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8 feb 2010

NECROLÓGICAS CRUZADAS

Mamadou es maliense. Nació en un pueblo llamado Kita hace 56 años. Pedro es español. Nació en un pueblo llamado Coca hace 58.
Mamadou tiene un terreno de 500 metros, 15 cabras y una casa. Lo demás es accesorio. Pedro tiene también una casa, pero no tiene terreno. A cambio, además de la televisión, tiene un coche, y bastantes más accesorios necesarios que para mamadou son accesorios.
Pedro es licenciado en Económicas. Mamadou no comenzó la secundaria. Sabe leer y escribir pero no sabe contar. Su mujer, en cambio, no sabe leer ni escribir pero sabe contar.
Mamadou trabaja su tierra de sol a sol. Pedro trabaja sus presupuestos de noche a noche.
Pedro y su mujer han tenido una hija para intentar quererla mucho. Mamadou y la suya han tenido cuatro para que trabajen su campo, cuiden a las cabras y les cuiden a ellos cuando sean viejos. Ni que decir tiene, que tanto Pedro como Mamadou, quieren mucho a sus hijos.
La sobrealimentación de Pedro, su vida sedentaria y el estrés laboral le han hecho padecer de hipertensión. Mamadou está desnutrido y tiene anemia. Su dieta no le hace padecer hambre pero está falta de proteínas y de hierro.
Mamadou duerme bien. Su cuerpo cae como una losa en la cama. Pedro toma pastillas para dormir y antidepresivos. El reset de Mamadou es un apagón general, mientras que el de Pedro parpadea como un portátil suspendido.
Pedro no conoce la vida de Mamadou. Ni podría vivirla. Por lo que ve de vez en cuando en la tele, la considera inexplicable.
Mamadou tampoco conoce la vida de Pedro. Y por lo que le cuentan sus hijos, la considera más inexplicable incluso que Pedro.
En cambio, la hija de Pedro quiere entender la vida de Mamadou.
Y los dos hijos varones de Mamadou quieren vivir la vida de Pedro, o al menos, algo que se le parezca. Las hijas de Mamadou también quieren pero su padre no les va a dejar emigrar ahora. Son jóvenes y su familia ya les tenderá una cuerda.
Los hijos de Mamadou llegaron con un contingente a trabajar a España. De eso hace ya 5 años. Ahora tienen papeles y trabajan de freseros en Huelva. Sus condiciones de vida no son buenas.
Seguramente, Pedro piensa que los hijos de Mamadou vivirían mejor en su país. Si no pasan hambre, por qué venir a un país, arriesgando la vida para vivir en condiciones infrahumanas. En cambio, ellos no se plantean ni por un instante el volver a su país. Proyectan en su mente una cosa que tenemos asumida que se llama futuro.
La hija de Pedro lleva dos años viviendo en Bamako. Se fue a trabajar con una ONG y coordina un proyecto de Soberanía Alimentaria en la provincia de Kita. Bien mirado, quizás los tres trabajan por la soberanía alimentaria del país.
Con lo que han juntado entre todos, el hijo mayor de Mamadou coge un avión en Barajas para velar a su padre en Mali.
A la misma hora, la hija de Pedro despega del aeropuerto de Bamako para asistir al entierro del suyo en España.
Y en algún punto del cielo, las lágrimas de la hija de Pedro y del hijo de Mamadou se tocan regando el Sahara.

3 feb 2010

¿Vendrás la última vez que te vea?

Podré por fin delirarte,
olvidarte como el que recuerda algo,
como que el que agarra un papel quemado
que posa en tu olfato su memoria.

Añorarte no podré.
No sabré situarte en mi escala de pensamiento.
Alguna vez serás un frugal sueño que se perderá,
como se pierden todos los sueños.

Así regresarás la primera vez,
porque nunca te has ido, porque has estado en un limbo
del que nunca te fuiste porque ya estabas allí.

Haití...

Estaba el otro día con mi abuela viendo las noticias de la 1. Como no podía ser de otra manera, el informativo estaba dedicado en su mayoría (salvando el deporte y el tiempo, que para eso somos individuos cotidianos), al terremoto de Haití.


Cientos de enviados especiales mostraban historias emotivas, que tocan directamente a la patata de los espectadores, porque deben llenar minutos y no hay mucha información veraz y relevante que dar entre tanto caos. Y porque eso le encanta a mi abuela, qué cojones. Algunas son dramáticas como la de la niña que los bomberos españoles no pudieron rescatar porque había un tiroteo que hacía peligrar su vida. Son tan dramáticas que hacen llorar a mi abuela mientras nos comemos la paella. Otras tienen un final feliz, como esa misma historia unas horas después, cuando nos informan de que esa misma niña ha sido rescatada con vida por unos bomberos canadienses. El suspiro de mi abuela ha compensado la angustia anterior. Obviamente, un primer plano de esa niña pone la guinda al pastel de la complicidad.


La siguiente noticia hablaba de cómo la comunidad internacional, con los salvadores yanquis a la cabeza, se está volcando con el país, constituyendo un gran fondo que enviará no sé cuántos millones de ayuda y no sé cuántas toneladas de alimentos y medicamentos. Como me gusta pensar en que las cosas se hacen bien, seguramente el cálculo de este dinero se habrá planificado contando con un grupo de expertos que conozca el terreno y no responderá a un sentimiento efímero de responsabilidad del ciudadano “desarrollado” ante su estado y ante si mismo. Además, seguramente se está realizando a través de una organización que canalice adecuadamente los fondos, y no a través de un número ingente de ONG´s internacionales y organismos y estados que quieran lucir su logo o su bandera ante el mundo.


