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21 jun 2012

XVIII

Alquilar un coche un sábado a las 9 de la mañana tiene sus ventajas. El empleado de AVIS tiene un careto de resaca considerable, a lo que suma cierto empanamiento que, deduzco, viene de serie. Esta circunstancia facilita que Elisa se haga pasar por Paloma sin ningún contratiempo. Pagamos en efectivo y dejamos una fianza de 800 pavos con la tarjeta de crédito.

Cansado de conducir Opel Corsas de 1.2., me aprovecho de las lechugas de 100 euros perfectamente falsificadas (pasan el test de la máquina sin problemas) por los roquianos y pillamos un Audi que parece un avión. Metemos los macutos en el maletero y salimos del parking.

En el insomnio de la noche, mi indignada cabecita no ha parado de girar. Entre las dudas de la confesión de Elisa, he pensado en la estrategia necesaria para minimizar riesgos. Además, a estas alturas, yo también estoy pringado hasta el cuello. Me visualizo en una peli de acción. ¿Qué haría el doctor Richard Kimble? ¿Qué haría Torrente?

Vamos a prepararnos para el viaje, digo. Lo primero es lo primero. Nos detenemos en un locutorio de pakis y Elisa compra una tarjeta de prepago. Después, voy un momento a correos, meto en un sobre el carnet de conducir, la tarjeta de crédito de Paloma y ocho lechugas de la fianza y lo envío a su dirección, previamente apuntada en un papelito.

Y para acabar, una paradita en El Corte Inglés, canturreo. "¿Qué hacemos aquí?", pregunta Elías. Sin su peer dorado ni su enlace sabelotodo, por mucha arma secreta que tengan en sus megathlones, los roquianos están en mi territorio, hasta cierto punto a mi merced. Y la nueva situación me pone, para qué engañaros.

Con las pintas que llevamos, especialmente tú, si pasamos delante de un control con este cochazo nos van a parar seguro. Las apariencias lo son todo, mi querido Elías. Su gesto de asentimiento y la risa de Elisa corroboran que el speech de listillo me ha quedado de puta madre. "Pareces Samuel L. Jackson en Pulp`Fiction", barrunta mi conciencia.

Indico a Elisa la sección de mujeres y me voy con Elías directamente a Emilio Tucci. Que se metan la Fórmula Joven y el Dustin por el culo. Un tipo bajito, desgastado, con un metro amarillo roído al hombro, nos saluda con voz de ducados: "¿Les puedo ayudar en algo?". Sí, quiero un traje de verano para mí y otro para mi amigo. Escoja un par de camisas lisas para cada uno. Tras un par de intentos en los probadores, el hombrecillo asiente convencido y nos pone alfileres aquí y allá con profesionalidad. Póngase recto, joven, dice el empleado con mecánica cadencia. Elías, con su percha desgarbada, parece un vendedor de enciclopedias.

Queremos que nos prepare el traje ahora mismo, digo. "Eso no va a ser posible". Le deslizo una lechuga en el bolsillo de la americana y el hombrecillo cambia el rictus. "Vuelvan dentro de media hora". "Qué corrompibles sois los terráqueos", comenta Elías. Y todavía no has visto nada. Ya verás cuando lleguemos a Marruecos. Con varias lechugas te nombran alcalde.

Mientras el hombrecillo arregla los trajes, vamos a la sección de zapatería. Pillo unos zapatos cómodos del 40 y le pregunto a Elías su talla. "Un 45". Joder, ¡vaya peana tienes! "Los roquianos del lodazal tenemos los pies grandes y curvos. Nos ayuda a caminar por el barro". Bajamos al fin por las escaleras mecánicas. Elisa nos espera en la puerta con una blusa violeta y unos pantalones negros que ensalzan aún más sus curvas. "Es puro pecado. Que utilice tus espermatozoides como quiera", susurra mi conciencia.

