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20 mar 2010

Visita a la República Democrática del Congo. Kivu Sur

Antes de contaros cómo ha sido mi visita por el Este del Congo, voy a intentar explicaros lo que ha pasado en este país desde los últimos veinte años hasta hoy. Leéoslo que me lo he currado como un hijoputa.

En 1990 se acaba la guerra fría. Y con ella, la necesidad de apoyar a gobiernos que en un mundo sin telón de acero podían empezar a convertirse en una carga. Uno de ellos era Mobutu, que de golpe y plumazo pierde el apoyo internacional de los “buenos” y comienza a verse seriamente cuestionado dentro y fuera del entonces Zaire. El Congo no es un caso aislado. El cese repentino de apoyo financiero y político a los gobiernos dictatoriales del África Subsahariana fue una causa directa de las numerosas guerras civiles acontecidas hasta la fecha de hoy en países como República Centroafricana, Costa de marfil, Angola, Congo Brazaville, etc.

Cuatro años después, en la vecina Ruanda, las milicias hutus provocan el genocidio de alrededor de un millón de personas de la etnia rival. Se estima que el 80% de la población tutsi es aniquilada. Tras el mutis de los principales países, con importantes intereses económicos en la zona, la situación se hace tan descaradamente insostenible que las Naciones Unidas consideran que el genocidio ruandés ha sido un grave atentado contra la paz y la seguridad internacional, creando un Tribunal Penal ad hoc para castigar a los culpables. Los hutus, que copaban los puestos de poder de un gobierno ampliamente apoyado por la Comunidad Internacional, pasan de ser cazadores a ser cazados.

Así que la zona oriental del todavía Zaire, plagada de montañas y bosques tropicales, se convierte en refugio para alrededor de un millón de hutus que huyen de Ruanda intentando salvar sus vidas. Entre los refugiados se encuentran numerosos miembros de las milicias hutus “Interahamwe”, ligados a partidos políticos que han participado en el genocidio.

Se instalan en el Kivu norte y el Kivu sur (este del Congo), desde donde atacan sistemáticamente a los tutsis ruandeses y congoleños (“Banyamulenge”). Esta circunstancia es aprovechada por Kabila, el padre del actual presidente de la RDC, para iniciar un levantamiento armado con el objetivo de derrocar a Mobutu. Así se inicia la primera guerra del Congo.

Estamos en 1996. Los Banyamulenge se rebelan y se alían con Kabila, formando la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Zaire (AFDL). En contrapartida, Mobutu se aferra a su único clavo ardiendo y presta apoyo a las guerrillas Interahamwe. Poco le queda al rey negro, pues ha perdido a la reina y a sus dos torres. Los Jefes de Estado de la región de los Grandes Lagos, en especial Ruanda y Uganda, prestan su apoyo a la AFDL con la intención de acabar de una vez por todas con estas guerrillas hutus. Muchos oficiales del ejército zaireño se rebelan contra Mobutu y se unen a las tropas de Kabila, llegando a Kinshasa con cierta facilidad el 17 de mayo de 1997. Mobutu, gravemente enfermo, huye a Marruecos, donde muere poco después carcomido por el cáncer. Kabila toma oficialmente el poder tres días después, y cambia el nombre de Zaire por el de República Democrática del Congo.

Como os podéis imaginar, Kabila se encuentra un país plagado de contratiempos. Aparte de los conflictos entre sus propios partidarios locales y una inabordable deuda externa, la presencia de una gran cantidad de ruandeses en la capital le hace parecer ante su pueblo como una marioneta de los regímenes externos. Pronto comienza a ser acusado de corrupción, y acomete reformas dictatoriales que van borrando la ya cuestionable palabra “Democrática” del recién nombrado país. La tensión se agrava cuando Kabila, en un claro intento de dar un puñetazo en la mesa ante su pueblo, agradece a Ruanda su ayuda y ordena abandonar el país con celeridad a las numerosas tropas ruandesas (y en menor grado ugandesas) presentes en el país. Estamos a mediados de julio de 1998. Aquí se enciende la mecha de la posterior barbarie. A la misma hora, Ronaldo tiene un ataque de ansiedad antes de jugar la final del mundial contra Francia. El mundo sigue con interés sus evoluciones mientras ignora lo que se está cociendo en el Congo: la Guerra Mundial africana.

