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20 mar 2010

Visita a la República Democrática del Congo. Kivu Sur II

Acabo de llegar de nuevo a Kinshasa después de vivir los tres días más intensos de mi vida. A las seis de la mañana ya estaba en el aeropuerto militar de la ONU, rodeado de soldados uruguayos y de unos cuantos tipos más que se disponían a coger el avión que debía llevarnos a Bukavu, la capital del Kivu sur. Entre el verde reluciente de las colinas, los brillantes techos de uralita de las precarias construcciones hacían el extraño efecto de un espejo. Ya en tierra, los tanques, los helicópteros, los coches blindados y los soldados de la MONUC (en su mayoría bangladesíes y pakistaníes), daban fe de había llegado a una zona de conflicto.

Charles, el coordinador técnico de la ONG local que ejecuta el proyecto, y Jazz, el chófer que fácilmente habría ganado el mundial de rallyes con el Toyota del cenizo de Carlos Sainz, me esperaban pacientes a la salida. Un colega gabacho que llevaba unos días por allí me había reservado una habitación en un precioso hotel a las orillas del lago Kivu. Tras dejar las maletas nos dirigimos a la oficina de la ONG para que Charles me presentara a todo el equipo. La coordinadora administrativa, Mamá Nono (aquí la gente se llama mamá y papá como símbolo de respeto) y el resto del equipo me recibieron calurosamente. Luego tocó reunión con los técnicos que dan apoyo al proyecto y después con la “ministra” de la provincia, Mamá Brigitte.

De vuelta al hotel, me estuve tomando unas cervezas e intercambiando opiniones acerca del proyecto con el bueno de Charles, un tipo de 50 años con una humildad y una empatía maravillosas.

Al día siguiente, después de ponerme púo con el desayuno del hotel, nos fuimos a visitar una de las regiones donde se desarrolla el proyecto, una de las más azotadas por el todavía vigente conflicto. A día de hoy, salvo algunas escaramuzas, se vive una relativa estabilidad. Desde finales del 2008 no se han registrado enfrentamientos abiertos entre el ejército congolés y la parcialmente desarticulada guerrilla de liberación ruandesa. El asesinato de su comandante Laurent Nkunda debilitó significativamente su fuerza. En general, las ONG´s y organizaciones internacionales desplazadas en la zona no corren demasiado peligro. Constantes patrullas de la MONUC pululan por todos los lados. Las guerrillas se han desplazado a la frontera con Ruanda y controlan la explotación ilegal de las minas de Coltán. El verdadero peligro ahora lo constituyen las brigadas “integradas” de las fuerzas armadas del Congo. Este experimento de la MONUC, que trata de integrar en el ejército congolés a antiguos combatientes de la guerra de ambos frentes tras un periodo de formación de 5 meses, plantea serios problemas. Como viven precariamente y no conocen más que la violencia y la guerra, cualquier contratiempo enciende la mecha, sometiendo a la población local a robos, amenazas y extorsiones. Además, las familias de los soldados viven puerta con puerta con la población y existe un grave problema de convivencia.

El 4x4 enfilaba el camino embarrado y lleno de baches. A los lados, el devenir incesante de la gente se detenía un segundo para contemplar al “musungu” (blanco) que pasaba en un coche rodeado de locales. Me sentía escrutado como los bonobos que había visitado el domingo.

En la aldea de Katanna nos esperaba la presidenta de un “Comité de Mamás”, la animadora y varias “miembras” de la asociación, como diría nuestra ministra de Igualdad. Después de mi experiencia en Marruecos, da gusto observar que las mujeres en este país tienen la capacidad de interrumpir o mandar callar a un hombre. Y que los hombres, a su vez, ceden la palabra a las mujeres. No es una sociedad matriarcal pero aquí la mujer está bastante más empoderada que en la mayoría de países que conozco.

Dimos un paseo por las huertas comunitarias de mandioca, judías y maíz. Llevaba conmigo una inmensa cola de pequeñajos y pequeñajas. Cuando me daba la vuelta y les miraba, reaccionaban entre la curiosidad y el recelo. Les asustaba la cámara pero después les encantaba identificarse en la foto. El más atrevido me decía algo inteligible y salía corriendo.

En mi papel de evaluador, comencé a hacerle algunas preguntas a las mujeres para ver cómo se estaba desarrollando el proyecto. Todas comprendían el francés y dos de ellas lo hablaban bastante bien. La presidenta, viuda y con siete hijos, infundía paz y respeto. Me dejaron impresionado por su fuerza, por su amabilidad y por la buena gestión que estaban realizando en la organización de los trabajos en el campo, en la gestión del stock de las cosechas y en la restitución de semillas a otras familias para multiplicar las cosechas. Después nos fuimos a comer a casa de una de las mujeres. Plátano frito, carne de vaca y coca cola. Me acordé de la película de Los Dioses deben de estar locos. Tiene cojones esto de la Coca Cola…

La pluviometría, la temperatura y la fertilidad de la tierra volcánica son ideales para la agricultura. Si Amanece que no es poco se hubiera rodado en el Congo, el tipo que crece en la huerta tendría que haber sido interpretado por Shakeal O´Neal. La realidad es que la mayoría de la gente vive bajo el umbral de extrema pobreza. Pasan hambre con mayúsculas. La mayoría de los productos agro-pastorales son importados de Ruanda, de Burundi y del Kivu norte. Las causas de esta lacerante contradicción son las constantes guerras, el desplazamiento de los jóvenes a trabajar a las minas y la falta de mecanización. Además, el terreno montañoso, que impide concentrar grandes extensiones de cultivo, y la enorme presión demográfica en las zonas habitadas (en el campo la media de natalidad es de 6 hijos) agravan aún más el problema. Un kilo de arroz vale 0.9 dólares en un mercado local, y el de patata, 0.6. Es como si nosotros tuviéramos que pagar unos 9 euros por un kilo de arroz.

