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5 nov 2010
El encantador del tiempo
Su primer cliente llegó por casualidad, cuando ya se había olvidado de su estrambótica idea. Tenía un viaje de trabajo y esperaba el avión en uno de esos incómodos asientos de la terminal del aeropuerto. El ejecutivo que esperaba a su lado quedó tan satisfecho que volvió a contactarle al día siguiente. Y de forma natural, fue contándoselo a todos sus conocidos, y el boca a oreja fue extendiéndose como las raíces de un eucalipto. A las pocas semanas, le llovían las llamadas de personas ansiosas por recibir su terapéutica ayuda.
Le costó establecer una tarifa. Le daba un poco de vergüenza cobrar por algo así, pero como había tenido que abandonar su antiguo trabajo para dedicarse a su nueva tarea, decidió fijar un precio mesurado para hacer frente a su día a día. Aunque eso fue sólo al principio. Después, recibía tantas llamadas que no daba abasto. La gente ofrecía cantidades astronómicas por unos segundos de su tiempo.
Pero pronto comenzaron los problemas. Su don fue mundialmente conocido. La prensa se hizo eco de su historia y se convirtió, muy a su disgusto, en un personaje notorio, en un perseguido. Los prebostes del mundo le hacían ofertas millonarias por su exclusividad. Y él intentaba esconderse. Cambiaba constantemente de dirección y de identidad. Un día, harto de todo, convocó al mundo entero y gritó: “abandono, nunca más volveré a utilizar mi don”. La decepción del mundo, indignado como un niño privado de un caramelo después de haberlo probado, fue tal que se sucedieron los acontecimientos a un ritmo endiablado: fue mil veces tentado, después amenazado, más tarde agredido, y, finalmente, raptado.
Desapareció como por arte de magia y nunca más se le ha visto. La gente, después de un tiempo, se fue olvidando de él. Hoy día, unos pocos le recuerdan como una especie de nuevo Mesías. La mayoría, en cambio, afirma que fue el mayor farsante de la historia.
Y yo, su raptor, confieso ahora. Todas las mañanas, cuando suena el despertador, su mano para el tiempo y me concede diez minutos más de sueño. Diez minutos que me permiten recordar mis quimeras, manejarlas a mi antojo. Porque, una vez probado, ¿serías capaz de renunciar a ello?
17 oct 2010
Potosí
Una inmensa construcción de planta circular se levanta en medio de un descampado. La nueva estación de autobuses, decorada de azul y amarillo, se hiergue excesiva entre el gris del cielo y de la tierra. Son las 6 de la mañana, y con legañas en los ojos me apresuro a coger un taxi que me arroje como a un trapo en el hostal que he reservado desde La Paz. Según me voy acercando al centro histórico, entre estrechas y empinadas calles flanqueadas por casas bajas de ladrillo sin acabar, voy vislumbrando los edificios coloniales de colores, sus fachadas de otrora engalanadas iglesias y, allá al fondo, un inmenso Cristo que corona el "Cerro rico", puerta de bienvenida a la inmensa explotación minera que convirtió a Potosí en Villa Imperial a mediados del siglo XVI, ciudad que nombró Cervantes y que aún hoy es recordada por nuestros mayores para referirse a algo o a alguien de inmenso valor: "Vale un Potosí". En efecto, cuentan los cronistas de la época que en 1658, para la celebración del Corpus Christi, las calles de la ciudad fueron desempedradas y totalmente cubiertas con barras de plata. En esas fechas, el censo adjudicaba a Potosí 160.000 habitantes. Tres siglos y medio más tarde, su población es aproximadamente la misma.
Rellené mis datos y me dirigí a la habitación del hostal. Entre patios empedrados, con el sol azulando el cielo, llegué a la habitación y me arrojé en la cama para dormir unas cuantas horitas. Alrededor del mediodía, ya descansado, me pegué una ducha, me sequé con la sábana de la cama de al lado (se me olvidó la toalla), y me dispuse a conocer la ciudad que, hace siglos, fuera el centro económico de la explotación española en el continente.
El dibujo de la ciudad es completamente colonial, estructurada en cuadras perfectamente desplegadas, muy parecida a Oaxaca, San Cristobal de Las Casas o la parte baja de Cusco. Como centro de referencia, la Plaza de Armas nos muestra el esplendor de la época: catedral, Casa de la Moneda, Banco Nacional y un jardín con banquitos en medio. Me tomé un almuersito, compuesto de una sopa de verduras y un lomo con salsa de nueces, regado con la birra local (Potosina), y fui a hacer la lenta digestión (la sangre a 4.000 metros se mueve muy despacio) sentado en un banco de la plaza. Las venas abiertas de Latinoamérica me esperaban.
"La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder". Así comienza el libro de Eduardo Galeano, escritor no candidato al Nobel que en 1970 realizó un inmenso trabajo de documentación para parir lo que se convirtió en el libro de cabecera de millones de latinoamericanos. Tras un par de horitas entre sol y sombra, entre la indignación y la curiosidad, entre lecturas que me transportaban siglos atrás y miradas al frente que me devolvían de nuevo al presente en forma del marchar cotidiano de los potosinos, de los pequeñajos y pequeñajas indígenas llenando de colorido y de ruido la plaza (por cierto, ni siquiera el traje típico indígena es suyo. Fue introducido por Carlos III en imitación al traje extremeño de la época), me metí en un cyber para ver un poquito cómo marchaba el mundo y para haceros la crónica de los días paceños pasados. Paseíto vespertino para hacer hambre, pizza y posterior cerveza en un pub frecuentado por bolivianos y por gringos a partes iguales.
El despertador sonó a las 8 de la mañana sin demasiada violencia. La noche anterior estaba bastante petado y a las 11 ya estaba sobando como un bendito. El desayuno del hostal era sencillo pero abundante: dos panes con mantequilla y mermelada, un café y un zumo de polvos. A las 9 había reservado una excursión a la mina, que a la postre ha resultado ser la experiencia más guapa en lo que llevo de viaje. Ya en el hostal, los dos guías, dos ex-mineros supermajetes, nos metieron en una sala y nos empezaron a repartir el equipo para entrar en la mina: katiuskas (curiosa palabra que viene de una Zarzuela), pantalones, impermeable, cinturón y casco con foco. Nos subimos a un autobús rumbo al Cerro Rico, que se sitúa a más de 4.200 metros. El nombre de Cerro Rico no es más que un anacronismo, que no ilustra la verdadera realidad de lo que contiene su interior.Y es que la montaña fue hace tiempo agotada de plata de buena calidad, y actualmente, lo único que se saca de ella es estaño y alguna veta de plata de muy baja ley.
Tras comprar unas bolsas de coca, zumos, alcohol potable de 96º (cágate lorito) y dinamita para obsequiar a los mineros, nos dispusimos a entrar en la montaña. Esto no era un museo, sino una estrecha galería de 750 metros de longitud con diferentes niveles en la que el calor iba penetrando poco a poco en el pecho mientras caminabas encorvado entre el lodo, mascando coca para respirar con comodidad. Los vagones salían y entraban empujados por dos mineros y guiados por uno entre las precarias vías. Al oírlo, nos teníamos que echar a un lado, en caso de que hubiera espacio, y si no, correr hasta encontrar uno.
El viernes es el día del minero. Es necesario brindarle al Dios (ellos lo llaman Tío porque en quechua no existe la letra d) un poco de alcohol, derramando unas gotitas para la Pacha Mama, unas hojas de coca y un cigarro de tabaco negro, que se le pone en la boca hasta que se consume. La apariencia del Dios es la imagen del mismo Diablo: una figura humana con cuernos que los españoles introdujeron en la mina para que los indígenas, que vivían y morían en su interior, trabajaran hasta la extenuación si no querían que por la noche se llevara su ajayu (alma).
Fuimos introduciéndonos en lo profundo de la montaña. La respiración se hacía más dificultosa y el calor aumentaba grado a grado. La mina funciona como una especie de cooperativa: cuando un minero lleva trabajando unos cuantos años, adquiere el derecho a explotar una sección tras el pago de 300 dólares. Todo lo que sacan es comprado por varias compañías extranjeras, que se ocupan de sacar el estaño o concentrar la plata de baja ley para subir su valor. Obviamente, la ganancia es muy baja, ya que deben pagar a los asistentes que trabajan con ellos, y además, ya sabemos cómo funciona el mundo. Como dijo un tal Covey T. Oliver en 1968, coordinador de la Alianza para el Progreso y uno de los impulsores de los TLC entre USA y latinoamérica, "hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización".
Tras escalar una pared un poco escalonada ayudados por una cuerda (dos personas del grupo se tuvieron que salir por taquicardia y una gabacha casi se nos mata) y arrastrarnos como gusanos, llegamos al primer nivel, donde nos esperaba Miguel, conocido como Mike Tyson, un minero que lleva treinta años en la mina y que nos contó muchas cosas. Me quedo con estas frases:
" Dentro de la mina creo en el diablo, y fuera, en Dios. Dicen que el diablo tiene forma humana y los dientes de oro. Nadie le ha visto pero cuando dormimos en la mina, podemos escuchar sus pasos en el nivel superior".
" A principios de año murieron cuatro chicos de 14 años por un escape de gas. Si te empiezan a vibrar los tímpanos, corre cuanto puedas".
" El minero no gana, sino que invierte. Si tienes suerte y encuentras una buena veta, puedes ganar algo después de pagar a los compañeros".
Salí de la mina con muchas sensaciones. Lo primero que me vino a la cabeza fue lo afortunados que somos por vivir como vivimos. Lo segundo, intenté imaginarme a todas las personas de segunda que desde hace tanto, cada día, mueren en el anonimato simplemente porque hemos construido este mundo de mierda.