Esta expulsión provoca una gran inquietud entre los Banyamulengues, principalmente en el este del Congo, ya que sin la protección de los soldados ruandeses se encuentran expuestos a los ataques de los Interahamwe (guerrillas hutus), con una fuerte presencia en el Kivu. Así que el 2 de agosto de 1998, los tutsis congoleños de la ciudad de Goma (capital de Kivu norte) inician un motín bajo el nuevo nombre de Asamblea por la Democracia Congoleña (ADC), secundado de forma inmediata por el gobierno de Ruanda y de Uganda, de mayoría tutsi y con los dientes bien afilados ante la inmensa riqueza en diamantes y coltán yacentes en el Kivu. El grupo se hace fuerte en la provincia del Kivu, y se expande por Katanga, en el sudeste de la RDC. Burundi también se apunta a la fiesta y ocupa toda la zona noreste del país.

¿Y qué hace Kabila? Los mismos que le habían encumbrado al poder le han hecho un jaque pastor. Así que, sin peones propios, no le queda otro remedio que repescar a los peones que antes había eliminado y adelantarlos para proteger al rey. Así que se alía con los hutus y declara la guerra a todos los tutsis. El Jefe del Estado Mayor lanza un explícito comunicado por radio: “el pueblo debe llevar machetes, lanzas, flechas, azadones, espadas, rastrillos, piedras, y utensilios similares, para matar a los tutsis ruandeses”.

La guerra ha empezado formalmente. Ahora sí, Ruanda reclama oficialmente una parte substancial del Congo como territorio de la “Ruanda histórica”, denunciando que Kabila estaba organizando un nuevo genocidio en contra de los tutsis de la región de Kivu.

Tras el secuestro de una aeronave del gobierno, los rebeldes de la ADC logran llegar a la costa atlántica, donde se incorporan soldados gubernamentales amotinados. La lealtad en el conflicto se disfraza de supervivencia. La guerra se empieza a extender por todo el territorio y cada vez más pueblos caen en manos de los nuevos rebeldes. A finales de agosto, sólo un mes después del inicio del levantamiento, la coalición (Uganda, Ruanda, Burundi y la ADC) se encuentra a las puertas de Kinshasa.

Kabila está a punto de caer. Agota su agenda buscando denodadamente apoyo internacional. Los primeros en responder son varios países del Comité para el desarrollo del África Austral: Angola, Zimbabue y Namibia responden a la llamada con motivaciones de diversa índole. Angola quiere poner fin a 25 años de conflicto. Los rebeldes de UNITA se financian con la venta de diamantes y tienen su base de operaciones en el sur del Congo. Zimbabue está presidida por Mugabe, un megalómano que pretende ganar peso en el continente. Varias empresas de su propiedad han firmado acuerdos millonarios para explotar las minas del Congo. Namibia se añade a la terna debido a los intereses comerciales de “coleguitas” del presidente, muy bien relacionado con Kabila.

Poco después, otros países entran en el conflicto. El Chad envía varias guarniciones con el beneplácito de Francia, que quiere recuperar su influencia perdida en la región tras el genocidio ruandés. Gadafi quiere dar un golpe de efecto para salir de su aislamiento y manda varios aviones. Sudán, que mantiene un conflicto abierto en la frontera con Uganda, también colabora con el frente de Kabila. Ya tenemos a todos los actores identificados.

La entrada de estos países constituye un soplo de aire fresco para Kabila. Los rebeldes son paulatinamente alejados de Kinshasa. Una guerra de guerrillas, con pocos combates masivos y con multitud de frentes de combate va generando un elevadísimo número de víctimas, tanto militares como civiles. Robos, violaciones y torturas que se van sucediendo en todo lo largo y ancho del país.

