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2 may 2012

Planeta Roca VII

El sol tiñe el horizonte en el camino a Córdoba. Al llegar a la ciudad, las luces de las farolas ya se han encendido. El tráfico es denso y las aceras están plagadas de gente. La fiesta de los Patios viene a mi memoria.

El cuerpo de Elisa se aferra firme pero relajado. Me tranquiliza. Tras un par de preguntas a los transeúntes no me cuesta encontrar el lugar indicado por Elías. La pensión Los Arcos se aleja un poco del centro. Su fachada encalada ofrece algunos desconchones y la puerta está abierta. Da acceso a un patio cuadrado, con una fuente de piedra en medio y cuatro pequeños jardines a cada lado. Decenas de macetas cuelgan de las blancas paredes. Pero todo está descuidado, decadente. Y la mesa de recepción, vacía. Si acaso los geranios cantan la oda a la supervivencia con algunas flores. "Se parece a la risueña", rompe el silencio Elisa.

"Buenas noches", lanza una voz. Un hombre grande, gordo y con la nariz redonda entra por la puerta con dos bolsas del Mercadona. "Estaba haciendo la compra y mi madre no les habrá oído. ¿Quieren una habitación?" Sí, respondo. Queremos una habitación triple. "Aquí las habitaciones no son muy grandes y no tengo una con tres camas individuales. ¿Les vale una de matrimonio y una supletoria?".

Sí, no hay problema. Saco el DNI y la tarjeta mientras sopeso las probabilidades de compartir cama con Elisa y mandar a su primo a la cama de mierda. "Sólo admito pagos en efectivo. Serán 60 euros la noche. Cuanto tiempo van a quedarse?" Dos noches, responde Elisa, mientras entrega 150 euros al gordo.

La habitación supera mis expectativas. Sábanas limpias, agua caliente con buena presión y papel higiénico. Y una cama de 1,20. "Luego les traigo la supletoria"

Solos en la habitación, Elisa deja el macuto, se sienta al borde de la cama y lanza un suspiro, largo, eterno, como un pedacito de alma. Te dejaré sola. Voy a dar una vuelta, le digo. Ella me mira, se levanta de la cama y se acerca. Me sonríe y me da un beso cariñoso en la mejilla. Un beso redondo, con los labios posados de lleno.

Me lavo la cara, riego al canario y salgo a la calle. Paseo alejándome del bullicio, evitando las aglomeraciones de la Fiesta. Y enciendo un piti, que actúa de encendedor de mi conciencia. "Recapitula, Mario", me dice. "Hace 24 horas estabas en casa viéndote unas series en el portátil y escribiendo tonterías en el blog y ahora estás con dos desconocidos, extraterrestres para más inri, y que han asesinado a tres personas a sangre fría. Y encima te quieres follar a una". Debes de reconocer que no se parece a Elías en nada, me defiendo. "Sí, tiene un algo que nos tiene locos", me concede.

El diálogo con mi conciencia termina con la voz de un marroquí, que me pregunta si quiero hachís. Miro hacia arriba y me doy cuenta de que estoy en el barrio de las Moreras. Tras negociar fieramente y hacerme un porro con el camello para probarlo, le compro un huevo más o menos decente. Esta noche los del Planeta Roca van a tener que someterse a mi interrogatorio.

Continuará...


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