Un café cuesta 73 céntimos según nuestro competente presidente, y en Madrid no existe el bonobús según el humilde consejero de Transportes de la Comunidad. Dos ejemplos flagrantes de la conexión con la realidad de nuestra clase política.
Dos días después de los disturbios del Parlamento catalán y de toda la vorágine de declaraciones, mi indignación, que ya estaba en niveles alarmantes, corre el riesgo de estallarme dentro y derramar un río de ácido corrosivo de incalculables consecuencias.
Poco ha bastado para condenar a un Movimiento entero porque varios payasos arengaran a unos cuantos diputados. Se me acusará de demagogia si digo que todos los políticos son unos corruptos, todos los curas unos pederastas o toda la policía una torturadora. ¿Por qué entonces el lobby mediático, y estos personajes endiosados que se creen superhombres por sentarse en una silla de diputado recurren a este argumento tan zafio?
Condeno el acoso de hace dos días y aprovecho, usando el mismo argumento, para mandar pacíficamente a tomar por culo a toda la prensa y a todos los políticos.
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