Bueno, pues ya estamos preparados, digo. Solamente nos falta hacer una gestión. Arranco el Audi y me dirijo al Gamonal, donde a buen seguro podré encontrar a algún tipo dispuesto a ganarse unos euros por la tarea que voy a encomendarle. Varios chavales descansan apoyados en un Citroën Saxo tuneado. El techno a todo trapo y sus pupilas gigantescas denotan que la noche ha sido larga y que siguen de empalmada. Bajo la ventanilla y pongo voz de malote: ¿queréis ganaros una buena panojita? "Qué hay que hacer, pues", pregunta un gordo con las mejillas enrojecidas y la mandíbula castañeante. Simplemente, conducir hasta la frontera con Portugal. Si ves un control de la Guardia Civil, me haces una perdida a este número. "Sí, hombre. Como me paren a mí reviento el aparatito". "Tómate esta pastilla. Te aseguro que darás negativo", dice Elisa. "Otra rula más no me sentará mal, jajaja. ¿Y cuánto me vais a pagar por esto pues?". "300 euros", dice Elisa. "Y como nos engañes, te juro que cuando volvamos te reviento el coche, que sé donde vives".

La agresividad de Elisa tiene un efecto laxante en mi persona, aunque parece que surte el mismo en el gordaco con cara de pan. "No te preocupes. En el Gamonal tenemos palabra. ¿Dónde está el dinero?". Tras pagar la suma acordada, paramos en una cafetería para desayunar y hacer tiempo para que el gamonalero nos gane unos kilómetros. Enfilamos la carretera con dirección a Salamanca. Paramos en una gasolinera y compro un mapa de carreteras, cinco botellas de Aquarius y diez sandwiches de máquina.

Y allá vamos, con nuestro Audi, nuestros trajes y Rock FM a todo trapo. "Quiero ser más rápido que ellos, echar todo a perder, un día tras otro y un buen rato después, saber llegar a casa antes de que el sol me diga que es de día".

Continuará...






17 jun 2012

XVII

La sensación del agotamiento sin premio no es nueva. El premio es el sueño, y la penitencia es el desvelo que causa la duda. Más allá de las experiencias vividas, de los cadáveres, de mi viaje sin retorno, la almohada me susurra la confesión de Elisa.

El amanecer descarga sus ruidos, la luz del nuevo día, su acusación. Los pájaros compiten con el camión de la basura, enmarcando la voz de la conciencia. "Te han utilizado. Estás renunciando a lo que podrías llegar a ser. Un ser indefinido pero con todas sus puertas abiertas. Han jugado con tu ego, con tus debilidades".

Miro a Elisa, durmiente y sincera, entrenada en la misión de hacerme suyo. Me visto, arranco las llaves de la puerta y salgo a la calle. "Piensa". El rocío saluda a las adelfas del río. En el paseo, balanceo mis pasos entre el escape y la continuidad de la aventura. Si vuelvo a mi caverna, todo esto no habrá sucedido. Si continúo, si me sumerjo, quizás completaré mi destino.

Al volver a casa, Elías escruta la pantalla del portátil. "Nada nuevo de lo de Córdoba". Marca un número con el teléfono fijo de Paloma. Quiero escuchar, exijo. Tras unos tonos, una voz femenina, inglesa y neutra, habla. Ha llamado al apartado telefónico 0545678. Tras unos segundos, la voz prosigue. Si quiere dejar un mensaje, pulse 1 y espere la señal. Si quiere escuchar los mensajes, pulse 2 y espere la señal.

Elías pulsa el 2. Elisa se despereza. Al mirarla, me debato entre el resentimiento y la devoción. Lo que escucho es incomprensible. Distintas voces, con distintos tonos e intensidades, hablan durante varios minutos en la lengua común de los roquianos. Tras una pausa, Elías pronuncia su mensaje en idénticos términos.

"Esto ha sido una carnicería. Los supervivientes se están reuniendo en el punto de recogida. Tenemos que llegar allí cuanto antes", dice Elías. Dónde está ese punto, pregunto agresivo. "En una isla del Pacífico".

El salón se va llenando de luz. Voy a la cocina, me hago un café e intento, sin éxito, dejar la mente en blanco. Los brazos de Elisa me envuelven. "Entiendo tu enfado". Sus palabras desarman mi armadura de cartón, y el café espabila mis sentidos.