Tras varios intentos de pacificación, especialmente iniciados por Nelson Mandela, y tensiones irreconciliables entre varios países aliados en el conflicto (especialmente Ruanda y Uganda), en julio de 1999 se firma el Acuerdo de Lusaka, en el que se declaran excelentes intenciones para llevar a cabo un desarme de todos los grupos.
El papel del acuerdo se quema con la pólvora de los rifles de asalto. Durante los meses siguientes las escaramuzas continúan. La tensión entre Uganda y Ruanda (anteriormente aliados) por tener el control de las minas de diamantes y de coltán se vuelve insostenible, chocando en una brutal batalla en la ciudad de Kisangani.

El 30 de noviembre de 1999 caen desde el cielo los salvadores del mundo. Una fuerza multinacional de 5.537 cascos azules aterriza para observar como continúan los enfrentamientos.

Saltamos a principios de 2001. Un miembro de su seguridad personal se carga a Kabila en su propio palacio. A día de hoy, no se ha determinado quién fue el verdadero artífice del asesinato, aunque se sospecha que fueron sus propios aliados en el gobierno. Después de un feroz intercambio de piezas en el tablero, al final el jaque mate se lo da un peón de su corte.

De nuevo los cuchillos, oxidados pero aún afilados, vuelven a refulgir con un brillo diamantino. La prensa internacional (especialmente un artículo del Washington Post) comienza a pisotear la tumba de Kabila, acusándolo de ser el verdadero artífice de la guerra, y encumbrando a su joven hijo. Por su parte, Mugabe (presidente de Zimbabue) presiona en la misma dirección, ya que sus antiguos pactos serán respetados. El 29 de enero de 2001, el parlamento que había sido elegido a dedo por su padre, proclama como nuevo presidente de la República Democrática del Congo a Joseph Kabila. Al poco tiempo Ruanda y Uganda inician la retirada parcial de sus tropas.

Un comité especializado de la ONU que investiga la extracción de diamantes, cobalto, oro, coltán y otros ricos recursos naturales de la RDC, concluye que Zimbabue, Uganda y Ruanda han estado explotando ilegalmente estos recursos. Se prevén sanciones que nunca serán cumplidas.

Continúan los enfrentamientos, sobre todo en el Este. Los Banyamulengues, cansados del interminable conflicto, se amotinan varias veces provocando graves desórdenes en las zonas bajo su control, chocando con el propio ejército de Ruanda, antiguo aliado.
Sobrevienen nuevos acuerdos de paz. Las tropas ruandesas y ugandesas se retiran del Congo, y se inicia el desarme de la guerrilla hutu Interahamwe. El 17 de diciembre de 2002, las diferentes facciones congoleñas implicadas en la guerra firman el “Acuerdo Global e Inclusivo de Pretoria”, que pone término al conflicto y establece un cronograma definido para la instauración de un sistema democrático en el país.

El balance es escalofriante:
- Alrededor de 3,8 millones de víctimas como resultado directo del conflicto, la mayoría de ellas, producto de enfermedades prevenibles y por la hambruna y desnutrición causada por la guerra. La muerte en combate habría sido un alivio para todas ellas.
- Alrededor de 100.000 casos de violaciones sufridas (según Amnistía Internacional), la mayoría de ellas en el sur de Kivu. Esta cifra es bastante menor a la estimada por otros organismos, en gran medida porque el estudio que se realizó fue parcial y concentrado en áreas accesibles del territorio. Además, buena parte de las víctimas se niegan a dar su testimonio. Se estima que hasta 1 millón de mujeres han sido violadas, esclavizadas, torturadas y obligadas a embarazos o abortos forzados.
- Alrededor de 5,4 millones de refugiados, la mayoría de ellos provenientes de las provincias del este, forzados al desplazamiento a otras regiones del país o a los países vecinos de Burundi, Ruanda, Tanzania y Uganda.

