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27 abr 2012

Planeta Roca V

El desvío a Obejo es un cartel apenas visible que da acceso a una comarcal mal asfaltada. Si no fuera por las indicaciones de Elías, que lleva su Smartphone en la mano, probablemente habríamos dado más de una vuelta.

El viaje ha sido intenso, todo lo rápido que podría ser dadas mis habilidades y la capacidad de la moto. Unas cuantas casas se divisan a lo lejos, rompiendo la monotonía de los alineados olivos y de las caprichosas encinas. Son las 6 de la tarde y el calor primaveral convierte el pequeño pueblo en un lugar silencioso y solitario. "Apaga la moto", me dice Elías. "Seguiremos andando."

¿Cuál es el plan?, pregunto. "Elisa ha mandado una alerta 2. Significa que tiene comprometida su libertad de movimiento". ¿Y cuál es la 1?. "Peligro de vida. El protocolo dicta encontrar una base, mimetizarnos y actuar. Esa casa en ruinas servirá".

Los efectos de la crisis han llegado a Obejo. Desiguales ladrillos descansan sobre unos cimientos de hormigón. La alambrada derruida no es obstáculo, aunque Elías tropieza y deja una pequeña huella en forma de jirón de pantalón de campana.

Su macuto es una cajita de sorpresas. De él saca dos trajes de la Guardia Civil, antiguos pero creíbles, y una bolsa al vacío que al abrirla se hincha hasta alcanzar la forma de un perfecto tricornio. No me salen las palabras, y Elías me pregunta con una expresión hasta ahora desconocida: "¿Dará el pego?". Yo creo que sí.

Sacándome los gayumbos del culo, y recogiéndome los pantacas, que me quedan largos, nos aproximamos hacia la casa donde está retenida Elisa. O el tallaje es erróneo o la Benemérita tiene que tener el ojal un poco al viés. Elías me da las últimas coordenadas: "Tú eres Bermejo. Yo seré Romero". Como Curro, replico fervoroso...

Entre su gesto de incomprensión ante el comentario y el sonido del timbre pasan décimas de segundo. Una voz desconfiada pregunta "quién va" desde detrás de la mirilla. Elías responde nítido y andaluz, con los matices de un cordobés montaraz: "Guardia Civil. Agentes Bermejo Y Romero". Tras unos segundos de silencio, una mujer seca, canosa y oscura descorre el cerrojo.

¿Qué quieren?, masculla entre encías. Ha habido un accidente kilómetros abajo y necesitamos ayuda, lanzo sin pensar. ¿Dónde están Ruiz y Cepeda?, replica una voz lejana. Un viejo ancho de brazos, con el pelo blanco como la nieve, se yergue con pose amenazante al fondo del patio.

"Están abajo con los cuatro heridos en el accidente", sale al quite Elías. "Estamos pidiendo medicamentos y sábanas limpias a los vecinos porque la ambulancia no llegará hasta dentro de media hora".

El viejo duda. Se siente incómodo pero accede. "Esperen aquí. Águeda, dales lo que piden".

Le echo una mano, digo. Sigo a Águeda por el patio de naranjos. Y al pasar el umbral que da acceso a la cocina, caigo al suelo paralizado. Mis ojos intentan observar lo que está pasando alrededor. Ven a Águeda en el suelo. Ven al viejo en el suelo. Y ven a Elías corriendo hacia mí. "Elisa ha mandado la alerta 1".


Continuará




24 abr 2012

Planeta Roca IV

A la altura de Aranjuez se enciende la luz de la reserva. Hemos recorrido unos 70 kilómetros en escasa media hora volando por la R-4, donde según la información de Elías no había ni radares móviles ni presencia de Guardia Civil.

Al parar la moto y observarle, recuerdo el corte de su ceja, que había ido cayendo en el olvido a medida que me concentraba en la conducción. Su cara, tras el casco, está cubierta de sangre. Habría que curarte eso, le digo. "En lo que llenas el depósito me curaré yo mismo. Tengo un botiquín en el macuto."

De un bolsillo interno saca una maleta negra con una X blanca, una aguja, hilo, y un frasco de Betadine. Anda, usáis el mismo nombre que nosotros, le comento sorprendido. "Esto lo he comprado aquí. La macromina venida de la Roca se nos ha echado a perder y no hemos podido producir más durante el viaje. Había que guardar el yodo y el ireladio para los partos, primera prioridad estratégica."