"¿Cuál es la manera más segura de llegar a la isla Raiatea?", pregunta Elías. Buf, creo que lo mejor es ir paso a paso. De momento, teniendo en cuenta los contactos de Elíseo, la Guardia Civil nos tiene fichados. Lo primordial es salir del país. Ir hacia Francia sería una opción, pero allí comparten datos con España. Así que lo más factible sería viajar hacia Marruecos, aunque el viaje será largo. Podemos bajar por Portugal para evitar pasar por Andalucía. ¿Tenéis pasaporte?

Elisa abre el Megathlon y me lanza varios pasaportes. Todos perfectos, con sus sellos y sus fotos. "¿Cuál te parece más creíble?".

El siguiente paso es más sencillo, aunque puede comprometer a mis colegas. Diego y Paloma duermen como dos angelitos en su cuarto. No me resulta complicado encontrar su tarjeta de crédito y su carnet de conducir, todo bien dispuesto en el primer cajón de la cómoda. Con eso bastará para alquilar un coche sin llamar la atención. El camino hasta Marruecos será otra cosa.

Salimos de casa de Paloma en silencio. Elías me para en el descansillo, apoya su brazo en mi hombro y me acaricia la nuca con gesto fraternal. Elisa me coge la mano. "No era así como tenía que pasar. Lo que hemos compartido no tiene nada que ver con la misión".

Y en el paseo hacia el alquiler de coches, la voz de la conciencia vuelve a intentarlo. "Cuidado. Saben lo que piensas". Pero el olor de la roquiana es demasiado fuerte.

Continuará...


15 jun 2012

XVI

En el salón, Diego charla animadamente con los roquianos. Hablan con total naturalidad de su experiencia en Camboya. Paloma está abriendo unas morcillas para freírlas en la sartén. "Tus amigos son muy majos. No me habías hablado de ellos". Les conocí en Camboya y se han presentado en Madrid por sorpresa.

La cena discurre animada, saltando de un tema a otro. Elías parece gozar con la morcilla, y Elisa saborea la rosca de jamón con fruición. Con el postre, Diego me tira la china y me dice: "Hazte un porro, Mario. Hemos quedado en media hora para ir a tomar algo". Estamos muy cansados, respondo. Creo que nos quedaremos en casa. Elisa me echa un cable y bosteza.

Nos quedamos solos. El silencio se hace fuerte, invadiendo el cerebro agotado. "Me voy a dormir. Mañana será un día muy largo", dice Elías. Elisa entra en el baño. Me siento en la cama, me tumbo y me vuelvo a sentar. Sus curvas me visitan desde la penumbra del pasillo. Una camiseta ancha susurra su cuerpo. Las palabras sobran. Los besos son raros, nuevos. Lo demás es antiguo. Químicamente suyo, me empacho de cucharadas de presente.

"Nuestra historia es muy parecida a la vuestra. Guerras, dominio, epidemias y egoísmo. Estuvimos al borde de la extinción. Y tras ello, forzosamente asumimos el equilibrio". Su voz, tan cercana, cosquillea mi pecho.

"Empezamos de cero. Los volcanes compartieron recursos, los puestos externos se volvieron rotativos y la convivencia fue pariendo un orden, un orden que era justo, natural. Nos desarrollamos, sin desigualdades, sin acumulación, sin seguridad, sin propiedades. El plungio, lo que llamáis sentido común, reinó durante siglos. Ante cualquier desviación, el resto de la comunidad actuaba, con justicia, con proporcionalidad. Pero Elíseo rompió el plungio, y todo cambió. Poco a poco, primero en el volcán de las Rocas Nobles, y después en los demás, sus seguidores comenzaron a reclamar privilegios. Una vuelta al pasado. La lava, los lodos, el agua, las plantas medicinales se convirtieron en bienes de lujo. Lo que antes era de todos pasó a ser un bien controlado, dosificado a aquéllos que aceptaban las nuevas reglas del juego. Desacostumbrados a la competición, los románticos fueron perdiendo terreno. Así empezó la nueva guerra. Tras años de combate, nuestras fuerzas están muy debilitadas. Nuestro observatorio detectó un planeta con unas características similares al nuestro. Y aquí estamos. Sois nuestra última esperanza. Embarcaron los pocos roquianos que escaparon a la plumvia, a la esterilización masiva. Necesitamos vuestra fertilidad".