A todo esto hay que añadir la pérdida total de cualquier tipo de infraestructura de base en todos los ámbitos y una reducción letal de la riquísima flora y fauna del país, sobre todo en el Parque Nacional más antiguo del mundo.
Por cierto, ¿alguien sabía algo de todo esto?

Acabo de llegar de nuevo a Kinshasa después de vivir los tres días más intensos de mi vida. A las seis de la mañana ya estaba en el aeropuerto militar de la ONU, rodeado de soldados uruguayos y de unos cuantos tipos más que se disponían a coger el avión que debía llevarnos a Bukavu, la capital del Kivu sur. Entre el verde reluciente de las colinas, los brillantes techos de uralita de las precarias construcciones hacían el extraño efecto de un espejo. Ya en tierra, los tanques, los helicópteros, los coches blindados y los soldados de la MONUC (en su mayoría bangladesíes y pakistaníes), daban fe de había llegado a una zona de conflicto.

Charles, el coordinador técnico de la ONG local que ejecuta el proyecto, y Jazz, el chófer que fácilmente habría ganado el mundial de rallyes con el Toyota del cenizo de Carlos Sainz, me esperaban pacientes a la salida. Un colega gabacho que llevaba unos días por allí me había reservado una habitación en un precioso hotel a las orillas del lago Kivu. Tras dejar las maletas nos dirigimos a la oficina de la ONG para que Charles me presentara a todo el equipo. La coordinadora administrativa, Mamá Nono (aquí la gente se llama mamá y papá como símbolo de respeto) y el resto del equipo me recibieron calurosamente. Luego tocó reunión con los técnicos que dan apoyo al proyecto y después con la “ministra” de la provincia, Mamá Brigitte.

De vuelta al hotel, me estuve tomando unas cervezas e intercambiando opiniones acerca del proyecto con el bueno de Charles, un tipo de 50 años con una humildad y una empatía maravillosas.

Al día siguiente, después de ponerme púo con el desayuno del hotel, nos fuimos a visitar una de las regiones donde se desarrolla el proyecto, una de las más azotadas por el todavía vigente conflicto. A día de hoy, salvo algunas escaramuzas, se vive una relativa estabilidad. Desde finales del 2008 no se han registrado enfrentamientos abiertos entre el ejército congolés y la parcialmente desarticulada guerrilla de liberación ruandesa. El asesinato de su comandante Laurent Nkunda debilitó significativamente su fuerza. En general, las ONG´s y organizaciones internacionales desplazadas en la zona no corren demasiado peligro. Constantes patrullas de la MONUC pululan por todos los lados. Las guerrillas se han desplazado a la frontera con Ruanda y controlan la explotación ilegal de las minas de Coltán. El verdadero peligro ahora lo constituyen las brigadas “integradas” de las fuerzas armadas del Congo. Este experimento de la MONUC, que trata de integrar en el ejército congolés a antiguos combatientes de la guerra de ambos frentes tras un periodo de formación de 5 meses, plantea serios problemas. Como viven precariamente y no conocen más que la violencia y la guerra, cualquier contratiempo enciende la mecha, sometiendo a la población local a robos, amenazas y extorsiones. Además, las familias de los soldados viven puerta con puerta con la población y existe un grave problema de convivencia.

El 4x4 enfilaba el camino embarrado y lleno de baches. A los lados, el devenir incesante de la gente se detenía un segundo para contemplar al “musungu” (blanco) que pasaba en un coche rodeado de locales. Me sentía escrutado como los bonobos que había visitado el domingo.

En la aldea de Katanna nos esperaba la presidenta de un “Comité de Mamás”, la animadora y varias “miembras” de la asociación, como diría nuestra ministra de Igualdad. Después de mi experiencia en Marruecos, da gusto observar que las mujeres en este país tienen la capacidad de interrumpir o mandar callar a un hombre. Y que los hombres, a su vez, ceden la palabra a las mujeres. No es una sociedad matriarcal pero aquí la mujer está bastante más empoderada que en la mayoría de países que conozco.