Mientras, a la misma hora, el gran circo mediático clavaba sus fauces en 33 mineros chilenos que se han convertido en los ratones de laboratorio de unos hijos de puta de la NASA, en una medallita colgada en el pecho de otro hijo de puta y en el suspiro de alivio del primer mundo por su supervivencia.
20 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo. Kivu Sur II
Charles, el coordinador técnico de la ONG local que ejecuta el proyecto, y Jazz, el chófer que fácilmente habría ganado el mundial de rallyes con el Toyota del cenizo de Carlos Sainz, me esperaban pacientes a la salida. Un colega gabacho que llevaba unos días por allí me había reservado una habitación en un precioso hotel a las orillas del lago Kivu. Tras dejar las maletas nos dirigimos a la oficina de la ONG para que Charles me presentara a todo el equipo. La coordinadora administrativa, Mamá Nono (aquí la gente se llama mamá y papá como símbolo de respeto) y el resto del equipo me recibieron calurosamente. Luego tocó reunión con los técnicos que dan apoyo al proyecto y después con la “ministra” de la provincia, Mamá Brigitte.
De vuelta al hotel, me estuve tomando unas cervezas e intercambiando opiniones acerca del proyecto con el bueno de Charles, un tipo de 50 años con una humildad y una empatía maravillosas.
Al día siguiente, después de ponerme púo con el desayuno del hotel, nos fuimos a visitar una de las regiones donde se desarrolla el proyecto, una de las más azotadas por el todavía vigente conflicto. A día de hoy, salvo algunas escaramuzas, se vive una relativa estabilidad. Desde finales del 2008 no se han registrado enfrentamientos abiertos entre el ejército congolés y la parcialmente desarticulada guerrilla de liberación ruandesa. El asesinato de su comandante Laurent Nkunda debilitó significativamente su fuerza. En general, las ONG´s y organizaciones internacionales desplazadas en la zona no corren demasiado peligro. Constantes patrullas de la MONUC pululan por todos los lados. Las guerrillas se han desplazado a la frontera con Ruanda y controlan la explotación ilegal de las minas de Coltán. El verdadero peligro ahora lo constituyen las brigadas “integradas” de las fuerzas armadas del Congo. Este experimento de la MONUC, que trata de integrar en el ejército congolés a antiguos combatientes de la guerra de ambos frentes tras un periodo de formación de 5 meses, plantea serios problemas. Como viven precariamente y no conocen más que la violencia y la guerra, cualquier contratiempo enciende la mecha, sometiendo a la población local a robos, amenazas y extorsiones. Además, las familias de los soldados viven puerta con puerta con la población y existe un grave problema de convivencia.
El 4x4 enfilaba el camino embarrado y lleno de baches. A los lados, el devenir incesante de la gente se detenía un segundo para contemplar al “musungu” (blanco) que pasaba en un coche rodeado de locales. Me sentía escrutado como los bonobos que había visitado el domingo.
En la aldea de Katanna nos esperaba la presidenta de un “Comité de Mamás”, la animadora y varias “miembras” de la asociación, como diría nuestra ministra de Igualdad. Después de mi experiencia en Marruecos, da gusto observar que las mujeres en este país tienen la capacidad de interrumpir o mandar callar a un hombre. Y que los hombres, a su vez, ceden la palabra a las mujeres. No es una sociedad matriarcal pero aquí la mujer está bastante más empoderada que en la mayoría de países que conozco.
Dimos un paseo por las huertas comunitarias de mandioca, judías y maíz. Llevaba conmigo una inmensa cola de pequeñajos y pequeñajas. Cuando me daba la vuelta y les miraba, reaccionaban entre la curiosidad y el recelo. Les asustaba la cámara pero después les encantaba identificarse en la foto. El más atrevido me decía algo inteligible y salía corriendo.
En mi papel de evaluador, comencé a hacerle algunas preguntas a las mujeres para ver cómo se estaba desarrollando el proyecto. Todas comprendían el francés y dos de ellas lo hablaban bastante bien. La presidenta, viuda y con siete hijos, infundía paz y respeto. Me dejaron impresionado por su fuerza, por su amabilidad y por la buena gestión que estaban realizando en la organización de los trabajos en el campo, en la gestión del stock de las cosechas y en la restitución de semillas a otras familias para multiplicar las cosechas. Después nos fuimos a comer a casa de una de las mujeres. Plátano frito, carne de vaca y coca cola. Me acordé de la película de Los Dioses deben de estar locos. Tiene cojones esto de la Coca Cola…
La pluviometría, la temperatura y la fertilidad de la tierra volcánica son ideales para la agricultura. Si Amanece que no es poco se hubiera rodado en el Congo, el tipo que crece en la huerta tendría que haber sido interpretado por Shakeal O´Neal. La realidad es que la mayoría de la gente vive bajo el umbral de extrema pobreza. Pasan hambre con mayúsculas. La mayoría de los productos agro-pastorales son importados de Ruanda, de Burundi y del Kivu norte. Las causas de esta lacerante contradicción son las constantes guerras, el desplazamiento de los jóvenes a trabajar a las minas y la falta de mecanización. Además, el terreno montañoso, que impide concentrar grandes extensiones de cultivo, y la enorme presión demográfica en las zonas habitadas (en el campo la media de natalidad es de 6 hijos) agravan aún más el problema. Un kilo de arroz vale 0.9 dólares en un mercado local, y el de patata, 0.6. Es como si nosotros tuviéramos que pagar unos 9 euros por un kilo de arroz.
Después de sacarnos unas fotos (que ya subiré cuando vuelva a España) nos volvimos para Bukavu, que es una ciudad agradable comparada con Kinshasa. Tiene un tamaño aceptable y se encuentra a 1.500 metros del nivel del mar, por lo que el clima es perfecto: manga corta por el día y una sudadera fina por la noche. De vuelta al hotel no tuve fuerzas ni siquiera para cenar. Me tumbé en la cama con una sensación muy placentera. Por fin había entendido cuál era la finalidad de mi visita al Congo; no era hacer una evaluación que se van a pasar por el forro de los cojones, sino hacer un diagnóstico con recomendaciones para la ONG local con la intención de mejorar en todo lo posible la gestión del proyecto.
Al día siguiente estaba en pie a las seis y media. Nos esperaba un viaje de tres horas a otra región, muy cerca de la frontera con Ruanda. La distancia recorrida no pasaba de los 90 kilómetros, pero el estado lamentable de la pista y el terreno súper escarpado hacían que el avance fuera “tortugoso” (lento y tortuoso).
Montañas, plátanos, ríos, todo verde reluciente. Al fin llegamos al valle. Una inmensa llanura de cultivos se desplegaba a la vista como un regalo. Aquí es donde se desarrolla la parte más importante del proyecto. Se han comprado dos tractores para mecanizar y hacer rentable la producción y tres cooperativas se van a poner en marcha para intentar comercializar el arroz, el maíz y la mandioca recogida. A simple vista se observa que la gente va mejor vestida y pasa menos hambre, aunque sus condiciones de vida siguen siendo precarias.
Vimos las plantaciones de arroz, estuvimos con varias asociaciones y se organizó un coloquio con unos 30 beneficiarios y beneficiarias. Luego estuve viendo cómo habían organizado la gestión del uso de los tractores. En ese momento, me llamó mi compi gabacho para informarme de que se había desatado una revuelta de una brigada del ejército en Uvira, ciudad que se encuentra a 50 kilómetros de donde estábamos. Enseguida, la gente de la asociación local llamó a sus contactos en la ciudad para tener datos de primera mano. Al parecer, el comandante de la brigada había desaparecido con la paga de todos los soldados y éstos, como acto de protesta, se habían lanzado a la ciudad disparando tiros al aire y realizando varios saqueos.
He de reconocer que me acojoné un poco, pero la gente me tranquilizó asegurándome que no corríamos ningún peligro, que el conflicto no se iba a extender y que no me preocupara. Al rato, se cruzaron dos soldados con metralletas al hombro y dos pollos en la mano. Los cojones se me pusieron de corbata. Cuando ya se habían alejado, la reacción de Papa Charles, de Mama Nono y de otro tipo que nos acompañaba fue la de descojonarse y comentar que los pollos los habrían robado por el camino. Están tan acostumbrados a vivir situaciones extremas, que algo que para mí era un canteo ellos lo percibían como una simple anécdota. O quizás utilizaban el humor como mecanismo de defensa.
Tras completar la visita, nos fuimos a comer a la frontera con Ruanda. Entramos en un pequeño restaurante y comimos carne de cabra, que estaba deliciosa, mandioca y plátano frito. La vuelta a Bukavu fue un poco tensa porque la comida y la birra en el estómago se me movían como unos gayumbos centrifugándose en una lavadora industrial. La verdad es que nos echamos unas risas en el coche. Me encanta la risa de Mama Nono. Llegamos casi de noche, me dejaron en el hotel y me comí una pizza deliciosa con el gabacho, con el que estuve charlando durante un buen rato. Es un tipo amigable, majete, pero con un punto raro raro (cromosoma gabacho). Volví a caer en la cama como un guiñapo. El día había vuelto a ser inolvidable.
A la mañana siguiente me reuní con todo el equipo que trabaja en el proyecto para hacerles unas recomendaciones. La experiencia ha sido verdaderamente enriquecedora. Con que hayan podido sacar de mí una décima parte de lo bueno que yo he sacado de ellos, me doy por satisfecho.