La próxima noticia sigue construyendo este mail: Estados Unidos anunciaba que todo niño huérfano haitiano obtendrá automáticamente los papeles de regularización en Estados Unidos. Ya en casita, los servicios sociales de Extremadura se colapsaban por las solicitudes para la adopción de niños huérfanos haitianos. Menos mal que ahí están Unicef y Save de Children para advertir de que se tendrá que vigilar muy de cerca este proceso para evitar que las mafias actúen. Ahí dejo la noticia, y que cada uno piense si está opción es buena o mala para la reconstrucción de un país y para el futuro y la dignidad de su gente, más allá de que objetivamente la vida de esos niños vaya a mejorar ostensiblemente.

Luego viene lo cool, el empujón de iniciativas de gente de la cultura y del espectáculo
(y demás culos), que pretende recaudar fondos para el desastre. Los miles de mensajes en facebook, en google, en la radio, para hacer un donativo o para participar en un evento para recaudar unos duricos, como el que organiza el productor musical Carlos Jean (el Emilio Stefan español), que vaya por Dios, resulta que su viejo es de Haití (tranquilos, que no ha muerto, que vivía en un residencial privado de las afueras), y reúne a un montón de colegas solidarios que actuarán de gratelo. Quién criticará una iniciativa de tan nobles intenciones.

La siguiente noticia no es que me indignara, es que el arroz de mi abuela se me revolvió en las tripas. Hablaba de la polémica generada en torno a la decisión del Ayuntamiento de Vic de no empadronar a los inmigrantes sin papeles, a las opiniones vertidas al respecto por los mismos perros con distinto collar, también llamados políticos, y a las de varios ciudadanos que unas horas después, pelando una manzana, tendrían los ojos llorosos por la niña rescatada en Haití.

Después de todo esto, y de ver que el fin de semana nos vamos a empapar en el norte, empecé a documentarme un poco en internet (aprovecho para darle las gracias a Guayito por su ayuda involuntaria, al que le estoy parasitando el wifi). Ante la imposibilidad de dar una cifra oficial de muertos, podríamos determinar una franja amplia de centenares de miles de personas. Como los niños y las niñas son el colectivo más vulnerable y más susceptible de lograr la empatía de la opinión pública, daré, por no aburriros, un dato concreto y simple: cada día mueren en el mundo 27.000 niños menores de 5 años. Es decir, desde el día del seísmo hasta hoy, en otros lugares del mundo han muerto más de medio millón de niños. Para más información podéis consultar este link: http://www.unicef.es/contenidos/768/index.htm?idtemplate=1

Al preguntarme el por qué la gente hace poco o nada ante la cifra de muertos "cotidianos", y en cambio se moviliza ante catástrofes como el tsunami o este terremoto, intento buscar causas y efectos y me vienen a la cabeza muchas cosas.

Se ha producido una catástrofe natural como un terremoto, con muchísimas muertes a la vez y en pocos minutos, en
un territorio localizado y que produce tantas historias "golosas". Es un diamante en bruto directo a los corazones. Esta información nos remueve las conciencias, y lo seguirá haciendo hasta que nos cansemos o se cansen, generando esta corriente de solidaridad efímera.

Esto ha sido un fenómeno natural, no hay que mojarse hablando de las causas, de quién tiene la culpa. Ha sucedido en un país tan pobre que geopolíticamente no importa, pues no tiene recursos. Si acaso, por decir algo, está cerca de Cuba y de Venezuela
(querría equivocarme pero esto apesta a ocupación yanqui con excusa de reconstrucción). Aquí no se están confrontando dos mundos, como islamistas y cristianos, como bolivarianos y demócratas, como malos y buenos. Nadie ha tenido la culpa. Nadie tendrá que renunciar a ningún interés económico, geopolítico o social. Se trata de ser bueno, sin matices ni ambages. Y el que no lo haga va a quedar como el culo.

Para qué informar acerca de lo que realmente ocurre en países que llevan más de dos décadas en una situación comparable a lo que en Haití se está llamando la destrucción del estado, como Afganistán, Irak
o Somalia. O países que tienen un IDH tres veces menor que Haití, como Níger, Zanzíbar, etc. que nunca han tenido una mínima estructura institucional estable. Porque al final, tienen lo que se merecen, no paran de matarse entre ellos, son culpables de su subdesarrollo estructural o son un peligro para nuestros valores y para nuestro bienestar. En Haití ha sido la puta y caprichosa natura.

Es más fácil adquirir responsabilidad ante un evento natural, de fuerza mayor, que ante nuestra propia situación privilegiada de ciudadano “desarrollado”, con nuestro estado de bienestar, nuestros derechos, nuestra democracia, nuestro sentido común y nuestra superioridad moral. Con nuestro intervencionismo a todos los niveles en territorio propio y ajeno.

En este mismo instante, me atrevo a decir que un matrimonio que ha colapsado el teléfono de los servicios sociales buscando información para adoptar a una niña haitiana, reniega abiertamente del empadronamiento de un magrebí en su pueblo.

No quiero ofender a nadie. Cada uno vive como quiere o puede, pero me toca los cojones que el que es un cabrón toda la semana duerma tranquilo porque el domingo deja 20 euros en el cepillo de la iglesia.