Dimos un paseo por las huertas comunitarias de mandioca, judías y maíz. Llevaba conmigo una inmensa cola de pequeñajos y pequeñajas. Cuando me daba la vuelta y les miraba, reaccionaban entre la curiosidad y el recelo. Les asustaba la cámara pero después les encantaba identificarse en la foto. El más atrevido me decía algo inteligible y salía corriendo.

En mi papel de evaluador, comencé a hacerle algunas preguntas a las mujeres para ver cómo se estaba desarrollando el proyecto. Todas comprendían el francés y dos de ellas lo hablaban bastante bien. La presidenta, viuda y con siete hijos, infundía paz y respeto. Me dejaron impresionado por su fuerza, por su amabilidad y por la buena gestión que estaban realizando en la organización de los trabajos en el campo, en la gestión del stock de las cosechas y en la restitución de semillas a otras familias para multiplicar las cosechas. Después nos fuimos a comer a casa de una de las mujeres. Plátano frito, carne de vaca y coca cola. Me acordé de la película de Los Dioses deben de estar locos. Tiene cojones esto de la Coca Cola…

La pluviometría, la temperatura y la fertilidad de la tierra volcánica son ideales para la agricultura. Si Amanece que no es poco se hubiera rodado en el Congo, el tipo que crece en la huerta tendría que haber sido interpretado por Shakeal O´Neal. La realidad es que la mayoría de la gente vive bajo el umbral de extrema pobreza. Pasan hambre con mayúsculas. La mayoría de los productos agro-pastorales son importados de Ruanda, de Burundi y del Kivu norte. Las causas de esta lacerante contradicción son las constantes guerras, el desplazamiento de los jóvenes a trabajar a las minas y la falta de mecanización. Además, el terreno montañoso, que impide concentrar grandes extensiones de cultivo, y la enorme presión demográfica en las zonas habitadas (en el campo la media de natalidad es de 6 hijos) agravan aún más el problema. Un kilo de arroz vale 0.9 dólares en un mercado local, y el de patata, 0.6. Es como si nosotros tuviéramos que pagar unos 9 euros por un kilo de arroz.

Después de sacarnos unas fotos (que ya subiré cuando vuelva a España) nos volvimos para Bukavu, que es una ciudad agradable comparada con Kinshasa. Tiene un tamaño aceptable y se encuentra a 1.500 metros del nivel del mar, por lo que el clima es perfecto: manga corta por el día y una sudadera fina por la noche. De vuelta al hotel no tuve fuerzas ni siquiera para cenar. Me tumbé en la cama con una sensación muy placentera. Por fin había entendido cuál era la finalidad de mi visita al Congo; no era hacer una evaluación que se van a pasar por el forro de los cojones, sino hacer un diagnóstico con recomendaciones para la ONG local con la intención de mejorar en todo lo posible la gestión del proyecto.

Al día siguiente estaba en pie a las seis y media. Nos esperaba un viaje de tres horas a otra región, muy cerca de la frontera con Ruanda. La distancia recorrida no pasaba de los 90 kilómetros, pero el estado lamentable de la pista y el terreno súper escarpado hacían que el avance fuera “tortugoso” (lento y tortuoso).

Montañas, plátanos, ríos, todo verde reluciente. Al fin llegamos al valle. Una inmensa llanura de cultivos se desplegaba a la vista como un regalo. Aquí es donde se desarrolla la parte más importante del proyecto. Se han comprado dos tractores para mecanizar y hacer rentable la producción y tres cooperativas se van a poner en marcha para intentar comercializar el arroz, el maíz y la mandioca recogida. A simple vista se observa que la gente va mejor vestida y pasa menos hambre, aunque sus condiciones de vida siguen siendo precarias.

