Al lado del portátil se van acumulando tazas vacías. Los calcetos y los gayumbos yacen en el suelo, a izquierda y a derecha, sin orden ni concierto, aunque al pasar por delante es inevitable desplazarlos hacia un rincón con el pie.
En la cocina los platos y demás enseres se acumulan. Primero en la pila y luego en sus aledaños. Los primeros lucen ciertamente decentes porque el agua ha aligerado su moho, pero otros te miran con cara desafiante, retándote para que saques a relucir el estropajo metálico o para que los satures de fairy y de agua caliente.
Por el suelo se rueda una película del oeste. Las partículas microscópicas se unen y se acumulan en los lugares más inhóspitos. Debajo de la cama tienen su lugar de culto, y allí conspiran para hacerte saber que son indestructibles.
Y así, los días van pasando. El momento se va dilatando porque siempre hay algo mejor que hacer. Pero llega el día D y cada uno toca fondo con algo. En mi caso, todo comienza por la carencia lacerante de ropa interior. Todo para el agujero, detergente y suavizante. Todo rápido, mecánico. Joder, si tampoco costaba tanto. Empoderado por el mecer de la lavadora, me vengo arriba y me arremango. Este rayo de actividad tiene que ser aprovechado. Y una vez en órbita, hay que darlo todo.
Los hay metódicos en sus procesos de limpieza. Yo intento serlo, pero en seguida me sumerjo en la anarquía. Lo primero es recrearse en el momento: una buena selección en el spotify o no me concentro. Empiezo fregando platos pero pronto me aburro, pululo por la habitación y me pongo a recoger la ropa como un loco. Doblo lo limpio con mimo, envío cada prenda al lugar que le corresponde. Me canso y me traslado al baño. Elimino los pelos que se acumulan en los recodos más insospechados, limpio el espejo con el multiusos, currándomelo de arriba a abajo para que no halla ronchones.
Y así pasan las horas, dos, quizás tres. Con algún descanso merecido, la casa va quedando decentemente limpia para un ser humano de estándares mediocres.
Cuando acabo me doy un rulo por la casa. Qué gusto, hasta tiro de colonia cara para perfumar. ¿Cómo he llegado a esto?, me digo. Los primeros días me lo curro. Hago la cama y todo. Los calcetos a la bolsa de la ropa sucia, los cubiertos bien fregaditos, la mesa del salón reluciente, los pelos del afeitado bien recogidos...pero hay un momento, indescriptible, indescifrable, en el que me vuelvo a perder. Y el círculo me devuelve al inicio de este post.
3 comentarios:
Me veo reflejado... me lo pienso, me fumo un petilla y hago una seleccion de spotfly! Y luego se esta mejor!
Qué descripción!! Es el fiel reflejo de lo que me encontré cuando fui de visita a Santander, añadiría bolas enorme de polvo campando a sus anchas por medio del salón. Qué recuerdos...
NO eches mierda Pal...lo de las bolas enormes sobra, jeje.
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