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31 may 2012

Planeta Roca XIV

Comemos rápido y en silencio. De vez en cuando levanto la vista y observo el lenguaje corporal de los roquianos. El pollo asado está seco y el arroz con tomate, apelmazado. Enguñen la comida sin saborear, y prefieren guardar el yogurt de plátano para más tarde. Quién iba a decir que se parecen un poco a mi abuela.

Desde la megafonía anuncian la marcha de nuestro autobús. Mi viaje transcurre en un duermevela de incomodidad. En cambio, éstos dos duermen profundamente, como si alguien les hubiera desconectado y esperara con paciencia hasta volver a darles la vida. Mi cabeza es un gurruño de pensamientos encontrados. Asustado, ilusionado, confundido. Anhelando mi cueva y al instante siguiente pensando en la logística necesaria para salir con vida.

Pienso en pelis que han llenado mis horas. Fugitivos inocentes perseguidos por los falsos buenos. "Pasa desapercibido, no te fíes de nadie. Evita las cámaras de seguridad, las tarjetas de crédito, los teléfonos móviles". Maldigo a Hitchcock y a todas las series de la CIA que me he comido. Me duermo, sudo, me despierto. Y estos cabrones sobando. Elías se permite el lujo de roncar rítmicamente.

Al fin, la catedral de Burgos se yergue en el horizonte. El sol ha comenzado a enrojecer el cielo, proyectando su muerte diaria en las nubes. El conductor conecta el micrófono y anuncia nuestra llegada. Elisa se despereza y me mira extrañada. "He tenido un momento de desorientación". No somos tan distintos, pienso, y le doy un beso en la mejilla. Elías sigue dormido, cargando las pilas de su hiperactivo cerebro.

En la estación, todo parece normal. Recogemos nuestros macutos y sacamos algo de abrigo. Elisa se pone un jersey negro de punto, Elías una sudadera horrible de Queen, y yo una camiseta de manga larga a rayas. Los roquianos me miran interrogantes. Tengo una amiga que nos puede alojar, les digo. Allí pensaremos nuestro próximo movimiento.

Mi impostada determinación les convence. De camino al río, acercándonos hacia su casa, decenas de personas hacen sonar sus cacerolas mientras cantan indignadas: "No hay pan pa tanto chorizo".

"Anda, eso lo estudiamos en la nave", dice Elisa. "Pero había más gente". "¿Es lo del 15M?". Sí, las cosas no van muy bien por aquí, respondo mordiéndome la lengua, relativizando. Me siento incapaz de montar una queja ante el percal que tienen encima.

Elías bebe un poco de agua y rompe su silencio: "Los detalles y los estadios son distintos, pero la esencia del problema, su raíz, es idéntica a la nuestra. Cuando llamé a tu puerta te expliqué el motivo de nuestra visita a la Tierra. Era más bien accesorio. Te mentí y me disculpo. Nuestra verdadera razón es otra."

Y mientras estoy intentando asimilar las palabras de Elías, el edificio de mi amiga aparece en el piloto automático. Bosque y grúa, eterno paisaje contradictorio, señalan su casa. Reconozco el portal y detengo la marcha, marcándome una mirada inquisitiva para que sientan mi intuopía, traducida en un "hijos de puta, luego me vais a contar todo".

Lo bueno de ser gilipollas, es que asumes tus cagadas con rapidez y sin mucho drama. Estoy seguro del portal pero no recuerdo ni el piso, ni mucho menos la puerta. ¿Cabina para llamar o tirar indiscriminadamente de telefonillo? ¿Te acuerdas de haber visto una cabina? ¿Te arriesgas a llamar desde tu móvil?

Como ser humano, hago un ejercicio de egoísmo atenuado y pienso. Era un piso alto. Miraba hacia el bosque. Pero lo de atenuado me dura un asalto. Toco todos los botones del 7º, del 6º, del 5º y del 4º. Y luego, todos los demás. Nada.

Y vuelvo a recordar que soy gilipollas y pienso en que quizás, simplemente, no esté en casa. Asumo mi derrota. Y una bicicleta suena, y Paloma aparece en el portal de al lado. Y supongo que la gilipollez, de vez en cuando, te regala un poquito de karma.

Continuará...






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