Me fui para el aeropuerto con Charles y con Carlos Sainz. A la salida de la ciudad había un tráfico de cojones y estuvimos parados durante 45 minutos. La verdad es que viví unos momentos de auténtico estrés porque veía que perdía el avión. Habría sido una catástrofe porque seguramente no podría haber llegado a tiempo para coger el vuelo de regreso del sábado. Finalmente, gracias a Jazz, que fue follado durante el camino, hasta el punto de hacer varios deslizamientos por el barro (en uno no nos hostiamos de milagro), llegué justito para embarcar.
Realmente necesitaba exteriorizar todas estas sensaciones tan intensas. Me descubro ante la fuerza y las ganas de aferrarse a la vida del pueblo congoleño. Este país, que nació enfermo por los excesos de su madre belga en el embarazo, con una infancia repleta de traumas indescriptibles a causa de su guapura, de sus joyas, de sus tierras fértiles y de sus recursos ilimitados, convalece a día de hoy en la UCI con el irregular goteo del suero de las Organizaciones Internacionales, que mantiene estables sus condiciones vitales pero que no logra sacarle del coma inducido. Espero que cualquier día puedan trasladarlo a planta. Empezará entonces un periodo largo y complicado. Tendrán que dejarlo de una vez por todas que elija su propio camino, con rehabilitaciones y curas que intenten sacar lo mejor de sí mismo sin imponerle procesos de recuperación que le hagan recaer o generar otras enfermedades, o que supongan extracciones de sangre que mermen sus debilitadas fuerzas. Quizás un día pueda llegar a ser el vivero del mundo.
Visita a la República Democrática del Congo. Kivu Sur
En 1990 se acaba la guerra fría. Y con ella, la necesidad de apoyar a gobiernos que en un mundo sin telón de acero podían empezar a convertirse en una carga. Uno de ellos era Mobutu, que de golpe y plumazo pierde el apoyo internacional de los “buenos” y comienza a verse seriamente cuestionado dentro y fuera del entonces Zaire. El Congo no es un caso aislado. El cese repentino de apoyo financiero y político a los gobiernos dictatoriales del África Subsahariana fue una causa directa de las numerosas guerras civiles acontecidas hasta la fecha de hoy en países como República Centroafricana, Costa de marfil, Angola, Congo Brazaville, etc.
Cuatro años después, en la vecina Ruanda, las milicias hutus provocan el genocidio de alrededor de un millón de personas de la etnia rival. Se estima que el 80% de la población tutsi es aniquilada. Tras el mutis de los principales países, con importantes intereses económicos en la zona, la situación se hace tan descaradamente insostenible que las Naciones Unidas consideran que el genocidio ruandés ha sido un grave atentado contra la paz y la seguridad internacional, creando un Tribunal Penal ad hoc para castigar a los culpables. Los hutus, que copaban los puestos de poder de un gobierno ampliamente apoyado por la Comunidad Internacional, pasan de ser cazadores a ser cazados.
Así que la zona oriental del todavía Zaire, plagada de montañas y bosques tropicales, se convierte en refugio para alrededor de un millón de hutus que huyen de Ruanda intentando salvar sus vidas. Entre los refugiados se encuentran numerosos miembros de las milicias hutus “Interahamwe”, ligados a partidos políticos que han participado en el genocidio.
Se instalan en el Kivu norte y el Kivu sur (este del Congo), desde donde atacan sistemáticamente a los tutsis ruandeses y congoleños (“Banyamulenge”). Esta circunstancia es aprovechada por Kabila, el padre del actual presidente de la RDC, para iniciar un levantamiento armado con el objetivo de derrocar a Mobutu. Así se inicia la primera guerra del Congo.
Estamos en 1996. Los Banyamulenge se rebelan y se alían con Kabila, formando la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Zaire (AFDL). En contrapartida, Mobutu se aferra a su único clavo ardiendo y presta apoyo a las guerrillas Interahamwe. Poco le queda al rey negro, pues ha perdido a la reina y a sus dos torres. Los Jefes de Estado de la región de los Grandes Lagos, en especial Ruanda y Uganda, prestan su apoyo a la AFDL con la intención de acabar de una vez por todas con estas guerrillas hutus. Muchos oficiales del ejército zaireño se rebelan contra Mobutu y se unen a las tropas de Kabila, llegando a Kinshasa con cierta facilidad el 17 de mayo de 1997. Mobutu, gravemente enfermo, huye a Marruecos, donde muere poco después carcomido por el cáncer. Kabila toma oficialmente el poder tres días después, y cambia el nombre de Zaire por el de República Democrática del Congo.
Como os podéis imaginar, Kabila se encuentra un país plagado de contratiempos. Aparte de los conflictos entre sus propios partidarios locales y una inabordable deuda externa, la presencia de una gran cantidad de ruandeses en la capital le hace parecer ante su pueblo como una marioneta de los regímenes externos. Pronto comienza a ser acusado de corrupción, y acomete reformas dictatoriales que van borrando la ya cuestionable palabra “Democrática” del recién nombrado país. La tensión se agrava cuando Kabila, en un claro intento de dar un puñetazo en la mesa ante su pueblo, agradece a Ruanda su ayuda y ordena abandonar el país con celeridad a las numerosas tropas ruandesas (y en menor grado ugandesas) presentes en el país. Estamos a mediados de julio de 1998. Aquí se enciende la mecha de la posterior barbarie. A la misma hora, Ronaldo tiene un ataque de ansiedad antes de jugar la final del mundial contra Francia. El mundo sigue con interés sus evoluciones mientras ignora lo que se está cociendo en el Congo: la Guerra Mundial africana.
Esta expulsión provoca una gran inquietud entre los Banyamulengues, principalmente en el este del Congo, ya que sin la protección de los soldados ruandeses se encuentran expuestos a los ataques de los Interahamwe (guerrillas hutus), con una fuerte presencia en el Kivu. Así que el 2 de agosto de 1998, los tutsis congoleños de la ciudad de Goma (capital de Kivu norte) inician un motín bajo el nuevo nombre de Asamblea por la Democracia Congoleña (ADC), secundado de forma inmediata por el gobierno de Ruanda y de Uganda, de mayoría tutsi y con los dientes bien afilados ante la inmensa riqueza en diamantes y coltán yacentes en el Kivu. El grupo se hace fuerte en la provincia del Kivu, y se expande por Katanga, en el sudeste de la RDC. Burundi también se apunta a la fiesta y ocupa toda la zona noreste del país.
¿Y qué hace Kabila? Los mismos que le habían encumbrado al poder le han hecho un jaque pastor. Así que, sin peones propios, no le queda otro remedio que repescar a los peones que antes había eliminado y adelantarlos para proteger al rey. Así que se alía con los hutus y declara la guerra a todos los tutsis. El Jefe del Estado Mayor lanza un explícito comunicado por radio: “el pueblo debe llevar machetes, lanzas, flechas, azadones, espadas, rastrillos, piedras, y utensilios similares, para matar a los tutsis ruandeses”.
La guerra ha empezado formalmente. Ahora sí, Ruanda reclama oficialmente una parte substancial del Congo como territorio de la “Ruanda histórica”, denunciando que Kabila estaba organizando un nuevo genocidio en contra de los tutsis de la región de Kivu.
Tras el secuestro de una aeronave del gobierno, los rebeldes de la ADC logran llegar a la costa atlántica, donde se incorporan soldados gubernamentales amotinados. La lealtad en el conflicto se disfraza de supervivencia. La guerra se empieza a extender por todo el territorio y cada vez más pueblos caen en manos de los nuevos rebeldes. A finales de agosto, sólo un mes después del inicio del levantamiento, la coalición (Uganda, Ruanda, Burundi y la ADC) se encuentra a las puertas de Kinshasa.
Kabila está a punto de caer. Agota su agenda buscando denodadamente apoyo internacional. Los primeros en responder son varios países del Comité para el desarrollo del África Austral: Angola, Zimbabue y Namibia responden a la llamada con motivaciones de diversa índole. Angola quiere poner fin a 25 años de conflicto. Los rebeldes de UNITA se financian con la venta de diamantes y tienen su base de operaciones en el sur del Congo. Zimbabue está presidida por Mugabe, un megalómano que pretende ganar peso en el continente. Varias empresas de su propiedad han firmado acuerdos millonarios para explotar las minas del Congo. Namibia se añade a la terna debido a los intereses comerciales de “coleguitas” del presidente, muy bien relacionado con Kabila.
Poco después, otros países entran en el conflicto. El Chad envía varias guarniciones con el beneplácito de Francia, que quiere recuperar su influencia perdida en la región tras el genocidio ruandés. Gadafi quiere dar un golpe de efecto para salir de su aislamiento y manda varios aviones. Sudán, que mantiene un conflicto abierto en la frontera con Uganda, también colabora con el frente de Kabila. Ya tenemos a todos los actores identificados.
La entrada de estos países constituye un soplo de aire fresco para Kabila. Los rebeldes son paulatinamente alejados de Kinshasa. Una guerra de guerrillas, con pocos combates masivos y con multitud de frentes de combate va generando un elevadísimo número de víctimas, tanto militares como civiles. Robos, violaciones y torturas que se van sucediendo en todo lo largo y ancho del país.
Tras varios intentos de pacificación, especialmente iniciados por Nelson Mandela, y tensiones irreconciliables entre varios países aliados en el conflicto (especialmente Ruanda y Uganda), en julio de 1999 se firma el Acuerdo de Lusaka, en el que se declaran excelentes intenciones para llevar a cabo un desarme de todos los grupos.
