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31 jul 2012

XX

El amanecer trae la brisa del océano. Acaricia el vello destapado y las manos levantan la sábana hasta que mece la tripa. Matemáticas. Y con su movimiento, la vigilia aparece breve, desconectando el subconsciente y lanzándonos a la mezcla, a una especie de onírica realidad.

Tras una décima de desorientación, la foto del alrededor. La luz penetra levemente a través de las ventanas, un sol que está detrás y que tardará en cegarte. Elisa duerme al lado y Tutankamon, nuevo nombre de Elías, hace justicia a su mote.

Todo bien; el sueño vuelve a acudir, quizás en otra décima de segundo, pero esta vez, en una paralela más cercana a la consciencia. Interactúas, acaso crees llegar a controlarlo. Y esas veces el despertar arrastra las algas de algo. Felicidad o miseria. En una sola décima.

El café de un bar del pueblo entra directo al corazón, como cantaría el admirado (candidato a la guillotina) Sergio Dalma. Estoy sobado y voy poco a poco viniéndome arriba. Soy como un muñeco al que le tienen que dar un poco más de cuerda. Los roquianos, en cambio, van muy sobrados. Su compostura es total. Bien sentados, buena cara, comiendo como limas. Mis ritmos son otros, y de bien nacido es ser agradecido. Tras café y piti, la llamada de la selva de un cuerpo sano acude para devolverle a la naturaleza lo consumido, transformado en residuo orgánico.

En mi "lapso", los roquianos ya han hecho averiguaciones. Nos acercamos al puerto del pueblo, donde le han comentado a Elías que hay patrones que alquilan sus barcos para hacer excursiones.

Quiero la misma pastilla que os habéis tomado esta mañana, le digo a Elisa. "No es bueno que te enganches. No sabemos si serías capaz de controlarlo". Dame una, le insisto. Antes de acabar la frase, me mete una pastilla en la boca y se da la vuelta. "Gilipollas". Os diría que seré capaz de controlarlo, pero os mentiría. Es como estar bebiendo una birra helada después de haberte dado un baño de media hora en la playa.

En el puerto somos un poco la sensación. Hemos comprado algunas cosillas para renovar el vestuario de los roquianos, y ya de paso el mío, porque cuando salí para Obejo no me imaginaba en estas lides. Parecemos los típicos turis, hasta que nos acercamos a hablar con ellos. Elías va directo al grano con un portugués perfecto. "Queremos alquilar un barco para ir a Marruecos". La peña se descojona, y uno le responde jocoso: "nadie tiene permiso. Está muy lejos, además". Los tipos se alejan, y antes de pensar en otra estrategia, un tipo joven, bastante parecido a Cristiano Ronaldo, nos dice: "¿cuánto?"."1500 euros", replica Elisa. "2500". Y ahí todos sabemos que tenemos transporte.

Cristiano nos espera sonriente en el muelle. Tiene un par de fulanos ayudándole a descargar unas cajas. Llegamos con nuestros macutos y nuestras pintas. Chapurrea el español, habla parecido al Cristiano de verdad. "Hay que ir preparados. No podremos parar. Según el viento, el viaje os podrá costar más caro o más barato. Usar el motor es caro".

Nos instalamos en el barco, que tiene unos 10 metros de eslora. Sorprende bastante por dentro. Tiene un salón de puta madre y capacidad para 6 personas en camarotes. También tiene una pequeña cocina que comunica con el salón. Elías sube rápidamente a la cubierta mientras ayudamos a Cristiano a meter las cosas en la bodega. "Tenemos que llegar a aguas marroquíes sin que nos vean. Habrá que alejarse un poco de la costa en un momento dado", nos dice. Totalmente de acuerdo, le respondo.

Ante del amancer del día siguiente, salimos con el motor de 55 CV al ralentí. El yate a vela se va alejando del puerto. Nunca había visto así a Elías, le digo a Elisa. Parece un niño. "Es un roquiano del lodo. Ésto es, como decís aquí, un cuento de hadas para él. Velas, un barco, ese chico...y este mar, tan inmenso.

Continuará...

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