con blue goat tiene un sabor excelente". Esto es birra, un fermentado de cebada que fresquito también tiene un sabor excelente, aunque imagino que ya lo sabíais.

Mientras brindamos, me voy haciendo un petilla. Elisa mira con curiosidad, se acerca al macuto y saca tres pastillas. "Son para el deshielo. Mañana estaremos como nuevos, porque imagino que la noche va a ser movidita". El bulzo tiene un sabor dulce, y templa el esófago en su caída. Le paso el peta a Elisa. Le da una calada honda y se traga el humo con naturalidad mientras dice: "Estamos a tu disposición. ¿Qué quieres saber?"

Continuará...

2 may 2012

Planeta Roca VII

El sol tiñe el horizonte en el camino a Córdoba. Al llegar a la ciudad, las luces de las farolas ya se han encendido. El tráfico es denso y las aceras están plagadas de gente. La fiesta de los Patios viene a mi memoria.

El cuerpo de Elisa se aferra firme pero relajado. Me tranquiliza. Tras un par de preguntas a los transeúntes no me cuesta encontrar el lugar indicado por Elías. La pensión Los Arcos se aleja un poco del centro. Su fachada encalada ofrece algunos desconchones y la puerta está abierta. Da acceso a un patio cuadrado, con una fuente de piedra en medio y cuatro pequeños jardines a cada lado. Decenas de macetas cuelgan de las blancas paredes. Pero todo está descuidado, decadente. Y la mesa de recepción, vacía. Si acaso los geranios cantan la oda a la supervivencia con algunas flores. "Se parece a la risueña", rompe el silencio Elisa.

"Buenas noches", lanza una voz. Un hombre grande, gordo y con la nariz redonda entra por la puerta con dos bolsas del Mercadona. "Estaba haciendo la compra y mi madre no les habrá oído. ¿Quieren una habitación?" Sí, respondo. Queremos una habitación triple. "Aquí las habitaciones no son muy grandes y no tengo una con tres camas individuales. ¿Les vale una de matrimonio y una supletoria?".

Sí, no hay problema. Saco el DNI y la tarjeta mientras sopeso las probabilidades de compartir cama con Elisa y mandar a su primo a la cama de mierda. "Sólo admito pagos en efectivo. Serán 60 euros la noche. Cuanto tiempo van a quedarse?" Dos noches, responde Elisa, mientras entrega 150 euros al gordo.

La habitación supera mis expectativas. Sábanas limpias, agua caliente con buena presión y papel higiénico. Y una cama de 1,20. "Luego les traigo la supletoria"

Solos en la habitación, Elisa deja el macuto, se sienta al borde de la cama y lanza un suspiro, largo, eterno, como un pedacito de alma. Te dejaré sola. Voy a dar una vuelta, le digo. Ella me mira, se levanta de la cama y se acerca. Me sonríe y me da un beso cariñoso en la mejilla. Un beso redondo, con los labios posados de lleno.

Me lavo la cara, riego al canario y salgo a la calle. Paseo alejándome del bullicio, evitando las aglomeraciones de la Fiesta. Y enciendo un piti, que actúa de encendedor de mi conciencia. "Recapitula, Mario", me dice. "Hace 24 horas estabas en casa viéndote unas series en el portátil y escribiendo tonterías en el blog y ahora estás con dos desconocidos, extraterrestres para más inri, y que han asesinado a tres personas a sangre fría. Y encima te quieres follar a una". Debes de reconocer que no se parece a Elías en nada, me defiendo. "Sí, tiene un algo que nos tiene locos", me concede.

El diálogo con mi conciencia termina con la voz de un marroquí, que me pregunta si quiero hachís. Miro hacia arriba y me doy cuenta de que estoy en el barrio de las Moreras. Tras negociar fieramente y hacerme un porro con el camello para probarlo, le compro un huevo más o menos decente. Esta noche los del Planeta Roca van a tener que someterse a mi interrogatorio.

Continuará...


1 may 2012

Planeta Roca VI

La maniobra de Elías es rápida. Me coloca algo parecido a una pila de botón, una en cada oído, y recupero la movilidad al instante. ¿Pero qué cojones es esto?, grito. Elías me pone una mano en el hombro, y con la otra, sujeta cálido mi frente. "¿Confías en mí?", pregunta. Y a estas alturas del cuento, ¿quién diría que no?

Corremos hacia el interior de la casa. Su cuerpo derrocha urgencia. Explícame, le grito. "He lanzado una frecuencia de ultrasonidos. Con los inhibidores estamos protegidos". ¿Qué alcance tiene? "Todo Obejo está paralizado".

Al doblar la esquina, un cuerpo yace en el umbral de una puerta. Es un hombre joven, fuerte, tendido boca abajo con una bata naranja desabrochada y una escopeta de caza a su lado. Más allá, en la cama con cabecero, mi princesa Leia necesita un beso que la libere de su alarma 1. Está desnuda, y el pudor me impide mirarla fijamente.

Elías le coloca los inhibidores y Elisa se incorpora. Nuestros ojos se encuentran un instante. Al instante siguiente, se abalanza sobre el hombre tirado en el suelo, le da la vuelta y le descerraja un tiro en la cabeza con la escopeta de caza. Elías grita e intenta alcanzarla, pero no llega a tiempo.

Elisa, temblando, deja la escopeta en el suelo y recoge lentamente su ropa y su macuto. Unos vaqueros negros, un jersey verde de cuello vuelto y unas converse moradas. "Id saliendo", dice Elías. "Hay que arreglar esto".

Los protocolos se crearon para ser rotos, y hay que pensar sobre la marcha. Elías se agacha ante el cuerpo, le abrocha la bata y le arrastra con dificultad hasta el pie de la cama. Ya en el patio, miro hacia atrás y veo cómo carga con la vieja y la lleva hacia la cocina. Otro tiro suena amortiguado levemente por los azulejos de colores. Por último, sienta al viejo en medio del patio, en una mecedora algo desvencijada. Con la manga del traje del agente Romero, limpia cuidadosamente el arma y se la coloca en la mano, le mete el cañón en la boca y aprieta el gatillo.

Nos reunimos ante las grandes puertas que dan acceso al exterior. "¿Quién eres?", me interpela Elisa. Soy Mario. Tu primo vino a mi casa y hemos venido a ayudarte. Elías interrumpe. "Ya habrá tiempo para presentaciones. Tenemos que irnos de aquí."

Nos apresuramos hasta las ruinas del fracaso inmobiliario. Yo recupero mi anterior atuendo y Elías el suyo. "Bajaremos los tres en la moto y me dejaréis en el desvío de la autopista. Seguiréis vosotros y nos veremos en esta pensión de Córdoba. "Sabían que venía, me estaban esperando. Ese cabrón iba a violarme", replica Elisa. Tras unos segundos en los que puedo leer la confusión en los ojos caídos de Elías, dice: "Esto es muy extraño. No te comuniques con tu enlace en la nave".

El sonido del motor me hace volver de pronto a la realidad, sin saber cómo digerir estos instantes, surrealistas, brutales. Pero me siento extrañamente tranquilo, normalizando la situación. Dejamos a Elías en la marquesina de un autobús con destino Córdoba y nos quitamos los inhibidores. Y acelero con los brazos de la princesa rodeando mi cintura.

Continuará...