La inmensa curiosidad me asalta de nuevo. A simple vista, con esa sangre roja, Elías parece completamente humano. Su especie, sin embargo, se intuye más desarrollada, con una tecnología más avanzada y una organización superior, pero con detalles tan paralelos a los nuestros que mi confusión va creciendo por momentos. Bueno, ya habrá tiempo de aclarar mis dudas, de saber.

Cuando estoy pagando la sopa, unos snacks mata-hambre y dos botellas de Aquarius, Elías aparece por las puertas mecánicas con un pequeño esparadrapo en la ceja, bastante recuperado a la vista. Luce una sudadera limpia de Malcom X y unos pantalones rojos de campana. A pesar de sus ojos caídos, su nariz aguileña y su boca con labios excesivamente gruesos, una amplia sonrisa reduce un tanto mis preocupaciones. "Cuando estemos con Elisa, tendrás tiempo de preguntarnos lo que quieras."

Elías da cuenta del Aquarius de un largo trago y rechaza los Doritos con amabilidad. Yo me meto un buen puñado en la boca, y con el glutamato pegado a mis muelas reanudamos la marcha.

Los kilómetros caen vertiginosos y mis pensamientos navegan entre dos orillas. Entre el anhelo de que la promiscuidad seleccionada haya actuado eficazmente, alejando a mi princesa Leia de cualquier parecido físico con su primo, y la extraña sensación de que Elías tiene la capacidad de leer mi mente...


Continuará

23 abr 2012

Planeta Roca III



Mientras Elías alicata el baño de mi abuela (el cambio de alimentación le habrá producido ciertos desarreglos), yo me voy espabilando poco a poco. Dudo de la utilidad de mis respuestas y comienzo a pergeñar las preguntas que le voy a plantear cuando llegue el momento.

Un aparato que bien podría ser un Smartphone suena con una extraña melodía, arrancándome de mi ensimismamiento y a Elías de su evacuación. Sale precipitado del baño con los pantalones pitillo a medio subir, lo que le hace tropezar con el candelabro de plata situado a la derecha de la puerta del salón. Un escorzo cómico le envía de bruces contra el radiador mientras grita "alarma". Y yo pienso: vaya hostia.

Cariacontecido, ayudo a Elías a incorporarse y le alcanzo el Smartphone. Del baño sale un olor hediondo, como el de una mala resaca. Algo en mi interior me dice que en el planeta Roca los aparatos digestivos son muy parecidos a los nuestros. Entre la urgencia y el dolor, Elías acierta a balbucear unas palabras ante mi gesto: "la fiesta de despedida se nos fue de las manos. "Mucho Blue Goat mezclado con Bulzo".

Toquetea su pantalla táctil a un ritmo desenfrenado. Un fino hilillo de sangre le corre por la ceja derecha. "Tengo que irme" Cómo, pregunto entre sorprendido y decepcionado. "No te puedo contar demasiado. Una prima de nave ha mandado un mensaje de alarma, y por cercanía, me toca a mí ir a buscarla". ¿Dónde está? "A unos cientos de kilómetros" ¿Cómo irás? "Desde la nave me están buscando el medio más eficiente"

Sin pensarlo, le propongo algo: yo puedo llevarte, tengo la moto abajo. En poco tiempo podrás estar con tu prima.

Elías niega al instante, pero algo me dice que está sopesando la idea. "Rompe los protocolos, pero...la alarma era de segundo nivel. Vamos!"

Elías sigue tecleando en su Peer dorado. Coge su macuto del Megathlon, yo me meto un par de mudas y de camisetas en el mío y le tiro un casco a la carrera. Dónde vamos, pregunto. "A un pueblo llamado Obejo, en Sierra Morena".

Y mientras me pregunto cómo coño han elegido el destino de sus primos de nave, acelero mi Honda CBR por la M-30 con un alienígena de paquete. Con su sudadera de Jordan, el casco de Hello Kitty que le he prestado y una ceja que quizás necesite sutura, como nos pare la Guardia Civil vamos a tener problemas.

Pero sé que he nacido para esto, para ser un héroe. Su prima de nave aparece en mi enferma mente como mi princesa Leia (cuánto daño ha hecho Star Wars)...


