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1 may 2012

Planeta Roca VI

La maniobra de Elías es rápida. Me coloca algo parecido a una pila de botón, una en cada oído, y recupero la movilidad al instante. ¿Pero qué cojones es esto?, grito. Elías me pone una mano en el hombro, y con la otra, sujeta cálido mi frente. "¿Confías en mí?", pregunta. Y a estas alturas del cuento, ¿quién diría que no?

Corremos hacia el interior de la casa. Su cuerpo derrocha urgencia. Explícame, le grito. "He lanzado una frecuencia de ultrasonidos. Con los inhibidores estamos protegidos". ¿Qué alcance tiene? "Todo Obejo está paralizado".

Al doblar la esquina, un cuerpo yace en el umbral de una puerta. Es un hombre joven, fuerte, tendido boca abajo con una bata naranja desabrochada y una escopeta de caza a su lado. Más allá, en la cama con cabecero, mi princesa Leia necesita un beso que la libere de su alarma 1. Está desnuda, y el pudor me impide mirarla fijamente.

Elías le coloca los inhibidores y Elisa se incorpora. Nuestros ojos se encuentran un instante. Al instante siguiente, se abalanza sobre el hombre tirado en el suelo, le da la vuelta y le descerraja un tiro en la cabeza con la escopeta de caza. Elías grita e intenta alcanzarla, pero no llega a tiempo.

Elisa, temblando, deja la escopeta en el suelo y recoge lentamente su ropa y su macuto. Unos vaqueros negros, un jersey verde de cuello vuelto y unas converse moradas. "Id saliendo", dice Elías. "Hay que arreglar esto".

Los protocolos se crearon para ser rotos, y hay que pensar sobre la marcha. Elías se agacha ante el cuerpo, le abrocha la bata y le arrastra con dificultad hasta el pie de la cama. Ya en el patio, miro hacia atrás y veo cómo carga con la vieja y la lleva hacia la cocina. Otro tiro suena amortiguado levemente por los azulejos de colores. Por último, sienta al viejo en medio del patio, en una mecedora algo desvencijada. Con la manga del traje del agente Romero, limpia cuidadosamente el arma y se la coloca en la mano, le mete el cañón en la boca y aprieta el gatillo.

Nos reunimos ante las grandes puertas que dan acceso al exterior. "¿Quién eres?", me interpela Elisa. Soy Mario. Tu primo vino a mi casa y hemos venido a ayudarte. Elías interrumpe. "Ya habrá tiempo para presentaciones. Tenemos que irnos de aquí."

Nos apresuramos hasta las ruinas del fracaso inmobiliario. Yo recupero mi anterior atuendo y Elías el suyo. "Bajaremos los tres en la moto y me dejaréis en el desvío de la autopista. Seguiréis vosotros y nos veremos en esta pensión de Córdoba. "Sabían que venía, me estaban esperando. Ese cabrón iba a violarme", replica Elisa. Tras unos segundos en los que puedo leer la confusión en los ojos caídos de Elías, dice: "Esto es muy extraño. No te comuniques con tu enlace en la nave".

El sonido del motor me hace volver de pronto a la realidad, sin saber cómo digerir estos instantes, surrealistas, brutales. Pero me siento extrañamente tranquilo, normalizando la situación. Dejamos a Elías en la marquesina de un autobús con destino Córdoba y nos quitamos los inhibidores. Y acelero con los brazos de la princesa rodeando mi cintura.

Continuará...

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