Después de sacarnos unas fotos (que ya subiré cuando vuelva a España) nos volvimos para Bukavu, que es una ciudad agradable comparada con Kinshasa. Tiene un tamaño aceptable y se encuentra a 1.500 metros del nivel del mar, por lo que el clima es perfecto: manga corta por el día y una sudadera fina por la noche. De vuelta al hotel no tuve fuerzas ni siquiera para cenar. Me tumbé en la cama con una sensación muy placentera. Por fin había entendido cuál era la finalidad de mi visita al Congo; no era hacer una evaluación que se van a pasar por el forro de los cojones, sino hacer un diagnóstico con recomendaciones para la ONG local con la intención de mejorar en todo lo posible la gestión del proyecto.

Al día siguiente estaba en pie a las seis y media. Nos esperaba un viaje de tres horas a otra región, muy cerca de la frontera con Ruanda. La distancia recorrida no pasaba de los 90 kilómetros, pero el estado lamentable de la pista y el terreno súper escarpado hacían que el avance fuera “tortugoso” (lento y tortuoso).
Montañas, plátanos, ríos, todo verde reluciente. Al fin llegamos al valle. Una inmensa llanura de cultivos se desplegaba a la vista como un regalo. Aquí es donde se desarrolla la parte más importante del proyecto. Se han comprado dos tractores para mecanizar y hacer rentable la producción y tres cooperativas se van a poner en marcha para intentar comercializar el arroz, el maíz y la mandioca recogida. A simple vista se observa que la gente va mejor vestida y pasa menos hambre, aunque sus condiciones de vida siguen siendo precarias.

Vimos las plantaciones de arroz, estuvimos con varias asociaciones y se organizó un coloquio con unos 30 beneficiarios y beneficiarias. Luego estuve viendo cómo habían organizado la gestión del uso de los tractores. En ese momento, me llamó mi compi gabacho para informarme de que se había desatado una revuelta de una brigada del ejército en Uvira, ciudad que se encuentra a 50 kilómetros de donde estábamos. Enseguida, la gente de la asociación local llamó a sus contactos en la ciudad para tener datos de primera mano. Al parecer, el comandante de la brigada había desaparecido con la paga de todos los soldados y éstos, como acto de protesta, se habían lanzado a la ciudad disparando tiros al aire y realizando varios saqueos.
He de reconocer que me acojoné un poco, pero la gente me tranquilizó asegurándome que no corríamos ningún peligro, que el conflicto no se iba a extender y que no me preocupara. Al rato, se cruzaron dos soldados con metralletas al hombro y dos pollos en la mano. Los cojones se me pusieron de corbata. Cuando ya se habían alejado, la reacción de Papa Charles, de Mama Nono y de otro tipo que nos acompañaba fue la de descojonarse y comentar que los pollos los habrían robado por el camino. Están tan acostumbrados a vivir situaciones extremas, que algo que para mí era un canteo ellos lo percibían como una simple anécdota. O quizás utilizaban el humor como mecanismo de defensa.

Tras completar la visita, nos fuimos a comer a la frontera con Ruanda. Entramos en un pequeño restaurante y comimos carne de cabra, que estaba deliciosa, mandioca y plátano frito. La vuelta a Bukavu fue un poco tensa porque la comida y la birra en el estómago se me movían como unos gayumbos centrifugándose en una lavadora industrial. La verdad es que nos echamos unas risas en el coche. Me encanta la risa de Mama Nono. Llegamos casi de noche, me dejaron en el hotel y me comí una pizza deliciosa con el gabacho, con el que estuve charlando durante un buen rato. Es un tipo amigable, majete, pero con un punto raro raro (cromosoma gabacho). Volví a caer en la cama como un guiñapo. El día había vuelto a ser inolvidable.

A la mañana siguiente me reuní con todo el equipo que trabaja en el proyecto para hacerles unas recomendaciones. La experiencia ha sido verdaderamente enriquecedora. Con que hayan podido sacar de mí una décima parte de lo bueno que yo he sacado de ellos, me doy por satisfecho.

Me fui para el aeropuerto con Charles y con Carlos Sainz. A la salida de la ciudad había un tráfico de cojones y estuvimos parados durante 45 minutos. La verdad es que viví unos momentos de auténtico estrés porque veía que perdía el avión. Habría sido una catástrofe porque seguramente no podría haber llegado a tiempo para coger el vuelo de regreso del sábado. Finalmente, gracias a Jazz, que fue follado durante el camino, hasta el punto de hacer varios deslizamientos por el barro (en uno no nos hostiamos de milagro), llegué justito para embarcar.

Realmente necesitaba exteriorizar todas estas sensaciones tan intensas. Me descubro ante la fuerza y las ganas de aferrarse a la vida del pueblo congoleño. Este país, que nació enfermo por los excesos de su madre belga en el embarazo, con una infancia repleta de traumas indescriptibles a causa de su guapura, de sus joyas, de sus tierras fértiles y de sus recursos ilimitados, convalece a día de hoy en la UCI con el irregular goteo del suero de las Organizaciones Internacionales, que mantiene estables sus condiciones vitales pero que no logra sacarle del coma inducido. Espero que cualquier día puedan trasladarlo a planta. Empezará entonces un periodo largo y complicado. Tendrán que dejarlo de una vez por todas que elija su propio camino, con rehabilitaciones y curas que intenten sacar lo mejor de sí mismo sin imponerle procesos de recuperación que le hagan recaer o generar otras enfermedades, o que supongan extracciones de sangre que mermen sus debilitadas fuerzas. Quizás un día pueda llegar a ser el vivero del mundo.

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