Continuará

21 abr 2012

Planeta Roca II

Elías tiene una voz cadenciosa. "Para sistematizar la información necesito respuestas concretas, directas y sinceras". Le escucho y le entiendo, recibo sus palabras con lucidez, en un agradable letargo.

"¿Temes que el mundo se acabe?" Más que el mundo, mi especie, y más que temer, lo imagino.

"¿Cómo crees que ocurrirá?" Fruto de una catástrofe natural, de una guerra, de una epidemia o de una evolución hacia otra especie.

"¿Cómo defines tu existencia?" Pequeña, en el pequeño lugar de este salón, en el egoísmo de creer que daría la vida por los míos. En la pequeña certeza del saber que no llegaré a esos extremos.

"¿A quién odias más?" A mucha gente y a nadie.

"¿A quién odias?" Al presidente, a un policía, al rey, a mi jefe, a los que son del bando ganador conscientemente, porque hacen caer a otros hacia al otro bando.

"¿Tenéis dos bandos?" Quizás. O quizás más.

"¿A qué bando perteneces?" Al ganador. Con amagos de perdedor, aunque no soy más que un falso esquirol.

"¿Cómo evitarías el fin de tu especie?" No creo que fuera capaz. Ni estoy seguro de querer evitarlo.

"Repito. ¿Cómo lo evitarías?" Quemando, asesinando, sacrificando mi existencia. O esperando en un rincón.

¿Serías capaz de sacrificar tu existencia?" No. Tengo algo que perder. Igual no es nada. Igual es demasiado. Tus primos recibirán datos contrarios.

Elías sigue tecleando por unos instantes. Con pausa, se quita el sombrero, recoge su péndulo verde y me arranca con voz suave, pero firme, de este extraño letargo:

"La nube vacía calla
y el niño mojado duerme,
el agua templada amansa
la roca desde su vientre.
Grita niño, grita fuerte,
que la nube ya descansa.
Solitario y desolado,
tus lágrimas traerán suerte."

Y tras unas décimas de agradable pérdida, Elías me pide permiso para ir al servicio.

Continuará

20 abr 2012

El planeta Roca I

Esta tarde ha llamado a la puerta un tipo un poco raro. Creía que era el del gas pero ha resultado ser un menda de un planeta lejano pero muy parecido a la Tierra.

El sólo lo conoce por lo que le han enseñado en la nave, donde ha vivido todo este tiempo. 60 parejas zarparon del Águila Centenaria hace 110 años y se han venido reproduciendo hasta hoy. Tienen un único objetivo: llegar a la Tierra para salvar el planeta Roca.

Bien entrenados, bien alimentados, evitando la endogamia con una promiscuidad seleccionada y sobre todo, gracias a un GPS cojonudo, 537 primos de nave han llegado a la Tierra. Y mira tú por dónde, Elías ha caído en mi casa.

Me habla honestamente, sin ambages. Me cuenta su historia y me adelanta sus métodos: "Voy a sacar un péndulo y un sombrero rosa y te voy a cantar una nana. Te vas a quedar medio sobado de buen rollo. Te preguntaré cosas y me las contestarás a tu aire. El despertar será bueno, descansado y sin deshielo". ¿Sin deshielo?, le pregunto. "Sin dolores de cabeza ni vómitos".

Le miro, raro él, con su sudadera arrugada de Michael Jordan, sus pantalones de pitillo y sus Ewing rojas. Él me entiende: "Se nos jodió la máquina estampadora de la nave hace 30 años". Su sinceridad me llega a la patata y le digo que sí.

Me siento en el sillón verde con orejas y cojín a juego de mi abuela y le cedo la silla forrada de tela con respaldo de madera. Elías abre su macuto del Megathlon, saca un péndulo verde y una especie de tableta en la que puedo ver el símbolo de una pera dorada.

Y antes de empezar, le hago prometer que después contestará él a mis preguntas. Y lo hará a mi modo (quiero verle fumado al lado del brasero). El sombrero es muy bonito, el péndulo empieza a oscilar y la nana me arrulla:

"De la roca nació un niño,
tan extraño y desolado
que al llorar la nube llena
ya le mece con cariño.
Llora más, oh niño mío,
que mi llanto será pena
y en el agua del estío
sentirás la yerbabuena"

Y las preguntas van cayendo una a una...

Continuará