El papel del acuerdo se quema con la pólvora de los rifles de asalto. Durante los meses siguientes las escaramuzas continúan. La tensión entre Uganda y Ruanda (anteriormente aliados) por tener el control de las minas de diamantes y de coltán se vuelve insostenible, chocando en una brutal batalla en la ciudad de Kisangani.
El 30 de noviembre de 1999 caen desde el cielo los salvadores del mundo. Una fuerza multinacional de 5.537 cascos azules aterriza para observar como continúan los enfrentamientos.
Saltamos a principios de 2001. Un miembro de su seguridad personal se carga a Kabila en su propio palacio. A día de hoy, no se ha determinado quién fue el verdadero artífice del asesinato, aunque se sospecha que fueron sus propios aliados en el gobierno. Después de un feroz intercambio de piezas en el tablero, al final el jaque mate se lo da un peón de su corte.
De nuevo los cuchillos, oxidados pero aún afilados, vuelven a refulgir con un brillo diamantino. La prensa internacional (especialmente un artículo del Washington Post) comienza a pisotear la tumba de Kabila, acusándolo de ser el verdadero artífice de la guerra, y encumbrando a su joven hijo. Por su parte, Mugabe (presidente de Zimbabue) presiona en la misma dirección, ya que sus antiguos pactos serán respetados. El 29 de enero de 2001, el parlamento que había sido elegido a dedo por su padre, proclama como nuevo presidente de la República Democrática del Congo a Joseph Kabila. Al poco tiempo Ruanda y Uganda inician la retirada parcial de sus tropas.
Un comité especializado de la ONU que investiga la extracción de diamantes, cobalto, oro, coltán y otros ricos recursos naturales de la RDC, concluye que Zimbabue, Uganda y Ruanda han estado explotando ilegalmente estos recursos. Se prevén sanciones que nunca serán cumplidas.
Continúan los enfrentamientos, sobre todo en el Este. Los Banyamulengues, cansados del interminable conflicto, se amotinan varias veces provocando graves desórdenes en las zonas bajo su control, chocando con el propio ejército de Ruanda, antiguo aliado.
Sobrevienen nuevos acuerdos de paz. Las tropas ruandesas y ugandesas se retiran del Congo, y se inicia el desarme de la guerrilla hutu Interahamwe. El 17 de diciembre de 2002, las diferentes facciones congoleñas implicadas en la guerra firman el “Acuerdo Global e Inclusivo de Pretoria”, que pone término al conflicto y establece un cronograma definido para la instauración de un sistema democrático en el país.
El balance es escalofriante:
- Alrededor de 3,8 millones de víctimas como resultado directo del conflicto, la mayoría de ellas, producto de enfermedades prevenibles y por la hambruna y desnutrición causada por la guerra. La muerte en combate habría sido un alivio para todas ellas.
- Alrededor de 100.000 casos de violaciones sufridas (según Amnistía Internacional), la mayoría de ellas en el sur de Kivu. Esta cifra es bastante menor a la estimada por otros organismos, en gran medida porque el estudio que se realizó fue parcial y concentrado en áreas accesibles del territorio. Además, buena parte de las víctimas se niegan a dar su testimonio. Se estima que hasta 1 millón de mujeres han sido violadas, esclavizadas, torturadas y obligadas a embarazos o abortos forzados.
- Alrededor de 5,4 millones de refugiados, la mayoría de ellos provenientes de las provincias del este, forzados al desplazamiento a otras regiones del país o a los países vecinos de Burundi, Ruanda, Tanzania y Uganda.
A todo esto hay que añadir la pérdida total de cualquier tipo de infraestructura de base en todos los ámbitos y una reducción letal de la riquísima flora y fauna del país, sobre todo en el Parque Nacional más antiguo del mundo.
Por cierto, ¿alguien sabía algo de todo esto?
Acabo de llegar de nuevo a Kinshasa después de vivir los tres días más intensos de mi vida. A las seis de la mañana ya estaba en el aeropuerto militar de la ONU, rodeado de soldados uruguayos y de unos cuantos tipos más que se disponían a coger el avión que debía llevarnos a Bukavu, la capital del Kivu sur. Entre el verde reluciente de las colinas, los brillantes techos de uralita de las precarias construcciones hacían el extraño efecto de un espejo. Ya en tierra, los tanques, los helicópteros, los coches blindados y los soldados de la MONUC (en su mayoría bangladesíes y pakistaníes), daban fe de había llegado a una zona de conflicto.
Charles, el coordinador técnico de la ONG local que ejecuta el proyecto, y Jazz, el chófer que fácilmente habría ganado el mundial de rallyes con el Toyota del cenizo de Carlos Sainz, me esperaban pacientes a la salida. Un colega gabacho que llevaba unos días por allí me había reservado una habitación en un precioso hotel a las orillas del lago Kivu. Tras dejar las maletas nos dirigimos a la oficina de la ONG para que Charles me presentara a todo el equipo. La coordinadora administrativa, Mamá Nono (aquí la gente se llama mamá y papá como símbolo de respeto) y el resto del equipo me recibieron calurosamente. Luego tocó reunión con los técnicos que dan apoyo al proyecto y después con la “ministra” de la provincia, Mamá Brigitte.
De vuelta al hotel, me estuve tomando unas cervezas e intercambiando opiniones acerca del proyecto con el bueno de Charles, un tipo de 50 años con una humildad y una empatía maravillosas.
Al día siguiente, después de ponerme púo con el desayuno del hotel, nos fuimos a visitar una de las regiones donde se desarrolla el proyecto, una de las más azotadas por el todavía vigente conflicto. A día de hoy, salvo algunas escaramuzas, se vive una relativa estabilidad. Desde finales del 2008 no se han registrado enfrentamientos abiertos entre el ejército congolés y la parcialmente desarticulada guerrilla de liberación ruandesa. El asesinato de su comandante Laurent Nkunda debilitó significativamente su fuerza. En general, las ONG´s y organizaciones internacionales desplazadas en la zona no corren demasiado peligro. Constantes patrullas de la MONUC pululan por todos los lados. Las guerrillas se han desplazado a la frontera con Ruanda y controlan la explotación ilegal de las minas de Coltán. El verdadero peligro ahora lo constituyen las brigadas “integradas” de las fuerzas armadas del Congo. Este experimento de la MONUC, que trata de integrar en el ejército congolés a antiguos combatientes de la guerra de ambos frentes tras un periodo de formación de 5 meses, plantea serios problemas. Como viven precariamente y no conocen más que la violencia y la guerra, cualquier contratiempo enciende la mecha, sometiendo a la población local a robos, amenazas y extorsiones. Además, las familias de los soldados viven puerta con puerta con la población y existe un grave problema de convivencia.
El 4x4 enfilaba el camino embarrado y lleno de baches. A los lados, el devenir incesante de la gente se detenía un segundo para contemplar al “musungu” (blanco) que pasaba en un coche rodeado de locales. Me sentía escrutado como los bonobos que había visitado el domingo.
En la aldea de Katanna nos esperaba la presidenta de un “Comité de Mamás”, la animadora y varias “miembras” de la asociación, como diría nuestra ministra de Igualdad. Después de mi experiencia en Marruecos, da gusto observar que las mujeres en este país tienen la capacidad de interrumpir o mandar callar a un hombre. Y que los hombres, a su vez, ceden la palabra a las mujeres. No es una sociedad matriarcal pero aquí la mujer está bastante más empoderada que en la mayoría de países que conozco.
Dimos un paseo por las huertas comunitarias de mandioca, judías y maíz. Llevaba conmigo una inmensa cola de pequeñajos y pequeñajas. Cuando me daba la vuelta y les miraba, reaccionaban entre la curiosidad y el recelo. Les asustaba la cámara pero después les encantaba identificarse en la foto. El más atrevido me decía algo inteligible y salía corriendo.
En mi papel de evaluador, comencé a hacerle algunas preguntas a las mujeres para ver cómo se estaba desarrollando el proyecto. Todas comprendían el francés y dos de ellas lo hablaban bastante bien. La presidenta, viuda y con siete hijos, infundía paz y respeto. Me dejaron impresionado por su fuerza, por su amabilidad y por la buena gestión que estaban realizando en la organización de los trabajos en el campo, en la gestión del stock de las cosechas y en la restitución de semillas a otras familias para multiplicar las cosechas. Después nos fuimos a comer a casa de una de las mujeres. Plátano frito, carne de vaca y coca cola. Me acordé de la película de Los Dioses deben de estar locos. Tiene cojones esto de la Coca Cola…
La pluviometría, la temperatura y la fertilidad de la tierra volcánica son ideales para la agricultura. Si Amanece que no es poco se hubiera rodado en el Congo, el tipo que crece en la huerta tendría que haber sido interpretado por Shakeal O´Neal. La realidad es que la mayoría de la gente vive bajo el umbral de extrema pobreza. Pasan hambre con mayúsculas. La mayoría de los productos agro-pastorales son importados de Ruanda, de Burundi y del Kivu norte. Las causas de esta lacerante contradicción son las constantes guerras, el desplazamiento de los jóvenes a trabajar a las minas y la falta de mecanización. Además, el terreno montañoso, que impide concentrar grandes extensiones de cultivo, y la enorme presión demográfica en las zonas habitadas (en el campo la media de natalidad es de 6 hijos) agravan aún más el problema. Un kilo de arroz vale 0.9 dólares en un mercado local, y el de patata, 0.6. Es como si nosotros tuviéramos que pagar unos 9 euros por un kilo de arroz.
