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16 may 2012

Planeta Roca XI

Tras avanzar por el camino periférico durante unos metros, giramos a la derecha y entramos en otro túnel. "Me voy a dar una vuelta por las cascadas de azúcar", dice Elías, desvaneciéndose al instante.

El túnel finaliza en una plaza gigantesca, pavimentada con roca oscura. La parte alta de las paredes se encuentra iluminada por diferentes colores: rojo, verde y morado. "Son bacterias que reaccionan con los metales de la roca", me explica Elisa. Hay mucha gente andando de acá para allá y la temperatura es templada. "Estamos en el nivel más bajo del volcán. Vamos, te enseñaré nuestra fuente de energía".

Llegamos a las orillas de un lago enorme, de color rojo fuego. Una isla se alza imponente en el centro del lago, con tubos enormes que se elevan más allá de la vista. "En la plataforma se rebaja la temperatura del lago, que sube por los tubos para dotar de energía al resto de los niveles." ¿Por qué dijiste antes que el volcán estaba protegido?, pregunto. "Los lodazales que rodean al volcán lo hacen impenetrable por mar, y la densa bruma impide su conquista por aire. Podrían destruirlo pero renunciarían al único volcán autosostenible del planeta." ¿Tenéis agua dulce? "La condensación de las juncáreas nos da la suficiente para el riego y el consumo".

Llévame a otro lugar. El lugar más bonito que recuerdes, le digo. "No tengo recuerdos reales de mi planeta más allá de estos viajes. Pero hay un sitio al que suelo ir para relajarme".

Caminamos por la nieve sin dejar huella. El blanco va desapareciendo suavemente dando paso a un verde de escarcha, encharcado después y que al fin reluce con la humedad de la lluvia primaveral. Estamos en una inmensa pradera, llena de animales que pastan y beben en un arroyo de agua cristalina. "Es la cima del Volcán de las Nieves. Mira cuántos mutones salvajes, aves de la nieve, licaraces". Elisa se agacha y roza con la palma de la mano una flor negra y violeta. "Es una rinacea. Mira, qué suerte, eso es un lemiño. Quedan muy pocos y no salen mucho de sus cuevas."

Un bicho tan grande como un mamut, cubierto de pelos que parecen rastas, pasta tranquilamente en la orilla del arroyo. Encima, un ave de la nieve, del tamaño de un águila, parece observar nuestros pasos. "El calor del volcán derrite la nieve. Te llevaré a la gruta. Cómo decís en tu planeta...lo vas a flipar."

En efecto. Las caprichosas formas que había visto en mi excursión a Arenas de San Pedro se me antojan ridículas ante este espectáculo. Una bóveda enorme se alza ante nosotros, repleta de colores que mi vocabulario no puede nombrar. Se adivinan formas de seres extraños, preciosos. Un ave de color ámbar, con las plumas blancas y rojizas. Una especie de serpiente de mil colores amamanta a un bebé de diez cabezas. Lanzo una exclamación y Elisa sonríe. Llegamos a unas rocas pulidas por el tiempo y los extraños elementos. Elisa se sienta, me mira y me besa, con la boca abierta, los ojos cerrados y la lengua viva. Yo la recibo tan solícito como puedo, sin llegar a creérmelo del todo. Poco a poco, soy consciente de su sabor, de sus curvas, de nuestro serpenteo.

"Despertad", grita Elías. "Tenemos que irnos de aquí. Saben donde estamos y vienen a por nosotros".

Continuará...

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