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4 dic 2011

De Senegal y sus bendiciones

Son las 18 horas del sábado. Hoy los juveniles de la Escuela de fútbol juegan un partido contra un grupo de chavales del barrio. La pequeña grada de hormigón está poblada de niños de diferentes edades, que observan el partido con mirada jocosa. Pascal, el entrenador grita: ñame (cambio), y un tubab bajito, vestido con la camiseta de Essien, un negro, salta al campo para disputar unos minutos.

La grada se descojona viva a mi costa, gritando movidas en wolof que van desde el vacile hasta los ánimos. Toco el primer balón y siento la presión de la chavalada. Control fácil y pase atrás. El campo de arena de playa es difícil de gestionar, y cada control, pase o carrera cuesta un mundo. Tras los primeros minutos de sorpresa, y ante la dificultad de participar demasiado en el juego porque el partido es un correcalles africano, la gente se va olvidando de que está jugando un blanquito, aunque cada vez que toco el balón o me pego una carrera a trote cochinero, siento el rugido de los cabroncetes detrás mío. Y es que en Senegal la gente es muy vacilona, muy alegre, muy cantarina y muy nocturna. A las 2 de la mañana de un sábado te puedes encontrar un atasco que Sabina definiría como poesía.

Se podría decir que es un país estable, con algún conflicto en el sur debido a un grupo que reclama la independencia. Obviamente pobre, con altos índices de malnutrición, desigualdad y VIH, aunque mejor posicionado en comparación a sus vecinos del sur. Quizás sea porque, paradójicamente, no tiene recursos más allá de la pesca y de su situación geoestratégica, que hace del puerto de Dakar el punto más cercano a América del Sur. Aquí invierten numerosas multinacionales. En la capital se mueve mucho dinero y una incipiente clase media senegalesa da algunas esperanzas para la construcción de un país optimista, aunque siempre ligado al capitalismo occidental que todo lo cubre.

Senegal es un país laico, de mayoría musulmana. El islam no está demasiado intrincado con el poder, a diferencia de los países árabes. Es más bien un islam desordenado, de santones que predican el Corán por aquí y por allá. La minoría católica, que representa alrededor de un 7% (sobre todo por la inmigración que viene de otros países africanos) es bien respetada. Para ilustrarlo con un ejemplo, ayer conocí a un fulano que era católico pero su hermano pequeño era musulmán.

Y como estoy rodeado de católicos, tengo que guardar ciertos protocolos que en ocasiones no son fáciles de interiorizar. Sobre todo, el temita bendición de mesa: antes de comer, los curas se quedan de pie y dan gracias al Señor. Yo me quedo callado. Al acabar, siempre se me olvida que hay que dar de nuevo las gracias, y me levanto para recoger los platos. El viejete empanado del Bierzo hace como si no pasara nada y comienza a dar las gracias por los alimentos.

Me bajo a cenar. Espero que esta vez no se me olvide el protocolo.

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