Después de sacarnos unas fotos (que ya subiré cuando vuelva a España) nos volvimos para Bukavu, que es una ciudad agradable comparada con Kinshasa. Tiene un tamaño aceptable y se encuentra a 1.500 metros del nivel del mar, por lo que el clima es perfecto: manga corta por el día y una sudadera fina por la noche. De vuelta al hotel no tuve fuerzas ni siquiera para cenar. Me tumbé en la cama con una sensación muy placentera. Por fin había entendido cuál era la finalidad de mi visita al Congo; no era hacer una evaluación que se van a pasar por el forro de los cojones, sino hacer un diagnóstico con recomendaciones para la ONG local con la intención de mejorar en todo lo posible la gestión del proyecto.
Al día siguiente estaba en pie a las seis y media. Nos esperaba un viaje de tres horas a otra región, muy cerca de la frontera con Ruanda. La distancia recorrida no pasaba de los 90 kilómetros, pero el estado lamentable de la pista y el terreno súper escarpado hacían que el avance fuera “tortugoso” (lento y tortuoso).
Montañas, plátanos, ríos, todo verde reluciente. Al fin llegamos al valle. Una inmensa llanura de cultivos se desplegaba a la vista como un regalo. Aquí es donde se desarrolla la parte más importante del proyecto. Se han comprado dos tractores para mecanizar y hacer rentable la producción y tres cooperativas se van a poner en marcha para intentar comercializar el arroz, el maíz y la mandioca recogida. A simple vista se observa que la gente va mejor vestida y pasa menos hambre, aunque sus condiciones de vida siguen siendo precarias.
Vimos las plantaciones de arroz, estuvimos con varias asociaciones y se organizó un coloquio con unos 30 beneficiarios y beneficiarias. Luego estuve viendo cómo habían organizado la gestión del uso de los tractores. En ese momento, me llamó mi compi gabacho para informarme de que se había desatado una revuelta de una brigada del ejército en Uvira, ciudad que se encuentra a 50 kilómetros de donde estábamos. Enseguida, la gente de la asociación local llamó a sus contactos en la ciudad para tener datos de primera mano. Al parecer, el comandante de la brigada había desaparecido con la paga de todos los soldados y éstos, como acto de protesta, se habían lanzado a la ciudad disparando tiros al aire y realizando varios saqueos.
He de reconocer que me acojoné un poco, pero la gente me tranquilizó asegurándome que no corríamos ningún peligro, que el conflicto no se iba a extender y que no me preocupara. Al rato, se cruzaron dos soldados con metralletas al hombro y dos pollos en la mano. Los cojones se me pusieron de corbata. Cuando ya se habían alejado, la reacción de Papa Charles, de Mama Nono y de otro tipo que nos acompañaba fue la de descojonarse y comentar que los pollos los habrían robado por el camino. Están tan acostumbrados a vivir situaciones extremas, que algo que para mí era un canteo ellos lo percibían como una simple anécdota. O quizás utilizaban el humor como mecanismo de defensa.
Tras completar la visita, nos fuimos a comer a la frontera con Ruanda. Entramos en un pequeño restaurante y comimos carne de cabra, que estaba deliciosa, mandioca y plátano frito. La vuelta a Bukavu fue un poco tensa porque la comida y la birra en el estómago se me movían como unos gayumbos centrifugándose en una lavadora industrial. La verdad es que nos echamos unas risas en el coche. Me encanta la risa de Mama Nono. Llegamos casi de noche, me dejaron en el hotel y me comí una pizza deliciosa con el gabacho, con el que estuve charlando durante un buen rato. Es un tipo amigable, majete, pero con un punto raro raro (cromosoma gabacho). Volví a caer en la cama como un guiñapo. El día había vuelto a ser inolvidable.
A la mañana siguiente me reuní con todo el equipo que trabaja en el proyecto para hacerles unas recomendaciones. La experiencia ha sido verdaderamente enriquecedora. Con que hayan podido sacar de mí una décima parte de lo bueno que yo he sacado de ellos, me doy por satisfecho.
Me fui para el aeropuerto con Charles y con Carlos Sainz. A la salida de la ciudad había un tráfico de cojones y estuvimos parados durante 45 minutos. La verdad es que viví unos momentos de auténtico estrés porque veía que perdía el avión. Habría sido una catástrofe porque seguramente no podría haber llegado a tiempo para coger el vuelo de regreso del sábado. Finalmente, gracias a Jazz, que fue follado durante el camino, hasta el punto de hacer varios deslizamientos por el barro (en uno no nos hostiamos de milagro), llegué justito para embarcar.
Realmente necesitaba exteriorizar todas estas sensaciones tan intensas. Me descubro ante la fuerza y las ganas de aferrarse a la vida del pueblo congoleño. Este país, que nació enfermo por los excesos de su madre belga en el embarazo, con una infancia repleta de traumas indescriptibles a causa de su guapura, de sus joyas, de sus tierras fértiles y de sus recursos ilimitados, convalece a día de hoy en la UCI con el irregular goteo del suero de las Organizaciones Internacionales, que mantiene estables sus condiciones vitales pero que no logra sacarle del coma inducido. Espero que cualquier día puedan trasladarlo a planta. Empezará entonces un periodo largo y complicado. Tendrán que dejarlo de una vez por todas que elija su propio camino, con rehabilitaciones y curas que intenten sacar lo mejor de sí mismo sin imponerle procesos de recuperación que le hagan recaer o generar otras enfermedades, o que supongan extracciones de sangre que mermen sus debilitadas fuerzas. Quizás un día pueda llegar a ser el vivero del mundo.
14 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo.Fin de semana
Pues resulta que el fin de semana ha sido muchísimo más entretenido de lo que me esperaba. Ayer sábado estuve vagueando por la mañana y tomando algunos apuntes de lo que voy a contar en el informe. Después de comer espinacas rehogadas con atún, patatas con carne y, cómo no, arroz, me fui con el sudafricano a beber birras al bar. Este tipo es una puta esponja, así que a las seis de la tarde nos habíamos bebido ya unas cuantas y mi inglés empezada a ser fluido. Tengo un lío de cojones en la cabeza. A las siete y media habíamos quedado con David Haselhoff, el italiano seminarista y el costamarfileño pocas palabras para ir a cenar a un buffet. David Haselhoff, en su solemne magnanimidad, había invitado a sus antiguos empleados a cenar y nos preguntó si queríamos unirnos. Así que para allá nos fuimos. Llegamos a un restaurante muy bien puesto, donde ya esperaban los cuatro empleados, con sus cuatro esposas. He de decir que las congoleñas (y los congoleños) tienen bastante estilo, y dos de las cuatro eran unos auténticos pibones.
La comida estaba realmente buena. Era un buffet variado y fui probando cada plato. Pescado hecho en hoja de plátano, pollo, costillas de cerdo, larvas de lombriz, morning glory rehogada, etc. Las larvas tenían bastante sabor. El caso es que no era nada asqueroso. Una vez apurado el buffet hasta el último botón del pantalón, como buen “cometodoloquepuedassihaspagadounpreciofijoaunquevayasareventar”, me salí con el sudafricano a echar un piti. En ese mismo momento, llegaba una comitiva muy numerosa, encabezada por tres damas de honor con unos trajes africanos preciosos. Daban paso a los novios, que iban bien cogiditos de la mano. Por el caché del local, las pintas del fulano, y lo que vino después, dedujimos que se trataba de un milloneti congoleño. La mujer llevaba un vestido rosa muy aparente y parecía que tenía unos cuantos años menos que él. Detrás de la pareja, dos muchachas muy lustrosas y dos viejetes con americanas de lo más horteras completaban el grupo. Y detrás todos los invitados, más o menos distribuidos por edades. Los niños y las niñas entraron los últimos y la orquesta comenzó a tocar un ritmo bastante bonito, y toda la gente se puso a bailar al unísono. Por lo que me contaron, es tradición entrar bailando al convite.
Se sentaron todos. Un tipo, que según me informaron, es un pastor evangelista que sale dando misa en la televisión, empezó a hablar de su gran amigo el novio, de lo buena persona que era y todo eso que se dice en estas ocasiones. Después, pidió una bendición para los novios. Toda la gente se dio la mano y cerraron los ojos. Así estuvieron unos cinco minutos, realmente concentrados. La ceremonia terminó y la orquesta empezó a tocar de nuevo.
Y nos volvimos al albergue. Me acosté viendo una peli bastante decente que se llama Los Falsificadores. Más de lo mismo con el tema de los judíos y los nazis, desde el punto de vista de un falsificador judío fino fino que logra un trato de favor gracias a su destreza falsificando libras y dólares.
Esta mañana me he adobado a dos chicas españolas muy majas de la Cruz Roja, al gabacho guatemalteco y a un holandés cincuentón con pinta de explorador, y nos hemos ido a una reserva protegida a ver a los bonobos, que son familia de los chimpancés, pero más pequeños. Ha sido una auténtica pasada. Solamente se encuentran en libertad en la margen izquierda del río Congo, y en los últimos años, debido a las guerras, a la caza ilegal para su venta o simplemente para comérselos, su población se ha visto seriamente mermada. En la actualidad se encuentran en peligro de extinción. Son unos primates de lo más curioso: son muy amigables, tienen una expresión que recuerda mucho a la de un humano y resuelven todos sus conflictos follando. Cuando están nerviosos o ante alguna situación de tensión, los machos se frotan los genitales con los machos, las hembras con las hembras, y los machos y las hembras copulan en plan orgiástico. Además, es una sociedad matriarcal, por lo que son las mujeres las que dirigen y controlan al grupo. Ya sé que lo estáis pensando: yo también quiero ser un bonobo.
