Mi abuela es una mujer entrañable. Es la abuela típica, crecida en otro tiempo, una de esas mujeres que han pasado una guerra, que guardan el currusco de pan que sobra en los restaurantes y que instan a las mujeres de la familia a recoger la mesa para que los hombres charlen de sus cosas.
Durante muchos años, votaba lo que le decía mi abuelo, un republicano convencido que cuando tuvo la oportunidad de intervenir en política, se afilió al PSOE (si el pobre levantara la cabeza y viera en lo que se ha convertido el partido de sus amores...).
El caso es que mi abuelo murió hace bastantes años, pero mi abuela siguió guardándole fidelidad electoral. Y cada vez que hay elecciones, ya sean legislativas, municipales o autonómicas, se dirige diligentemente al Colegio Electoral del barrio de Lavapiés y deposita el sobre con la candidatura del PSOE en la urna correspondiente.
Pero en estas elecciones, mi abuela está totalmente convencida. La papeleta del próximo mes marcará un antes y un después en su dilatado ejercicio democrático. Por un lado, está Gallardón, ese señor tan majo que ha dejado el barrio de su hijo como una patena, lleno de arbolitos. Por otro, el diabólico PSOE, responsable claro del 11-M y que ahora ha legalizado a los etarras para que puedan campar por el parlamento a sus anchas.
Y es que sus "informantes" han calado hondo en sus convicciones. La informante diaria es su amiga, la Sebas, que insiste una y otra vez en que los socialistas son unos conspiradores. Los informantes indirectos son los contertulios de un programa al que mi abuela denomina "El gato", que con argumentos kafkianos horadan una y otra vez la inteligencia del telespectador.
Pienso en mi abuela y lo entiendo. Y pienso en esa pandilla de incompetentes llamada PSOE y tengo más claro todavía que el mes que viene va a ir a votar su puta madre.
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