Vimos las plantaciones de arroz, estuvimos con varias asociaciones y se organizó un coloquio con unos 30 beneficiarios y beneficiarias. Luego estuve viendo cómo habían organizado la gestión del uso de los tractores. En ese momento, me llamó mi compi gabacho para informarme de que se había desatado una revuelta de una brigada del ejército en Uvira, ciudad que se encuentra a 50 kilómetros de donde estábamos. Enseguida, la gente de la asociación local llamó a sus contactos en la ciudad para tener datos de primera mano. Al parecer, el comandante de la brigada había desaparecido con la paga de todos los soldados y éstos, como acto de protesta, se habían lanzado a la ciudad disparando tiros al aire y realizando varios saqueos.

He de reconocer que me acojoné un poco, pero la gente me tranquilizó asegurándome que no corríamos ningún peligro, que el conflicto no se iba a extender y que no me preocupara. Al rato, se cruzaron dos soldados con metralletas al hombro y dos pollos en la mano. Los cojones se me pusieron de corbata. Cuando ya se habían alejado, la reacción de Papa Charles, de Mama Nono y de otro tipo que nos acompañaba fue la de descojonarse y comentar que los pollos los habrían robado por el camino. Están tan acostumbrados a vivir situaciones extremas, que algo que para mí era un canteo ellos lo percibían como una simple anécdota. O quizás utilizaban el humor como mecanismo de defensa.

Tras completar la visita, nos fuimos a comer a la frontera con Ruanda. Entramos en un pequeño restaurante y comimos carne de cabra, que estaba deliciosa, mandioca y plátano frito. La vuelta a Bukavu fue un poco tensa porque la comida y la birra en el estómago se me movían como unos gayumbos centrifugándose en una lavadora industrial. La verdad es que nos echamos unas risas en el coche. Me encanta la risa de Mama Nono. Llegamos casi de noche, me dejaron en el hotel y me comí una pizza deliciosa con el gabacho, con el que estuve charlando durante un buen rato. Es un tipo amigable, majete, pero con un punto raro raro (cromosoma gabacho). Volví a caer en la cama como un guiñapo. El día había vuelto a ser inolvidable.

A la mañana siguiente me reuní con todo el equipo que trabaja en el proyecto para hacerles unas recomendaciones. La experiencia ha sido verdaderamente enriquecedora. Con que hayan podido sacar de mí una décima parte de lo bueno que yo he sacado de ellos, me doy por satisfecho.

Me fui para el aeropuerto con Charles y con Carlos Sainz. A la salida de la ciudad había un tráfico de cojones y estuvimos parados durante 45 minutos. La verdad es que viví unos momentos de auténtico estrés porque veía que perdía el avión. Habría sido una catástrofe porque seguramente no podría haber llegado a tiempo para coger el vuelo de regreso del sábado. Finalmente, gracias a Jazz, que fue follado durante el camino, hasta el punto de hacer varios deslizamientos por el barro (en uno no nos hostiamos de milagro), llegué justito para embarcar.

Realmente necesitaba exteriorizar todas estas sensaciones tan intensas. Me descubro ante la fuerza y las ganas de aferrarse a la vida del pueblo congoleño. Este país, que nació enfermo por los excesos de su madre belga en el embarazo, con una infancia repleta de traumas indescriptibles a causa de su guapura, de sus joyas, de sus tierras fértiles y de sus recursos ilimitados, convalece a día de hoy en la UCI con el irregular goteo del suero de las Organizaciones Internacionales, que mantiene estables sus condiciones vitales pero que no logra sacarle del coma inducido. Espero que cualquier día puedan trasladarlo a planta. Empezará entonces un periodo largo y complicado. Tendrán que dejarlo de una vez por todas que elija su propio camino, con rehabilitaciones y curas que intenten sacar lo mejor de sí mismo sin imponerle procesos de recuperación que le hagan recaer o generar otras enfermedades, o que supongan extracciones de sangre que mermen sus debilitadas fuerzas. Quizás un día pueda llegar a ser el vivero del mundo.

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