El santuario se encuentra a una hora en coche de Kinshasa. Hemos llegado por una carretera de barro, con cientos de personas que aprovechaban el domingo para vender todo lo imaginable. Salta a la vista que la gente está realmente jodida, aunque derrochan un colorido y una vitalidad difícilmente observable en Europa. Tras pasar un par de barreras de seguridad, hemos llegado al santuario de los bonobos, un vergel lleno de blancos un tanto artificioso. El recorrido rodeaba la zona en la que se encuentran los bonobos, que se acercaban a saludarnos y nos seguían por todo el recorrido. Al final de éste, había una estancia reservada para las crías huérfanas. Las que han perdido a sus padres tienen muy difícil su integración, por lo que tienen que estar apartados con madres de adopción, que son mujeres que les dan el biberón y les cuidan como si fueran sus hijos. La verdad es que viendo a estos bebés, el que a día de hoy niegue la teoría de la evolución está para que lo encierren. Me quedo con un sentimiento un tanto contradictorio, ya que estos bonobos están mejor alimentados que la mayoría de la población.
Así que ha sido un buen fin de semana. Ya he preparado todo y mañana cambio totalmente de entorno. En Bukavu me estarán esperando los coordinadores de la ONG congoleña que ejecuta el proyecto. Los próximos tres días prometen ser emocionantes.
12 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo. Día 5
Albert no es un caso habitual. La mayoría de la gente que sale de la República Democrática del Congo lo hace por otros motivos: un conflicto armado, catástrofes naturales, como terremotos o erupciones volcánicas o simplemente la intención de buscar eso tan asumido que llamamos futuro. Su destino no es Europa, sino algún país vecino que les permita entrar como desplazados. En contra de lo que se puede pensar y aunque es difícil conocer el número exacto de flujos migratorios en el continente, África acoge a unos 40 millones de inmigrantes, en su mayoría africanos, mientras que Europa y Estados Unidos reciben a unos 18 millones de sus ciudadanos.
Hoy he tocado fondo en mi aburrimiento. He sudado del desayuno y me he levantado alrededor de las 11. Cuando estaba recogiendo mis bártulos para preparar mi viaje al Kivu Sur, David Haselhoff me ha llamado para decirme que el avión no había sido reparado y que no podía salir hasta el lunes. Esta noticia ha caído en mi ánimo como una losa, no tanto por la falta patente de tiempo que voy a tener para evaluar los proyectos sobre el terreno, sino más bien por la perspectiva de quedarme en Kinshasa todo el fin de semana. En esta ciudad no se pueden hacer demasiadas cosas.
Así que esta tarde me he ido con el seminarista italiano y con el francés guatemalteco a correr un poco. Nos han llevado a la zona de las embajadas, a las orillas del río Congo, donde se levanta un oasis difícilmente descriptible. La seguridad privada inunda las calles. Edificios colonialistas y grandes villas súper protegidas se levantan a ambos lados de una calle perfectamente asfaltada. De repente, una inmensa superficie de césped mejor cortado que el Bernabéu se levantaba ante nosotros. Parecía Central Park. He empezado a correr a mi ritmo, a medio camino entre el alocado seminarista y el acabado gabacho. A los dos minutos estaba sudando como un auténtico cochino; no estaba cansado pero es que no veía del sudor. Me he parado y me he sentado a la orilla del inmenso río Congo. Y he empezado a observar: decenas de blancos y de blancas con trajes del Decathlon hacían footing. Había unos cuantos niños, en su mayoría rubitos, jugando al badmintong o al pilla pilla. La imagen era tan bucólica que parecía un cuadro de Sorolla (comentario irónico).
Hemos vuelto al albergue y me he pegado un duchazo. Qué agradable sensación. Sentir el agua fría, que a los segundos se vuelve templada, inundando cada uno de los poros de tu cuerpo. Hemos salido a cenar fuera. Era un restaurante bien puesto, con un tipo que tocaba el saxo. He comido antílope con una salsa de vino tinto bastante lograda. El sabor se parece bastante al del ciervo. Carne tierna con un punto de sabor salvaje. Tras un par de gyn tonics, David Haselhoff y el sudafricano han propuesto un movimiento estratégico a un garito. La definición de garito en el Congo es la de lugar oscuro lleno de prostitutas. El italiano seminarista, el gabacho guatemalteco y yo hemos rechazado la proposición. La verdad es que me apetecía mucho apurar la noche, pero ya conozco estos antros y son bastante tristes a la par que lamentables.
Así que acabamos de volver al albergue. Me he bajado al bar a por una cerveza y estoy echando el resto para contaros cómo ha sido mi día. Mañana espero hacer alguna excursión interesante. Me quedo escuchando musiquita (sumas y restas, demonios dentro de palabras) y recordando a mi tan admirado Miguel Delibes. Cómo me habría gustado pasar cinco horas con él. Me despido dejándoos una frase de un artículo que escribió hace bien poco: el bajo tono de este Mundial tan esperado confirma que el dinero que hoy gira alrededor de este deporte enriquece a los futbolistas pero empobrece al fútbol.
Amén.
11 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo. Día 4
Siete meses más tarde sería capturado por la CIA y enviado por Mobutu (entonces general) a Katanga, provincia rebelde rica en diamantes que había intentado proclamar su independencia del recién nacido Congo con el apoyo de los belgas y los norteamericanos. Ante esta contingencia, Lumumba pidió ayuda a la ONU, y ante la pasividad de ésta, se acercó “peligrosamente” al bloque soviético, siempre manifestando su no alineación con las ideas comunistas. Obviamente, no le creyeron. Fue fusilado por el ejército rebelde de Katanga el 17 de enero de 1961 tras un juicio sumarísimo. En su ejecución estaban presentes agentes americanos y belgas. Para los escépticos, el gobierno belga reconoció públicamente en 2002 su responsabilidad en los acontecimientos que condujeron a su muerte.
Bien educado y carismático, Lumumba es un referente para el Congo y para todos los panafricanistas del continente. Convertido en 1966 en héroe nacional por Mobutu (uno de sus verdugos), fue el único dirigente político elegido por el pueblo hasta las elecciones celebradas hace algo más de tres años. ¿Quizás nuestro ser invisible tenga también un poco de acento yanqui?
Pues otro año más a la puta calle en octavos. Al final echaron el partido del Madrid en la tele. Estuve viéndolo con tres de mis compañeros: el italiano, el francés y el costamarfileño. A ninguno le gusta demasiado el fútbol, pero como comprenderéis, esto no es Benidorm y tampoco hay demasiadas diversiones. A diferencia de David Haselhoff, son bastante majetes. El italiano tiene un aire de seminarista bastante pronunciado, y no hay ningún tipo de diferencia entre cuando habla en su lengua y cuando lo hace en francés. El francés ha dado muchas vueltas y sabe latín; habla español con acento guatemalteco. Del costamarfileño tengo poco que decir. Es una roca y hay que sacarle las palabras con sacacorchos.
Hoy he tenido un día bastante frustrante. Como en teoría volaba para al Este, no tenía fijada ninguna reunión. Así que todos los intentos de contactar con posibles “informantes” han sido infructuosos. Aquí no coge el teléfono ni Perry, y el mail se lo deben de pasar por el forramen. Entiendo que no somos ninguna prioridad.
Así que me he encerrado en la habitación y he realizado ese ejercicio tan humano a la par que irracional llamado masoquismo. He leído a los indignados, a los resabiados y a los que se relamen. Luego me he visto la película de Ironman, que creía que iba a ser peor. He comido lo de siempre con una variante (salchichas en vez de pez raro) y he empezado a adelantar un poco del informe que tengo que presentar. La verdad es que hasta ahora tengo un turrón de cojones en la cabeza. Espero resolverlo viendo los proyectos sobre el terreno.
Alrededor de las 6 de la tarde ha caído una tormenta increíble. Se ha ido la luz durante más de una hora y la lluvia caía tan racheada que te mojaba en los soportales.
Para variar, me he ido a cenar fuera. He acompañado al italiano seminarista, a David Haselhoff, al sudafricano y a otro belga. Hemos ido a una terraza con música en directo. Eran tres cantantes, un guitarrista y un percusionista, y cantaban canciones de todo tipo, desde ritmos africanos hasta La Bamba (para bilar la bamba si nisisita un puquito de grasa…). He cenado bien. Me he tomado una tilapia (un pescado de carne blanca que crece en aguas tropicales saladas o dulces) con patatas. Luego nos hemos calentado el morro y nos hemos pedido unas copillas, menos el italiano seminarista, que se está destapando como un sosazo de campeonato. Se ha iniciado una discusión bastante curiosa acerca de la independencia del Congo, el rol de Bélgica y la figura de Lumumba. Como me había estudiado la lección, he plantado cara a David Haselhoff y al otro belga, que curiosamente nació en el Congo Belga y que ha defendido el papel de Bélgica en todo este sarao: “Bélgica dio la independencia al Congo de forma voluntaria y Lumunga era un comunista”. Nada que añadir a su discurso. Igual si alguien critica a Hernán Cortés me sale la vena patriota y digo que fue el primer cooperante de la historia...
Y así acaba mi día. Estoy un poco pedo porque me he tomado otro par de birras con el sudafricano, que está resultando ser un tipo de lo más majo. Mañana intentaré avanzar un poco más en el informe y mendigar una reunión.
10 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo. Día 3
Este señor tan demócrata accedió al poder en 1965 mediante un golpe de Estado y estuvo en el poder durante 32 años. Se estima que el año de su muerte, en 1997, sus cuentas en Suiza se equiparaban al PIB de su país. Siguen surgiendo candidatos para el premio de ser invisible.