Continuará...


4 jun 2012

XV

"Mario...qué haces aquí?", dice sorprendida. Pues ya ves, me han visitado un par de colegas que conocí en Camboya y nos hemos venido en bule para Burgos. ¡Sorpresa!.

"Hola. Me llamo Elías". "Y yo Elisa". Los roquianos han aprendido bien los protocolos de saludo en la nave. Sonrisa y dos besos. Subimos en el ascensor. Paloma me mira extrañada. Yo creo que lo está flipando un poco. "¿Por qué no me has llamado?", dice al fin. Ya me conoces. He perdido el móvil y como me acordaba de dónde vivías, hemos venido directamente para acá. Qué suerte que hayamos coincidido en el portal.

Depositamos los macutos en el salón mientras Paloma nos distribuye amablemente en su linda casita. "Dos podéis dormir en el sillón cama del salón y otro en la habitación de invitados. Había quedado para cenar con Ana, con María y con el Chiflo. Diego llega en el autobús dentro de un rato".

Con el ajetreo, había olvidado que hoy es viernes. Las pulsaciones se me elevan ante su anuncio. Salir a la calle no es muy conveniente, y si además viene Diego y no curra mañana, las probabilidades de un encontronazo con la policía se disparan.

Estamos un poco cansados. Igual nosotros nos quedamos en tu casa, respondo. "Ni hablar", dice Paloma. La hospitalidad burgalesa no va a ser fácilmente doblegada. "Podemos cenar aquí los cinco y salir luego. Seguro que os animáis. Me voy a duchar. Estate atento a la puerta, que Diego no tiene llaves."

Me acerco al portátil de Paloma y abro El País. La noticia de la pensión de Córdoba ocupa una de las portadas de la sección de última hora. "Cuatro muertos en la Pensión Los Arcos, en Córdoba. La policía ha encontrado esta tarde el cuerpo del dueño de la pensión y otros tres cadáveres aún sin identificar debido a su estado de descomposición. La policía científica está analizando el lugar de los hechos y no deja acceder a nadie al interior".

"Bueno, el ácido de la lava ha hecho su efecto y no dicen nada de lo de Obejo. Parece que de momento la policía no es prioridad 1", dice Elías. ¿Y los mercenarios de Elíseo? ¿Visteis lo mismo que yo cuando tocamos a ese tío?, pregunto. "No sé lo que viste tú. Al estar varios en contacto, y con los restos de la píldora, la intuopía se multiplica, pero cada persona tiene una sensación diferente", responde Elisa.

"Lo que está claro es que no se van a dar por vencidos. Como no sabemos lo que está pasando en la nave, lo más sensato es tomar todas las precauciones posibles. Seguro que los eliseístas han sobornado a gente con acceso a información restringida" ¿Policía? "Quizás. Vimos un nombre: Arsenio Fernández de Mesa", concluye Elías. Una rápida búsqueda en google confirma sus temores. ¡Joder, es el Director General de la Guardia Civil! Pues entonces sí que estamos jodidos, exclamo.

El timbre suena y Diego aparece en la puerta con una trenza de Almudévar bajo el brazo y su mítica dulzaina al hombro. Tras las exclamaciones de sorpresa y las presentaciones, abrimos unas cervezas y posponemos el próximo paso hasta mañana, pues poco se puede hacer a estas horas de la noche.

El baño es cuco, cuco, armonizado por distintas tonalidades de verde. El agua caliente relaja mi cuello y mi espalda, castigados por las horas de autobús y la tensión acumulada. Intento dejar la mente en blanco pero no puedo. Pienso en cómo vamos a salir de ésta, y en qué quería decir Elías. ¿Por qué están aquí los roquianos?

Continuará...