"En el Caribe, cerca del gran cañón, hay una isla que es todo corazón"
Sí, quiero rasgarme las vestiduras y defender a Cuba, desde el día de la Revolución hasta el mismo momento en el que tecleo estas palabras.
Sí, sí, somos demócratas, y como tales, nos escandalizamos porque en la isla hay presos de conciencia, huelgas de hambre, viudas blancas y exiliados que buscan libertad en nuestro mundo. Pero todo tiene un contexto. No podemos juzgar a una isla asediada por el mayor engullidor de la historia moderna, ni podemos aislar geográficamente a una región rodeada de miseria y de desigualdad.
1898. Tras unos años en los que Cuba lucha por la independencia contra una decadente España, Estados Unidos interviene en el conflicto. El hundimiento del Maine desencadena la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que desde entonces serán controladas por el incipiente Imperio.
Instada por Estados Unidos, en 1902 se constituye la República de Cuba, con una losa que hoy día marca los interesados titulares de lo que leemos, escuchamos y vemos. Y es que la Enmienda Platt (http://es.wikipedia.org/wiki/Enmienda_Platt) marca los parámetros de la nueva colonización.
Como colonia oficiosa, la isla creció rápidamente debido a la instauración de monocultivos de caña de azúcar. Más del 70% de las explotaciones eran controladas por empresas estadounidenses. En la década de los 20, coincidiendo con la crisis que provoca la primera Guerra Mundial, la isla empieza a agitarse. Los movimientos obreros germinan cuando los precios del azúcar se desmoronan. Esta rebeldía no gusta al Imperio. Gerardo Machado sube al poder en 1925 para garantizar los intereses de los inversores americanos y de las oligarquías cubanas. Poco aguantará este títere en el poder. La crisis del 29, en una economía colonial y dependiente, genera inestabilidad. Las revueltas se suceden y emerge la figura de Céspedes.
Pero sus buenas intenciones pronto son reprimidas por el incipiente ejército. Fulgencio Batista, sargento destacado y hábil diplomático, culebrea incansable entre las arenas movedizas del pueblo y del Imperio, ganando adeptos que marcarán el futuro de la isla.
En 1940, con el consenso de las principales fuerzas políticas, se proclama la primera Constitución cubana. Batista, votado por sufragio universal, sube al poder representando a la Coalición Socialdemócrata.
Poco le dura su mandato. Pronto surgen nuevas figuras, y tras ocho convulsos años presididos por Grau y por Socarrás, Batista, con el apoyo de las fuerzas armadas, da un Golpe de Estado que inicia un período de represión y de corrupción que desemboca en la famosa Revolución de 1959.
El pueblo apoya la Revolución sin ambages. Batista huye a la República Dominicana, donde Trujillo, de su misma calaña, intentará descuartizar su fortuna peso a peso.
Mientras, las alarmas suenan con fuerza en Estados Unidos. Una República pretenciosa, a escasos kilómetros de Florida, planta cara al recién nacido dueño del mundo. Estamos sumergidos en plena Guerra Fría, en un periodo de la historia que conocen nuestros mayores, que parece lejano pero que marca nuestros días.
El gobierno de Castro comienza con muy buenas intenciones. El Pueblo, enunciado en mayúsculas como nunca, reclama justicia. Se juzgan a los oligarcas de la antigua dictadura, se inicia una reforma agraria que pretende restablecer la tierra a quien demuestre que la ha trabajado, chocando frontalmente con los intereses de los terratenientes americanos y con la oligarquía cubana.
Eisenhower aprueba acciones encubiertas contra Cuba, incluyendo ataques piratas aéreos y navales, y el apoyo directo a la contrarrevolución cubana. El objetivo principal es la eliminación física de Fidel Castro.
¿Qué haría cualquiera cuando se siente atacado? Si puede, defenderse, y si no, unirse al enemigo. Pero en esos tiempos Estados Unidos tenía un enemigo. Un barco soviético cargado de armas para la isla es hundido por los yanquis. Fidel se revuelve e Eisenhower ordena la inminente invasión de la isla.
Los acontecimientos se suceden de forma desenfrenada. El gobierno cubano confisca el petróleo de la refinerías americanas. EEUU aprueba el bloqueo a Cuba. Fidel anuncia la nacionalización de las azucareras, de la compañía telefónica y de la eléctrica, todas monopolio estadounidense.
Y en un mar de tensiones, que incluyen un viaje de Fidel a Nueva York y otro intento frustrado de asesinato al líder cubano, llegamos a enero de 1961, donde una serie de actos en cadena desembocaron en el día en el que el planeta tembló ante una posible tercera guerra mundial.
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