Pues me acabo de enterar de que mañana no vuelo para el Este. Finalmente, un contratiempo de última hora (eufemismo de avería, falta combustible, falta de seguridad, etc.) ha hecho que se cancelara el vuelo, y tengo que retrasar el viaje hasta el viernes o el sábado, a no ser que le eche huevos y me compre un billete con una compañía nacional que se llama YAK 42. Lo del nombre es broma. Lo que sí es cierto es que todas las compañías nacionales están en la lista negra de la Unión Europea y no son nada recomendables.
Así que no tengo nada previsto para mañana. Aprovecharé para dormir un poquito más y para intentar localizar a un par de contactos que me podrían venir bastante bien para proporcionarme información de uno de los proyectos que evalúo (monitoreo según la terminología de la UE).
Estoy empezando a coger un poco de asquete al jefe de la misión. Se parece bastante a David Haselhoff, pero en rubio. Es el típico arrogante que te mira por encima del hombro porque eres joven (y para más inri, bajito). Además, tiene un catálogo de gracietas que utiliza con los locales y conmigo para parecer un tipo majo. Es un gilipollas, vamos.
Hoy he vuelto a quedarme sin coche. El edificio de la Comisión Europea queda a unos diez minutos del albergue, y la verdad es que es mucho más entretenido ir andando entre los charcos y observando el quehacer diario de la gente. Hoy he visto muchos más paraguas abiertos que ayer. Y es que hacía un sol acojonante. El clima es tan volátil que un paraguas puede servir para dos funciones totalmente opuestas.
Esta tarde ha venido un camión que parecía del París-Dakar, del que se han bajado unos 20 ingleses, que inmediatamente se han puesto a montar sus tiendas de campaña en el jardín. Son una peña que ha pagado un pastizamen muy serio para hacer un viaje desde Sudáfrica hasta Kenia. La mayoría son jóvenes, con esa pintilla de inglés estilo Rooney. Duermen en tiendas, se hacen la comida y llevan unas rastas que se habrán hecho por el camino y que les quedan como el mismísimo culo. Y digo yo…bueno, mejor no digo nada.
Empiezo a estar un poco cansado de la monodieta de arroz con alubias y pez de río con sabor a tierra. Lo bueno es que voy al baño como un relojito.
Pues nada, que quedan 15 minutos para que empiece el partido del Madrid. Todavía no sé si lo van a poner en la televisión nacional congoleña o tendré que comerme el Manchester-Milán. Si nos eliminan, aquí acabará mi día, y si pasamos, igual vuelvo para despedirme como es debido...
9 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo. Día 2
Esta joyita de discurso, que guarda curiosas similitudes con el “arbeit macht frei” nazi, fue pronunciado por el Rey Leopoldo (el mayor genocida documentado de la historia moderna) en 1898.
Tras esta breve nota introductoria, que seguramente nos ayudará a ponerle un nombre a ese ser invisible del que os hablaba ayer, voy a contar cómo ha sido mi jornada.
El día se ha levantado gris y bochornoso. Tras el desayuno en el albergue católico en el que nos alojamos, me he vuelto a poner la única camisa que he traído (quiero romper una lanza por los productos Día, porque el desodorante “silk” es buenísimo) y me he ido a la Delegación de la Unión Europea. A las 8.30 tenía una reunión con una tipa, que me ha estado contando la intrahistoria de uno de los proyectos que evalúo. Los antecedentes son los siguientes:
1.Tras años de conflicto, existe un periodo de frágil estabilidad en el país.
2.La ONU lanza un programa de 6 meses en el que trata de integrar en el mismo bando a los grupos rebeldes y al precario ejército congolés, distribuyéndolos en 15 brigadas por todo el país.
3.La situación de tremenda precariedad de estas brigadas, que llevan a cuestas a sus familias, levanta la alarma de un nuevo conflicto.
4.Ante las críticas crecientes de la opinión pública internacional, desde la UE y la ONU se intenta paliar esta situación mediante dos intervenciones: por un lado, para asegurar que los soldados reciban su salario, se les entrega directamente su paga sin que el dinero pase por la corrupta cadena de mando. Por otro, se intenta dotar a las brigadas dispersas por todo el país de unas condiciones de vida mínimamente decentes (acceso al agua, saneamiento y hospitales de campaña).
5.El Ministerio de Defensa, que no ha sido consultado y que está a cargo de un coronel de 80 años, dificulta el proceso.
6.Como las "filántropas y civilizadas" normas prohíben financiar a un ejército con fondos de cooperación (ya existen otros fondos para hacerlo), el proyecto se camufla a través de la ayuda a las familias que dependen de las brigadas.
7. El proyecto termina como un parche más en esta rueda pinchada a la que llamamos mundo.
Como el coche estaba ocupado por los expertos de más caché (en todos los lados hay jerarquías y yo soy el último mono), me ha tocado ir andando a un par de reuniones. Hacía tres semanas que no llovía en Kinshasa, y hoy ha caído lo más grande. Me he calado hasta las trancas. A cada 100 metros, me paraba en algún soportal para resguardarme y observaba el transcurrir de la cotidianeidad congoleña.
He empezado a asimilar las cosas de otro modo: los pensamientos nihilistas de ayer se han ido entremezclando con una sensación un poco más sosegada. He estado charlando con varios locales y he empezado a ubicarme un poquito más en este curioso punto del planeta.
De vuelta al albergue, he cenado pollo, arroz, plátano frito y piña, y he visto el baño del Arsenal al Oporto junto a un compi sudafricano que se bebía las birras como agua. A la media hora se nos ha unido el camarero, que animaba al Oporto sin ningún convencimiento.
Me voy al catre.
8 mar 2010
Visita a la República Democrática del Congo. Día 1
Llevo tan solo 24 horas en la ciudad y ya tengo la cabeza llena de contradicciones. Había visitado otros países totalmente diferentes a España, pero nunca me había sentido tan ajeno a lo que me rodea, con una sensación extraña que se mueve entre la fascinación, la tristeza, la indignación y la cautela. El aire húmedo y caliente que respiramos se vuelve extrañamente antinatural, como si alguna especie de ser invisible filtrara el oxígeno y lo bifurcara en dos: el aire que respiran los blancos y el aire que respiran los negros. Se me ocurren varias maneras de llamar a ese ser invisible, pero todavía no me atrevo a nombrarlo.
Normalmente, los aeropuertos tienen la extraña cualidad de enmascarar la realidad del país hasta que abres las puertas de la salida. Pero aquí, en el momento en el que accedes a la sala de salida de equipajes, empiezas a ser consciente de algunas cosas. Encima de la plataforma, tres policías vigilan que nadie robe las maletas que van saliendo por la cinta. Varias personas se acercan para ofrecerte sus servicios: cómo es tu maleta? Pesa mucho? Te puedo buscar un taxi para llevarte a tu hotel…
A la salida, decenas de miradas se te clavan como puñales. El anonimato tan naturalmente asimilado desaparece como por arte de magia. Nadie vino a buscarme, y tuve que improvisar sobre la marcha. Me pegué a un policía, al que pedí el móvil para llamar al hotel y corroborar que no habían enviado el coche que tenía que recogerme. Tras el pago justamente reclamado por “comprar” la seguridad del policía, cogí un taxi y enfilamos una interminable avenida llena de baches hasta llegar al centro de Kinshasa. Entre caminos encharcados llenos de prostitutas llegué al hotel, y tras una negociación a cara de perro con el taxista (le tuve que pagar 50 dólares) llegué al hotel, en el centro de Kinshasa.
Con el rumor del documental (Grass: bastante recomendable. Habla del origen de la estigmatización del consumo de marihuana en EEUU) me dormí al instante. A la mañana siguiente, con la luz del sol tempranero todo parecía mucho más realista. El equipo de monitores es bastante variopinto. Un par de belgas graciosillos, un francés bastante majo (la excepción que confirma la regla junto con Jerome), un italiano, un sudafricano y un costamarfileño. Sus vidas están llenas de anécdotas y su hogar se asemeja más a un Boeing 747 que a una casa confortable.
Tras el desayuno y una breve reunión de equipo, el chófer nos esperaba para llevarnos a la sede de la Delegación de la Comisión Europea. Afortunadamente, metí una camisa en el macuto. Aún así, el resto del equipo iba bastante más maqueado que yo (salvo el italiano, que iba hecho un guiñapo). El gabacho me ha prestado una corbata con elefantes que me quedaba como el culo, pero al menos daba esa ridícula imagen de “tipo que intenta no faltar al respeto a los expatriados trajeados de la UE”.
Los dos proyectos que me han asignado para evaluar son bastante dispares. Para no aburriros, os diré que uno es un auténtico marrón, y que el otro es muy interesante. Tras una búsqueda desesperada de información, concretar reuniones con los responsables y reservar un vuelo a la otra punta del país con el avión de la ONU (no es recomendable volar con compañías nacionales) nos hemos ido a comer.
El Club donde hemos almorzado es desfasadamente insultante. Tiene un campo de golf, que curiosamente se encuentra al lado de un cementerio, pistas de tierra batida y una sala donde la gente va a jugar al bridge. Los empleados procuran un servicio que levanta cierta vergüenza ajena (con saludo militar incluido a la entrada) y el precio del cubierto asciende a los 30 dólares.
Por la tarde, ha tocado un poco de buceo en los documentos de uno de los proyectos que debo evaluar. Al fin de la jornada, todavía de día, nos hemos permitido el lujo de volver andando al hotel (de noche está terminantemente prohibido salir), que está a unos 10 minutos a pie de la Delegación de la UE. Hemos entrado en un supermercado y he estado viendo el precio de algunos productos. Me he parado en la sección de los vegetales: un kilo de zanahorias vale 4 euros y uno de pimientos rojos, 14. Cierto es que a ese súper solamente va a comprar la “jet set”, pero no deja de ser un síntoma claramente inequívoco de la situación del país: la República Democrática del Congo es un país extremadamente fértil, con un clima que favorece el cultivo durante todo el año. El abandono de los cultivos debido a las constantes guerras, la situación de inseguridad y la dificultad de las comunicaciones hace que el precio de los productos de primera necesidad sea inabordable para la mayoría de la población.
No hay Estado. Los niños no sonríen. No hay posibilidad de interacción, salvo algún gesto de amabilidad al camarero o alguna expresión condescendiente escupida desde el coche.
Seguiré exteriorizando toda esta maraña de pensamientos, con el deseo de que mañana vea algo de esperanza en algún agujero.
8 feb 2010
NECROLÓGICAS CRUZADAS
Mamadou tiene un terreno de 500 metros, 15 cabras y una casa. Lo demás es accesorio. Pedro tiene también una casa, pero no tiene terreno. A cambio, además de la televisión, tiene un coche, y bastantes más accesorios necesarios que para mamadou son accesorios.
Pedro es licenciado en Económicas. Mamadou no comenzó la secundaria. Sabe leer y escribir pero no sabe contar. Su mujer, en cambio, no sabe leer ni escribir pero sabe contar.
Mamadou trabaja su tierra de sol a sol. Pedro trabaja sus presupuestos de noche a noche.
Pedro y su mujer han tenido una hija para intentar quererla mucho. Mamadou y la suya han tenido cuatro para que trabajen su campo, cuiden a las cabras y les cuiden a ellos cuando sean viejos. Ni que decir tiene, que tanto Pedro como Mamadou, quieren mucho a sus hijos.
La sobrealimentación de Pedro, su vida sedentaria y el estrés laboral le han hecho padecer de hipertensión. Mamadou está desnutrido y tiene anemia. Su dieta no le hace padecer hambre pero está falta de proteínas y de hierro.
Mamadou duerme bien. Su cuerpo cae como una losa en la cama. Pedro toma pastillas para dormir y antidepresivos. El reset de Mamadou es un apagón general, mientras que el de Pedro parpadea como un portátil suspendido.
Pedro no conoce la vida de Mamadou. Ni podría vivirla. Por lo que ve de vez en cuando en la tele, la considera inexplicable.
Mamadou tampoco conoce la vida de Pedro. Y por lo que le cuentan sus hijos, la considera más inexplicable incluso que Pedro.
En cambio, la hija de Pedro quiere entender la vida de Mamadou.
Y los dos hijos varones de Mamadou quieren vivir la vida de Pedro, o al menos, algo que se le parezca. Las hijas de Mamadou también quieren pero su padre no les va a dejar emigrar ahora. Son jóvenes y su familia ya les tenderá una cuerda.
Los hijos de Mamadou llegaron con un contingente a trabajar a España. De eso hace ya 5 años. Ahora tienen papeles y trabajan de freseros en Huelva. Sus condiciones de vida no son buenas.
Seguramente, Pedro piensa que los hijos de Mamadou vivirían mejor en su país. Si no pasan hambre, por qué venir a un país, arriesgando la vida para vivir en condiciones infrahumanas. En cambio, ellos no se plantean ni por un instante el volver a su país. Proyectan en su mente una cosa que tenemos asumida que se llama futuro.
La hija de Pedro lleva dos años viviendo en Bamako. Se fue a trabajar con una ONG y coordina un proyecto de Soberanía Alimentaria en la provincia de Kita. Bien mirado, quizás los tres trabajan por la soberanía alimentaria del país.
Con lo que han juntado entre todos, el hijo mayor de Mamadou coge un avión en Barajas para velar a su padre en Mali.
A la misma hora, la hija de Pedro despega del aeropuerto de Bamako para asistir al entierro del suyo en España.
Y en algún punto del cielo, las lágrimas de la hija de Pedro y del hijo de Mamadou se tocan regando el Sahara.
3 feb 2010
¿Vendrás la última vez que te vea?
olvidarte como el que recuerda algo,
como que el que agarra un papel quemado
que posa en tu olfato su memoria.
Añorarte no podré.
No sabré situarte en mi escala de pensamiento.
Alguna vez serás un frugal sueño que se perderá,
como se pierden todos los sueños.
Así regresarás la primera vez,
porque nunca te has ido, porque has estado en un limbo
del que nunca te fuiste porque ya estabas allí.
Haití...
La próxima noticia sigue construyendo este mail: Estados Unidos anunciaba que todo niño huérfano haitiano obtendrá automáticamente los papeles de regularización en Estados Unidos. Ya en casita, los servicios sociales de Extremadura se colapsaban por las solicitudes para la adopción de niños huérfanos haitianos. Menos mal que ahí están Unicef y Save de Children para advertir de que se tendrá que vigilar muy de cerca este proceso para evitar que las mafias actúen. Ahí dejo la noticia, y que cada uno piense si está opción es buena o mala para la reconstrucción de un país y para el futuro y la dignidad de su gente, más allá de que objetivamente la vida de esos niños vaya a mejorar ostensiblemente.
Luego viene lo cool, el empujón de iniciativas de gente de la cultura y del espectáculo (y demás culos), que pretende recaudar fondos para el desastre. Los miles de mensajes en facebook, en google, en la radio, para hacer un donativo o para participar en un evento para recaudar unos duricos, como el que organiza el productor musical Carlos Jean (el Emilio Stefan español), que vaya por Dios, resulta que su viejo es de Haití (tranquilos, que no ha muerto, que vivía en un residencial privado de las afueras), y reúne a un montón de colegas solidarios que actuarán de gratelo. Quién criticará una iniciativa de tan nobles intenciones.
La siguiente noticia no es que me indignara, es que el arroz de mi abuela se me revolvió en las tripas. Hablaba de la polémica generada en torno a la decisión del Ayuntamiento de Vic de no empadronar a los inmigrantes sin papeles, a las opiniones vertidas al respecto por los mismos perros con distinto collar, también llamados políticos, y a las de varios ciudadanos que unas horas después, pelando una manzana, tendrían los ojos llorosos por la niña rescatada en Haití.
Después de todo esto, y de ver que el fin de semana nos vamos a empapar en el norte, empecé a documentarme un poco en internet (aprovecho para darle las gracias a Guayito por su ayuda involuntaria, al que le estoy parasitando el wifi). Ante la imposibilidad de dar una cifra oficial de muertos, podríamos determinar una franja amplia de centenares de miles de personas. Como los niños y las niñas son el colectivo más vulnerable y más susceptible de lograr la empatía de la opinión pública, daré, por no aburriros, un dato concreto y simple: cada día mueren en el mundo 27.000 niños menores de 5 años. Es decir, desde el día del seísmo hasta hoy, en otros lugares del mundo han muerto más de medio millón de niños. Para más información podéis consultar este link: http://www.unicef.es/contenidos/768/index.htm?idtemplate=1
Al preguntarme el por qué la gente hace poco o nada ante la cifra de muertos "cotidianos", y en cambio se moviliza ante catástrofes como el tsunami o este terremoto, intento buscar causas y efectos y me vienen a la cabeza muchas cosas.
Se ha producido una catástrofe natural como un terremoto, con muchísimas muertes a la vez y en pocos minutos, en un territorio localizado y que produce tantas historias "golosas". Es un diamante en bruto directo a los corazones. Esta información nos remueve las conciencias, y lo seguirá haciendo hasta que nos cansemos o se cansen, generando esta corriente de solidaridad efímera.
Esto ha sido un fenómeno natural, no hay que mojarse hablando de las causas, de quién tiene la culpa. Ha sucedido en un país tan pobre que geopolíticamente no importa, pues no tiene recursos. Si acaso, por decir algo, está cerca de Cuba y de Venezuela (querría equivocarme pero esto apesta a ocupación yanqui con excusa de reconstrucción). Aquí no se están confrontando dos mundos, como islamistas y cristianos, como bolivarianos y demócratas, como malos y buenos. Nadie ha tenido la culpa. Nadie tendrá que renunciar a ningún interés económico, geopolítico o social. Se trata de ser bueno, sin matices ni ambages. Y el que no lo haga va a quedar como el culo.
Para qué informar acerca de lo que realmente ocurre en países que llevan más de dos décadas en una situación comparable a lo que en Haití se está llamando la destrucción del estado, como Afganistán, Irak o Somalia. O países que tienen un IDH tres veces menor que Haití, como Níger, Zanzíbar, etc. que nunca han tenido una mínima estructura institucional estable. Porque al final, tienen lo que se merecen, no paran de matarse entre ellos, son culpables de su subdesarrollo estructural o son un peligro para nuestros valores y para nuestro bienestar. En Haití ha sido la puta y caprichosa natura.
Es más fácil adquirir responsabilidad ante un evento natural, de fuerza mayor, que ante nuestra propia situación privilegiada de ciudadano “desarrollado”, con nuestro estado de bienestar, nuestros derechos, nuestra democracia, nuestro sentido común y nuestra superioridad moral. Con nuestro intervencionismo a todos los niveles en territorio propio y ajeno.
En este mismo instante, me atrevo a decir que un matrimonio que ha colapsado el teléfono de los servicios sociales buscando información para adoptar a una niña haitiana, reniega abiertamente del empadronamiento de un magrebí en su pueblo.
No quiero ofender a nadie. Cada uno vive como quiere o puede, pero me toca los cojones que el que es un cabrón toda la semana duerma tranquilo porque el domingo deja 20 euros en el cepillo de la iglesia.